Por Alvaro Ramis
«Si no se reparan a tiempo, las grietas pueden agrandarse y hacer que toda una muralla se resquebraje». Esa analogía hace Álvaro Ramis, columnista de The Clinic, respecto a las diferencias en la izquierda sobre Venezuela, las cuales habían podido convivir de una forma relativamente tranquila, hasta que ocurrió un «terremoto», como el de las elecciones presidenciales venezolanas, que terminaron por derrumbar ese muro.
Para los actuales partidos de Gobierno, Venezuela siempre ha sido un factor de discrepancia, pero sin que ello haya significado un motivo de división. Las diferencias de valoración respecto a Hugo Chávez, y luego de Nicolás Maduro, se pueden entender como una grieta en un muro, que señala claras líneas divisorias, sin que ello haya afectado la estructura general de este campo político. Como la agenda nacional siempre es prioritaria, y existen tantos problemas internos de los cuales preocuparse, las diferencias en asuntos de política exterior suelen quedar relegadas para la hora del postre, cuando ya se han conversado los temas prioritarios durante los platos principales.
El problema es que, si no se reparan a tiempo, las grietas pueden agrandarse y hacer que toda la muralla se resquebraje. Basta un temblor relativamente suave para que una fisura olvidada se convierta en un socavón que amenace las bases mismas de toda la construcción. Y lo que ha pasado en Venezuela es un terremoto mayor, que ha causado daños estructurales en la edificación de la izquierda y el progresismo a nivel mundial. La grieta se ha convertido en una fractura, que amenaza la buena convivencia y proyección de los partidos que hoy dan sustento al actual gobierno.
No era una situación imposible de prever. Se podía anticipar fácilmente que esta elección, en cualquier escenario, desembocaría en un momento extremadamente convulsionado. Y con más de 700 mil venezolanos residiendo en Chile, hoy todo lo que ocurre en Venezuela es un asunto de política interna de nuestro país.
Un factor que ha aminorado el impacto del sismo político venezolano ha sido la claridad con que el Presidente Gabriel Boric ha conducido esta crisis. Si la postura presidencial hubiera sido ambigua o abierta a distintas interpretaciones, la convivencia al interior de la coalición de Gobierno, de por sí difícil, se habría complejizado de manera muy grave. Las posiciones de los partidos (y de distintos sectores al interior de esos partidos) se habrían exacerbado. Hoy nadie puede negar que la posición del Gobierno de Chile es meridianamente clara, guste o no guste a los distintos actores.
Pero también es evidente es que la fractura existe, es pública, y no será posible evitar que se instale en la agenda de los próximos eventos electorales. Los partidos del Socialismo Democrático van a intentar perfilar esta diferencia a su favor en la campaña municipal. El Frente Ampliose aprecia alineado bajo la orientación presidencial. Pero el tema es más complicado para el PC, debido a dinámicas geopolíticas extra-regionales, que decantan en lealtades y compromisos partidarios que van más allá de Maduro y su régimen. Pero incluso al interior del Partido Comunista existen posturas claramente divergentes.
La transparencia de la posición del presidente fue crucial porque vino a expresar que se pueden tener muchas miradas en torno a Venezuela y su historia, pero lo único pertinente es resolver la pregunta respecto al legítimo ganador de las elecciones del domingo pasado. Y para responder ese punto se necesita acceder a la evidencia de las actas electorales, de forma auditable y verificable. Se debe respetar la voluntad del pueblo venezolano. Todo lo demás es ahora irrelevante.
A pesar de la presión internacional, es improbable que el gobierno de Nicolás Maduro acceda mostrar y auditar esas actas. Y hasta el momento, tampoco ha accedido a implementar mecanismos de apelación o impugnación que puedan ser utilizados por la oposición, como es habitual ante cualquier órgano de justicia electoral. En ese contexto, todos los actores políticos del país deberían actuar sabiendo que el gobierno de Maduro no tiene legitimidad. Además, la brutal reacción de Maduro, al expulsar a todos los representantes diplomáticos de Chile y cerrar su embajada y oficina consular en nuestro país, marca una línea de quiebre unilateral de las relaciones diplomáticas, que ningún sector político puede obviar sin que ello suponga una deslealtad gravísima con los intereses nacionales.
En este contexto es absurdo que se demande la salida del PC del Gobierno. En cualquier coalición pueden existir diferencias importantes en política exterior, pero que no impiden el trabajo colaborativo a nivel interno. Basta ver que en el Partido Demócrata de EE. UU. existen fuertes discrepancias respecto al Estado de Israel y Palestina, lo que no impide que todos los sectores asuman que hoy lo importante es la derrota de Donald Trump. De igual forma, también debería ser posible administrar la fractura que hoy ha abierto la crisis venezolana en el oficialismo chileno.
Pero para reparar la grieta se necesita colaboración y disciplina. Todos los partidos deben actuar con responsabilidad, apoyando la política internacional que ha fijado el presidente. Y lo más importante, empatizar con el dolor de millones de venezolanos y venezolanas que han tenido que abandonar su hogar para aventurarse en la búsqueda de un lugar en el mundo. El compromiso humano tiene que ser el imperativo que zanje los límites en esta disputa política que, aunque admita distintos juicios históricos e ideológicos, no acepta relativizaciones en materia de democracia y derechos humanos.
Fuente:
https://www.theclinic.cl/2024/08/07/venezuela-de-grieta-a-fractura-alvaro-ramis-columna-de-opinion