La elección del 6 de enero de la Asamblea Nacional venezolana ha significado, sin duda, un cambio en la situación política de un país que vive una crisis económica y social sin parangón en la región.
Para graficarla con un par de datos: el PIB es hoy día un 25 por ciento del existente cuando Maduro asumió el poder luego de la muerte de Chávez; la desnutrición infantil alcanza el 40%; la inflación se mide en cifras astronómicas; la provisión de servicios esenciales se deteriora día a día, la vida cotidiana se torna exasperante para la inmensa mayoría de la población. Producto de esta situación límite, hasta mediados de 2020 habrían emigrado, según la Organización Internacional de Migraciones (OIM), unos 5 millones de personas.
Si la situación económica no muestra signos de recuperación, se prevé que este año la sangría migratoria podría continuar. Sin exageración se puede afirmar que los latinoamericanos tenemos a las puertas de casa una de las crisis humanitarias más graves que vive la humanidad, comparable con la de países que han sufrido prolongados conflictos bélicos. La reanimación económica, según todos los analistas de dentro y fuera del país, será prácticamente imposible si no se levantan las sanciones que el Gobierno de Trump aplicó a Venezuela: incautación de todos sus activos en los Estados Unidos y prohibición de comercio. Esta política fue seguida en parte por la Unión Europea y algunos países latinoamericanos.
el PIB es hoy día un 25 por ciento del existente cuando Maduro asumió el poder luego de la muerte de Chávez; la desnutrición infantil alcanza el 40%; la inflación se mide en cifras astronómicas; la provisión de servicios esenciales se deteriora día a día, la vida cotidiana se torna exasperante para la inmensa mayoría de la población.
La reanimación económica, según todos los analistas de dentro y fuera del país, será prácticamente imposible si no se levantan las sanciones que el Gobierno de Trump aplicó a Venezuela
El Presidente Maduro celebró los resultados de la elección del 6 de enero como “una tremenda y gigantesca victoria”. La hipérbole, sin embargo, es incapaz de ocultar los pobres resultados obtenidos. Según el oficialista Concejo Nacional Electoral, concurrió a las urnas el 30% del padrón electoral.
El Gran Polo Patriótico, alianza que incluye al Partido Socialista Unificado de Venezuela, fundado por Chávez, y otras formaciones alcanzó el 67,6% de la votación, conquistando 240 de los 277 escaños en disputa. Las escasas fuerzas opositoras que aceptaron concurrir a la elección consiguieron el 18% de apoyo popular y los 37 escaños restantes. En una elección que no contó con las mínimas garantías democráticas, el régimen se adueñó de la última institución estatal que no controlaba. Puede ser, sin embargo, un triunfo pírrico: nunca el régimen bolivariano había tenido un resultado electoral tan esmirriado, solo poco más del 20% del padrón electoral acudió a apoyar el régimen de Maduro. Se desvanece el argumento de que el régimen había sido legitimado popularmente por una sucesión de victorias electorales, salvo la parlamentaria de 2015 que dio la presidencia de la Asamblea a Juan Guaidó. Después del 6 de enero el Gobierno aumenta su aislamiento internacional y no logra un apoyo interno de alguna significación.
Paradojalmente, el resultado de todo el proceso ha significado también una derrota significativa de la estrategia que la mayoría de la oposición adoptó después de su triunfo en la elección parlamentaria de 2015. Liderada por el Presidente de la Asamblea Nacional, la oposición optó por el camino de generar las condiciones internas e internacionales para el derrocamiento del Gobierno de Maduro. Contó para ello con el apoyo decidido del Gobierno de Trump y de varios otros de América Latina, principalmente de Colombia, Brasil y en algún momento Chile. Trump, incluso, no descartó la hipótesis de una intervención militar estadounidense. Se creó la figura del Presidente Delegado, que fue reconocido como tal por una cincuentena de países, se apoyó la política de sanciones internacionales contra el gobierno y se alentaron, al menos, dos movimientos insurreccionales al interior de la Fuerzas Armadas y de seguridad: en Cúcuta con el intento de forzar el ingreso al país de un convoy de ayuda humanitaria; y en Caracas con el llamamiento a un alzamiento militar realizado por Guiadó y Leopoldo López, fugado de la prisión a que estaba sometido, rodeados de un par de docenas de uniformados. Quedó demostrado que el régimen contó, en todas esas ocasiones con el evidente apoyo de la Fuerza Armada.
Paradojalmente, el resultado de todo el proceso ha significado también una derrota significativa de la estrategia que la mayoría de la oposición adoptó después de su triunfo en la elección parlamentaria de 2015.
Quedó demostrado que el régimen contó, en todas esas ocasiones con el evidente apoyo de la Fuerza Armada.
Derrotada la estrategia que encabezó Guaidó se tiende a producir una mayor dispersión opositora. Se vive una crisis de perspectiva estratégica y también de liderazgo. Guaidó intenta mantener la ficción de una Asamblea Nacional que mantiene su mandato presidida por el mismo , basado en la ilegalidad de la recientemente electa. Evidentemente es una política sin destino. En la oposición la crítica publica más contundente al liderazgo de Guaidó ha provenido de Henrique Capriles, candidato a la presidencia en dos oportunidades, que en una extensa entrevista a la BBC ha señalado que “ la oposición no tiene un líder, no hay un liderazgo, que sea un jefe”, señalando que “no tengo nada contra él (Guaidó) pero esto se acabó, está acabado, fundido, cerrado, listo”, añadiendo que “el error más grande que se ha cometido es haber puesto la solución a la crisis venezolana en manos de Trump”. La recomposición de una estrategia y de un liderazgo en la oposición es un proceso que recién se inicia.
Sin una solución política negociada no será posible ni el restablecimiento de la democracia ni la superación de la crisis humanitaria. El problema en el escenario actual es que Gobierno de Maduro actúa como una fortaleza sitiada, dispuesto al sacrificio con tal de aferrarse al poder, y la oposición está desarticulada y confundida. Respecto de un actor determinante, las Fuerza Armadas, no se sabe finalmente nada, salvo que son un elemento fundamental en el sostenimiento del régimen y que, hasta ahora, por diversos motivos, han mantenido la lealtad al Presidente.
Sin una solución política negociada no será posible ni el restablecimiento de la democracia ni la superación de la crisis humanitaria.
Un sorpresiva y larga entrevista, también concedida a la BBC, en enero por Elías Jaue, ex Vicepresidente y Canciller de Chávez, figura chavista respetada, que no ocupa posiciones de primer plano en el sistema de poder, manteniendo su fidelidad al régimen, puede ser un síntoma de que en su interior existan tendencias dispuestas a buscar salidas negociadas. El discurso de Jaue está a una enorme distancia de la retórica triunfalista de Maduro. Preguntado si la baja participación electoral significa un descrédito del Gobierno, responde: “no solo del Gobierno. Hay una desafiliación de la política, hacia nosotros los políticos. La gente siente que la política no está siendo eficaz para resolver los problemas cotidianos, sobre el salario, sobre el acceso a la educación y a la salud pública, la comida a precios accesibles”. Añade que es indispensable recomponer la vida institucional, que existe un hastío ciudadano por la permanente confrontación política y llama a “una profunda reflexión política tanto del gobierno como de la oposición”. Parece evidente que sin un cambio en la perspectiva tanto del Gobierno como de la oposición la crisis solo se profundizará.
Será crucial la definición política de la nueva administración del presidente Biden. El abandono de la política de Trump, respecto de Cuba y Venezuela, puede generar un nuevo escenario que rompa el actual impasse, y abra el camino a una salida negociada. La eliminación de las sanciones comerciales y un calendario preciso y garantizado para la democratización del país serán los ingredientes fundamentales de tal hipotética negociación.
Será crucial la definición política de la nueva administración del presidente Biden.
Contenido publicado en La Mirada Semanal