Esta última bandera geopolítica es aquella donde, según la mayoría de los analistas, es posible advertir una mayor continuidad entre las políticas externas de Trump y Biden. Lo que da cuenta del amplio consenso que concita hoy en Washington, a nivel de tomadores de decisiones, la postura de una firmeza redoblada y recargada en relación con Beijing. Aunque esto no significa que, en el ámbito de los especialistas en temas asiáticos, exista, por ejemplo, unanimidad al respecto ni mucho menos. Por el contrario, una primera revisión de una serie de análisis en relación con este asunto indica que abundan las críticas y que se esperaba que Biden fuera, en principio, más cauteloso antes de reivindicar y hacer suyo este eslogan trumpiano.
Al poco tiempo de asumir la Presidencia en EE.UU., Joe Biden dejó claras sus prioridades en materia de política exterior: mano dura con Rusia y China; cooperación, incluso con sus adversarios, en el tema del cambio climático y el desarme nuclear; y reconstrucción de la red de alianzas necesaria para reactivar el multilateralismo, tan dañado por su predecesor, Donald Trump, con el fin de enfrentar de manera coordinada desafíos comunes para la humanidad, como la pandemia del coronavirus. Antony Blinken, su secretario de Estado, ya había delineado, a su vez, una hoja de ruta más detallada, pero lo central fue lo expuesto por Biden, quien llegó a la Casa Blanca con una propuesta de recuperación de la preponderancia norteamericana sobre sus principales rivales, tal vez para desmentir cualquier sospecha de que los demócratas serían “blandos” o concesivos en su agenda externa.
Sus pasos siguientes fueron coherentes: una nada velada amenaza a Rusia, expresada sin ningún tipo de remilgos diplomáticos, cuando acusó a Vladimir Putin de “asesino”, en una entrevista, y un fuerte intercambio de palabras duras de sus dos asesores más cercanos, Blinken y Jake Sullivan, en su primer “cara a cara” con sus contrapartes chinos en la cumbre de Anchorage, Alaska. “America is back” era la consigna, y debía plasmarse en hechos: por un lado, apoyo “inquebrantable” a Ucrania, en su pugna con Rusia por el Donbás, zona del este ucraniano con población mayoritariamente rusa; por el otro, repetir como un mantra la idea de un “Indo-Pacífico libre y abierto”, como antídoto eficaz para disuadir cualquier pretensión hegemónica china en esa área geográfica del planeta.
Esta última bandera geopolítica es aquella donde, según la mayoría de los analistas, es posible advertir una mayor continuidad entre las políticas externas de Trump y Biden. Lo que da cuenta del amplio consenso que concita hoy en Washington, a nivel de tomadores de decisiones, la postura de una firmeza redoblada y recargada en relación con Beijing. Aunque esto no significa que, en el ámbito de los especialistas en temas asiáticos, exista, por ejemplo, unanimidad al respecto ni mucho menos. Por el contrario, una primera revisión de una serie de análisis en relación con este asunto indica que abundan las críticas y que se esperaba que Biden fuera, en principio, más cauteloso antes de reivindicar y hacer suyo este eslogan trumpiano.
Van Jackson advierte, en Foreign Affairs, que “el sistema de seguridad nacional de Washington ha internalizado sin pensarlo un cambio de expresión de la era Trump que está plagado de expectativas poco realistas y suposiciones no controladas. El objetivo (…) puede parecer noble, pero perseguirlo conducirá a Estados Unidos por mal camino”. Y añade que “el concepto de Indo-Pacífico expande lo que se entiende por Asia para incluir la región del Océano Índico, un área de interés discutible para EE.UU. que muchos ahora ven como vital para contrarrestar a China”. El problema más grave, a su juicio, es que Estados Unidos corre el riesgo de una sobreexpansión (“overstretching”) que disminuya su peso en la zona en la que es tradicionalmente más fuerte: la del este de Asia y el Pacífico, que “no son solo subconjuntos de un Indo-Pacífico mayor, son la geografía central del poder y la influencia de EE.UU.”, en esa región.
Jackson, que sirvió en el Pentágono durante la administración Obama y actualmente es académico en Nueva Zelanda, dice que las situaciones del sur y el este de Asia no son homologables. Y aunque concede que el Indo-Pacífico es “una construcción analítica válida”, cree que el Índico es de importancia crucial, desde un punto de vista estratégico, para países como Japón y Australia (aliados en el Quad –Quadrilateral Security Dialogue–, junto a India y EE.UU.), pero no necesariamente para Washington, que no debe permitir esta distorsión de “su percepción de las amenazas”, que podría “conducir al desastre”.
Breve historia del Quad
El Quad, que hasta ahora es una alianza informal, en la medida en que no está institucionalizado aún como un pacto con reuniones periódicas y regulares, nació en función de dar respuesta a una emergencia de carácter humanitaria: la provocada por el terremoto y posterior tsunami que afectó a la costa de Indonesia, en diciembre de 2004, dejando alrededor de 230 mil muertos. En esa ocasión, naves de los cuatro países mencionados convergieron allí para prestar ayuda. Y en 2007, en un giro inesperado para algunos y no exento de polémica, el naciente Quad llevó a cabo un ejercicio militar conjunto y una ronda de diálogo.
Después de que China criticara la formación de esta entente, Australia –y también India, según algunos observadores– se replegó y la iniciativa quedó en suspenso durante una década, hasta que, luego de ese largo período de hibernación y tras un breve y accidentado rebrote en 2017, el gobierno de Trump reactivó la idea como una forma de potenciar su narrativa de confrontación y guerra comercial ante el ascenso chino. Incluso, se llegó a hablar de patrullajes conjuntos, en espacios donde “China estaba actuando agresivamente, como en el Mar de China Meridional”. Lo que llevó a algunos analistas chinos a especular con el surgimiento de una embrionaria “mini-OTAN asiática”, en referencia a la Organización del Tratado del Atlántico Norte, pieza central de la contención a la Unión Soviética en Europa, durante la Guerra Fría.
Como sea, lo cierto es que, tras esta resurrección del Cuadrilátero, funcionarios del grupo se reunieron al menos siete veces desde 2017 a la fecha, pero siempre en niveles inferiores a los de jefes de Estado, para discutir asuntos que iban desde las prácticas comerciales de China hasta su creciente poder militar. Un salto cualitativo importante se dio en noviembre de 2020, cuando en la bahía de Bengala se efectuaron ejercicios aeronavales combinados, con participación de sus cuatro países miembros, que concluyeron con un claro mensaje para China: el del compromiso de sus integrantes con el “apoyo a un libre, abierto e inclusivo Indo-Pacífico, así como a un orden internacional basado en reglas”.
Y así es como el 12 de marzo de 2021 se dio un nuevo paso hacia la consolidación de este conglomerado, que siempre se cuida de nombrar a China, pero que tiene, sin duda, en el “dragón asiático” su principal foco de preocupación: una primera cumbre –virtual, dadas las restricciones que impone la pandemia– que congregó a Biden con los primeros ministros de India, Narendra Modi; Australia, Scott Morrison; y Japón, Yoshihide Suga. El objetivo: darle continuidad a una “cercana cooperación para promover un libre y abierto Indo-Pacífico, incluyendo el apoyo a la libertad de navegación, la integridad territorial y una arquitectura regional más fuerte, a través del Quad”, como lo destacó la Casa Blanca, al reseñar la primera conversación de Biden y Modi, en febrero de 2021.
Superada la supuesta renuencia de Australia, la cual, bajo el liderazgo del laborista Kevin Rudd (primer ministro entre 2007 y 2010, y por un breve período en 2013), puso en pausa o no dio muestras de demasiado entusiasmo con la Iniciativa Quad, y algunas reticencias de la India, que juega su propio y sofisticado ajedrez geopolítico de varios niveles con su vecino chino, se supone que ahora esta alianza ya está definitivamente encaminada a asumir nuevos desafíos. E incluso hay entusiastas que alimentan la idea de una ampliación de sus integrantes, dado que el año pasado participaron en un reunión expandida, de lo que se dio en llamar “Quad plus”, países como Vietnam, Corea del Sur y Nueva Zelanda.
El “talón de Aquiles”, no obstante, de este proyecto es la diversidad de intereses de cada uno de los participantes de este juego y que no siempre son fácilmente conciliables. Para el analista indio V. Venkateswara Rao, “uno de los problemas con la estructura del Cuadrilátero es que resulta difícil mantener una alineación suficientemente fuerte de las perspectivas y prioridades estratégicas para compensar las presiones de Beijing, particularmente a la luz de los importantes intereses económicos y de otro tipo de cada país en China”. “Estados Unidos y Japón están preocupados principalmente por el mar del Sur y el Este de China, mientras que Australia e India por el Océano Índico. Japón y Australia ya tienen un acuerdo de defensa con EE.UU., mientras que India duda en crear una nueva arquitectura militar con ese país, ya que podría verse arrastrada a conflictos que tal vez no desee y tampoco está dispuesta a que sus fuerzas operen bajo comando estadounidense”.
Dilemas de hierro
Todo lo dicho antes se inscribe dentro de un tablero mucho mayor y abarcador que el simple uso instrumental del Quad, y responde al nombre de Marco Estratégico para el Indo-Pacífico (SFIP, por sus siglas en inglés). Un documento que convenientemente se hizo público a mediados de enero pasado, antes de que Biden se instalara en el Salón Oval. Allí se señala que esa fue la visión guía de la administración Trump para implementar la Estrategia de Seguridad Nacional (NSS, en las siglas en inglés) de 2017, en lo que se refiere a la zona más poblada y “económicamente más dinámica” del planeta. Y se dice que EE.UU. busca, a través de estas herramientas, evitar que las naciones del área “subordinen su libertad y soberanía a un ‘destino común’ previsto por el Partido Comunista chino”.
Frente a este desafío abierto, la postura de muchos analistas occidentales, en la misma línea de lo dicho por Jackson, apunta a que quizás sea recomendable una mayor mesura y moderación. Para Lyle Goldstein, la SFIP busca orquestar “el diseño de una nueva Guerra Fría, esta vez centrada en China”. Y en su comprensión “amateur” de la teoría de las relaciones internacionales “ignora por completo la posibilidad muy probable de un agudo dilema de seguridad resultante de la búsqueda desenfrenada de la primacía por parte de EE.UU.”. Con una expresión concreta en el estrecho de Malaca, por ejemplo, que es la vía marítima que une al Índico con el Pacífico y por donde transita el 60% del comercio mundial y el 80% del crudo que consume China.
Goldstein no es un bloguero de izquierda más, sino un profesor del US Naval War College, de Newport. Por tanto, su crítica parece consistente y calificada, más allá de que se burle de que los posibles socios de Washington en esta empresa sean Vietnam, Filipinas, Tailandia y Singapur, que no calzan con el retrato clásico de las democracias liberales. Otro analista, Binoy Kampmark, subraya que la SFIP es una manifestación extrema de “poder puro” y que la estrategia regional de EE.UU. debería ser “capaz de, pero no limitarse a: (1) negar a China el dominio aéreo y marítimo sostenido dentro de la ‘primera cadena de islas’ en conflicto; (2) defender las naciones de la primera cadena de islas, incluido Taiwán; y (3) controlar todos los dominios fuera de la primera cadena de islas”, basado en declaraciones que aparecen en un documento reservado del consejero de Seguridad Nacional, Robert C. O’Brien, desclasificado recientemente por la prensa australiana. Mientras otra experta, June Teufel Dreyer, se limita a describir la secuencia de hechos que condujeron a la concreción del Cuadrilátero, aunque el título de su artículo ya es de por sí sugerente: “El Quad: ¿Forma sin sustancia?”.
Por lo pronto, tal vez lo más prudente sea poner paños tibios sobre el tema y emular la sabiduría y astucia diplomática de la Unión Europea, que produjo su propia estrategia para el área, tras largos debates internos, y la dio a conocer recientemente. Los europeos proponen trabajar en conjunto con China, dado que si ella es parte del problema, debería ser también parte de la solución y no es conveniente hostilizarla frontalmente. Una posición similar a la adoptada por el expremier australiano, Kevin Rudd, quien llama a tomarse las cosas con calma y conjurar de este modo el peligro de una escalada y una “guerra evitable”, refiriéndose a las crispadas relaciones sinoestadounidenses.
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