Por Juan Carlos Salazar del Barrio // Contenido publicado en Página Siete
Alguien dijo que el voto es como la materia. Ni se crea ni se destruye. Simplemente se transforma. Es lo que ocurre en cada elección. Los contendientes buscan transformar las corrientes de opinión para ganar el favor del electorado. Y nadie, solamente un suicida, se dispara un tiro en el pie para enajenarse el apoyo popular. Mucho menos en vísperas de una consulta.
Por otra parte, todos sabemos que no hay salida posible a una crisis política si no es a través de las urnas. Incluso en las siniestras épocas del militarismo dictatorial, los golpistas entraban al palacio a punta de pistola, pero más temprano que tarde terminaban convocando a elecciones. Y lo que hacía el político inteligente en esas circunstancias era favorecer esa salida, porque, como dice el refranero popular, a enemigo que huye, puente de plata.
Al comentar el bloqueo que pretende ahogar al país, el director de un hospital paceño decía que la acción de los bloqueadores “no tiene nombre”. Yo creo que sí lo tiene. Es un crimen. Impedir el paso de las cisternas de oxígeno y los camiones de insumos para los hospitales, apedrear ambulancias y agredir al personal médico, es un crimen de lesa humanidad, prohibido incluso por convenciones internacionales.
Y hacerlo a dinamitazos, a través de acciones violentas, para no mencionar el intento de dejar sin alimentos a la población civil, es terrorismo puro y duro, porque las víctimas no son los activistas que participan en los hechos y saben a lo que se arriesgan, sino hombres, mujeres y niños que nada tienen que ver con la disputa. La protesta política y social deja de ser legítima cuando adopta formas delincuenciales como las que estamos viendo en las carreteras.
El Movimiento Al Socialismo (MAS) pretende hacer creer que los “movimientos sociales” que promueven la convulsión son autónomos, que obedecen únicamente a sus bases, pero todos sabemos de quien es la mano que mece la cuna de esta película de terror.
El presidente huido ha “convocado” el martes a los “dirigentes sociales y pueblo movilizado” a “considerar” la “propuesta” de celebrar las elecciones el 18 de octubre, como “fecha definitiva, impostergable e inamovible”, y ha declarado que “no tiene sentido (…) hacer problema” por “dos semanas o tres”, como propone la COB masista.
Sin embargo, no se le ha escuchado hacer un llamado claro y firme a sus seguidores para que suspendan el bloqueo. Tampoco ha condenado, ni mucho menos, los atentados contra la salud pública, que ya han costado la vida de casi medio centenar de enfermos. No lo ha hecho él ni su vicario en Bolivia.
La pregunta es por qué el MAS se dispara al pie con acciones que son francamente impopulares en vísperas de los comicios. Tal vez porque sabe o teme que las urnas no le garantizan el retorno al poder. El líder masista ha estado jugando a dos puntas, a la vía electoral y a la insurrección popular, a la victoria en primera vuelta y a la convulsión social como alternativa, porque en el ballotage no tendría ninguna opción, sobre todo si sus rivales se unen.
Ya en noviembre pasado intentó dejar sin alimentos a la población de los centros urbanos como represalia por su decisiva participación en el movimiento que puso fin a su mandato de 14 años. ¿Por qué no lo iba a hacer ahora?
El retorno de grupos irregulares armados, como los que hemos visto en el trópico de Cochabamba y en el altiplano al grito de “ahora sí, guerra civil”, podría ser la respuesta a la “preocupación” que manifestó el líder cocalero ante sus seguidores en Buenos Aires, en enero pasado, cuando confesó que “si volviera (a Bolivia), hay que organizar como Venezuela, milicias armadas del pueblo”.
Por supuesto, nada justifica la existencia de bandas armadas del signo contrario, porque, como las otras, son ilegales y deben ser disueltas por las fuerzas del orden. Sin embargo, la autoridad está totalmente ausente, mientras la impunidad se impone poco a poco en el país, no sólo con la presencia de esos grupos, sino con las acciones delictivas de los bloqueadores. No puede haber libertad sin justicia. Como dijo Albert Camus, “si el hombre fracasa en conciliar la justicia y la libertad, fracasa en todo”.
La polarización ha impuesto la antipolítica. Son los actores políticos quienes deben actuar con responsabilidad para neutralizar a los extremos, a los violentos que buscan la solución por el desastre, a los que debilitan la única salida posible a la crisis: las elecciones.
Entre ellos están los promotores del bloqueo. Su acción suicida me recordó la reflexión del protagonista de Crimen y castigo, la novela de Fiódor Dostoyevski, cuando se pregunta si la víctima del homicidio fue la usurera a la que había asesinado. “No –se responde-, me asesiné a mí mismo, no a ella, y me perdí para siempre”. El criminal encuentra el castigo en su propio crimen. Me pregunto si el MAS no se está asesinando a sí mismo, porque, tarde o temprano, el electorado le pasará la factura.