Comparte esta publicación

El inicio acelerado de Trump II

por José Miguel Insulza

Lo que vuelve con Trump, es el país sin aliados estables, que realiza sus acciones sin preocuparse demasiado de lo que ocurre en el resto del mundo, sino sobre cómo afecta a su propio país.

Después de su derrota de hace cuatro años, tras la cual pareció atrapado en una cantidad de juicios de distinta índole, en uno de los cuales fue condenado y otros no concluyeron, Donald Trump volvió a la Casa Blanca, más acelerado y desafiante que nunca. Lo demostró en un día que comenzó tomando té con Joe Biden (a quien trataría muy mal en el resto del día), siguió con la toma de posesión, con dos discursos, uno oficial y otro a sus partidarios más cercanos; asistió a un extenso almuerzo con parlamentarios; presidió un evento masivo, con ceremonia y desfile, en un estadio techado, en el cual hizo un discurso  mucho más improvisado e incoherente y suscribió algunos de sus primeros decretos (Executive Orders); y concluyó casi diez horas después con una especie de conferencia de prensa ante un número importante de periodistas, en la Oficina Oval, respondiendo preguntas mientras firmaba aún más decretos. Todo en un clima acelerado, pero más tranquilo y sin hablar mucho de los graves incidentes de cuatro años atrás.  

Casi el total del discurso inaugural fue dedicado a la decadencia de Estados Unidos, que Trump atribuyó directamente al mal gobierno y al abuso del Estado y los burócratas. Sin nombrarlos, culpó de todo a la gestión de los ex presidentes que lo rodeaban y otros que ya nos estaban, todos quienes habrían sido incapaces de proteger el modo de vida, el crecimiento, la libertad y la calidad de vida de los norteamericanos.

La promesa de hacer a Estados Unidos grande nuevamente fue la pieza central del discurso, como se esperaba. Lo que no se esperaba fue la muy escasa atención que prestó a la situación mundial y a las crisis que su gobierno deberá enfrentar en las próximas semanas en Gaza y Ucrania. De ellos, ni de China o Taiwán, ni una sola palabra. Fue un discurso interno, para sus electores y para sus adversarios internos, aunque en el día se irían agregando temas internacionales, siempre desde el punto de vista del exclusivo interés de Estados Unidos.

En ese marco, Trump anunció, como primera prioridad de su gobierno, que liberaría al país de millones de inmigrantes (a los que aludió como criminales y dementes) que habían obtenido refugio en Estados Unidos y prometió suscribir, dentro del día, un conjunto de decretos destinados al cierre de la frontera y a la expulsión masiva de extranjeros. Sus siguientes dos discursos estuvieron llenos de reiteradas promesas sobre esta primera prioridad; anunció que declaraba la frontera Sur como Zona de Emergencia Nacional y la movilización de militares para actuar en esta tarea de Defensa Nacional. Las expulsiones serían las mayores en la historia del país, “muchos miles, como nunca se ha visto”. Aunque al término del día, la prioridad no se había aún concretado en decretos, órdenes u otros instrumentos, no hay duda de que ellos vendrán en los próximos días.

En segundo lugar, Trump describió la crisis económica, según él caracterizada por una terrible inflación, que habría triplicado y hasta cuadruplicado el costo de la vida de los estadounidenses. Por cierto, como en muchas cosas dichas en el día, eso exageraba una inflación que llegó estar en 9,1% a fines de 2022 y hoy está en algo menos del 3%. Pero la desenvoltura con que Trump maneja sus cifras es ya una costumbre absorbida por el público y deleite de sus partidarios. Las medidas económicas que anunció se centraron en dos temas, ambas basadas en su voluntarismo, pero que potencialmente pueden tener un fuerte efecto en los mercados: en concreto, prometió la apertura agresiva de la producción de energía a través de un aumento masivo de la extracción de petróleo (¡¡pump, baby, pump¡¡), basado en la errada presunción de que su país es el que tiene más reservas de petróleo en el mundo y que, si lo desencadena, volverá a hacer rico a Estados Unidos. Y más aún, que con ello se volverá a desplegar la potencia de la industria automotriz, nuevamente al centro de la economía nacional. Para asegurar el retorno de esa expansión, a costa de sus países competidores, Trump recurriría a un uso indiscriminado de tarifas que traerían de vuelta los empleos a los estados clave del noreste de Estados Unidos. El anuncio de un 25% de tarifas a los productos provenientes de México, Canadá y China, parecerá exagerado y poco factible, pero Trump lo volvió a exhibir como una realidad. Pero al final del día no había aún ningún decreto tarifario.

Basados en cifras poco reales, estos anuncios simples circularon, sin embargo, en los eventos del día inaugural, junto a otras que darán un movimiento mucho mayor a la política norteamericana y servirán para alentar a la derecha republicana, frente a un centro desprovisto de coherencia política e incapaz de contrarrestar el carisma del Presidente vencedor. Otros anuncios ganaron fuerza, como un decreto que priva de nacionalidad a los nacidos en Estados Unidos de padres inmigrantes ilegales (claramente inconstitucional en virtud de la Decimocuarta Enmienda); siguieron otra orden según la cual en Estados Unidos sólo existen dos sexos reconocidos y una más que en la práctica elimina cualquier discriminación positiva, basadas en género, raza, discapacidad u otro criterio. A ello se agregaron otros regalos para sus partidarios más fieles: el indulto a los responsables del asalto al Congreso, la reposición de la directiva que declara terrorista a Cuba, que Biden había derogado tardíamente.   

Dos actos más siguieron, las dos primeras acciones dedicados a la política global exterior:  la firma, con público, de un decreto que retira a Estados Unidos de los Acuerdos de París sobre cambio climático y de una carta al Secretario General de Naciones Unidas, dando cuenta de esta decisión; y el anuncio de que Estados Unidos dejará de pagar contribuciones a la Organización Mundial de la Salud. Aunque previsibles esas decisiones son relevantes porque allí está la clave para saber cuál es la política exterior que Trump se propone aplicar. Y la respuesta es simple: aquella que sirva para que Estados Unidos siga siendo o vuelva a ser la primera nación del mundo.

En la política exterior del nuevo Presidente de Estados Unidos sólo prima su consigna de Make América Great Again MAGA, como está en su propaganda y en las consignas de sus partidarios. Lo que vuelve con Trump, es el país sin aliados estables, que realiza sus acciones sin preocuparse demasiado de lo que ocurre en el resto del mundo, sino sobre cómo afecta a su propio país. Los problemas y necesidades de otras naciones carecen de importancia, cuando la acción de un organismo no es útil a los intereses de Estados Unidos, Y esa novedad, que no es tal porque Estados Unidos la practicó durante toda su historia hasta el ataque japonés a Pearl Harbour, practicada in extremis, puede traer grandes sorpresas.

En su conferencia de prensa, entretenida por ser improvisada y porque Trump respondió todo en tono coloquial, surgieron muchos asuntos que la prensa había buscado todo el día. Se revelaron una vez más los rencores que Trump guarda contra todos los que intentaron llevarlo a la justicia en el período anterior. Un nuevo término, difícil de traducir, weaponization of government policy, el uso del poder del Estado para atacar a los adversarios políticos, se tomó parte importante del fin del día, acompañado de anuncios de nuevos decretos que ordenan a los órganos públicos iniciar ninguna fiscalización hasta que su gestión sea examinada. Sus alusiones cada vez más constante al gobierno anterior y al ex Presidente Biden auguran el despido de muchos funcionarios y la reorganización de importantes servicios, incluso algunos cruciales para la seguridad pública, como el FBI y el Departamento de Justicia.

Ya en esta conversación más distendida y ante las preguntas de los periodistas, Donald Trump se abrió a algunos asuntos más de política exterior. Escuchamos ahí que había que terminar con negociación la guerra en Ucrania, porque no hay otra salida: “pueden haber muerto un millón de rusos y setecientos mil ucranianos” pero Ucrania no puede resistir mucho más.

Las pocas alusiones a China se produjeron al final del día. Es posible que existiera la decisión táctica de no mencionar al adversario principal. Xi Jing Ping fue invitado a la toma de posesión, sabiendo que no asistiría rodeado solamente de gobernantes de derecha, pero en gesto de conciliación, Trump rompió ese silencio diciendo: “Tik Tok sería un buen comienzo. Con la ley dictada, no vale nada. Pero a nuestros jóvenes les gusta y nosotros podríamos también ganar con eso. Si negociamos, ganamos nosotros la mitad y ellos otra mitad. Si no negociamos, se cierra y nadie gana nada”. Ese es Trump, el hombre de negocios.

El mismo Trump reaparece para dudar del acuerdo sobre Gaza, a pesar de haber hecho saber que era su inminente asunción lo que la había posibilitado. La guerra de Gaza fue imprevista, dijo Trump, porque nadie estaba mirando lo que ocurría en Palestina. Su primera reacción alegrarse de ella en la ceremonia de la mañana, en que se ganó el único aplauso de los demócratas, al saludar la paz. Luego llegó a decir que hay que terminarla y reconstruir Gaza, que vuelva a ser “un lugar hermoso junto al mar”. Pero luego mostraría dudas de que la tregua se concretara y, mostrando una vez más su forma de ver las cosas, agregaría que “una de las partes tiene poca fuerza”, aludiendo a Hamas, muy debilitado por el constante ataque israelí. Naturalmente, dado que “no es nuestra guerra”, Trump quiere que termine pronto, aunque le preocupa que una victoria plena de Israel le haga difícil la relación con el mundo árabe; pero no empujará una paz cuando sus aliados en Israel pueden ganar.

En un discurso muy escaso en materias de política exterior, Trump mencionó a México dos veces, siempre de manera negativa, cuando repitió la consigna de su campaña, “que los inmigrantes se queden en México”; y cuando prometió cambiar el nombre centenario del Golfo que comparten ambos países y Cuba. Ambas menciones muestran una mala actitud hacia el país vecino, que sin embargo no se percibía en la relación que tuvo con el Presidente López Obrador en su primera administración. Pero la realidad de las relaciones ha cambiado, no sólo porque hay una nueva Presidenta, sino porque la relación con México cruza claramente con dos de sus principales propuestas de campaña: el cierre de la frontera y el combate al narcotráfico. Esa relación se transforma así en una oportunidad de exigir a México la adopción de políticas distintas. Al dictar un decreto que califica a las bandas de narcotraficantes como organizaciones terroristas, Trump pone al gobierno en la disyuntiva de seguir los pasos o aparecer como incapaz de enfrentar esos grupos. La posibilidad del cierre de la frontera es más compleja, pero no su militarización, también emprendida por el nuevo Presidente.

Para Trump, sin embargo, México es un caso especial que no se traslada a América Latina. Aunque los presidentes de Argentina y Ecuador fueron invitados, junto a otros líderes de derecha, a la inauguración de Trump, su respuesta en la Oficina Oval es clara. Preguntado por su relación con Brasil la declaro “excelente”, pero luego agregó que “eso les importa más a ellos que a nosotros”. “A ellos nosotros les interesamos más. Le interesamos a todos”.

El nuevo Presidente tiene ambiciones que también se han puesto de manifiesto. Las menciones que ha hecho sobre Canadá, Panamá y Groenlandia, también deben ser vistas desde el prisma del interés de Estados Unidos. Este es un país que con menos de un 5% de la población mundial, tiene un 25% de la producción industrial mundial; pero alguna vez tuvo el 50%. Tal como es hoy Estados Unidos no es lo que Trump sueña como la única Superpotencia. Trump no quiere soberanía en Canadá, pero busca un país que siga plenamente su política, un socio geopolítico menor, con el cual siempre se pueda contar. No quiere apoderarse de Panamá, pero quiere hacerse de nuevo del Canal de otra manera, para controlar el tránsito, rebajar sus costos, permitir que sus naves de guerra pasen gratis y, sobre todo, evitar que China controle la ruta. Y lo ha dicho claramente; necesita a Groenlandia por razones de seguridad nacional. Ese es Trump, el geopolítico que quiere paz, pero tiene ambiciones de dominio global. Y ambas cosas parecen incompatibles.

Fuente: ellibero.cl

Te puede interesar: