por José Miguel Insulza
Es habitual que, al terminar un año, en todo el mundo los Jefes de Estado aparezcan en la televisión entregando sus saludos e informando al público de sus países que lo que viene por delante es un “año difícil” o “complicado”. No tenemos memoria de que algún gobernante haya anunciado un año perfecto. Pero al comenzar 2025 reina tanta incertidumbre en torno al desenlace de crisis abiertas, que parece obvio anunciar que el año será difícil; más aún cuando los gobernantes, actuales o a punto de hacerse cargo, no proponen caminos claros ni concordantes para fortalecer la situación global.
El Orden Mundial se presenta crecientemente desordenado y las recetas para ordenarlo no parecen abundantes ni factibles; la guerra en Ucrania está a punto de iniciar su tercer año y no parece que el fin de ella esté cerca; la matanza prosigue en el Medio Oriente y el conflicto que comenzó en Israel y Gaza hace más de un año, se ha extendido a más países. En ambos casos el papel de Estados Unidos ha sido decisivo: el gobierno de Joe Biden ha apoyado, a través de la OTAN y también de manera directa, la resistencia de Ucrania al ataque ruso; y el mismo gobierno, más allá de sus titubeos, ha optado por ser el mayor apoyo a la política agresiva del gobierno de Benjamín Netanyahu que, lejos de obtener el retorno de los rehenes secuestrados por Hamas, ha extendido el conflicto hacia todo el Levante. A punto del cambio de mando en Estados Unidos es importante analizar qué cambios puede haber en estos escenarios de conflicto con el inicio del segundo período de Donald Trump.
Para comenzar a describir el panorama, es interesante examinar Europa, donde las alianzas que permitieron gobernar el viejo continente por más de medio siglo, muestran signos de debilidad cada vez mayores. Los dos estados símbolos de la Unión, Francia y Alemania no consiguen hasta ahora aprobar sus presupuestos y en ambos aumenta el peso de fuerzas políticas antieuropeístas.
La Democracia Cristiana es aún primera fuerza en Alemania, pero sus posibles socios en alguna coalición, el SPD, los verdes y los liberales, parecen en franca decadencia; la izquierda está reducida y la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) es el partido que más crece, especialmente en la Alemania Oriental. La alianza de centro puede resistir en la próxima votación, dirigida por la DC, pero la incierta conducción económica, la ola antinmigrante y los crecientes déficits, especialmente el energético, podrían echar por tierra esa coalición, abriendo camino a la derecha.
Francia no lo hace mejor, con un nuevo Primer Ministro que no consigue armar un gobierno y un Presidente al cual le quedan meses en el cargo y pocas cartas que jugar. Un gobierno de Marine Le Pen es una posibilidad real, o al menos una coalición de derecha con mayoría de su Agrupación Nacional. Unido esto a la estabilidad alcanzada por el gobierno de Giorgia Meloni en Italia, al crecimiento del extremismo antisemita en Holanda y al recrudecimiento de tentaciones belicistas en el norte, las señales de fortalecimiento del radicalismo conservador en Europa parecen evidentes.
A todo lo anterior habría que agregar que las fuerzas de la nueva derecha europea no tienen los temores a la Rusia de Putin que unen a la coalición europea desde la Guerra Fría. Al contrario, la derecha de Le Pen está algo más cercana al autoritarismo ruso o a la Hungría de Viktor Orbán y no se siente tan atada a la antigua alianza occidental de la Guerra Fría.
Todo esto tiene, por cierto, un contrapeso. El temido viraje alemán no se ha producido, el gobierno español de Pedro Sánchez ha sido resiliente ante los embates de la derecha y, apoyándose en fuerzas regionalistas de Cataluña y el País Vasco, podría mantener su estabilidad. Polonia tiene ahora un gobierno de centro izquierda y, a pesar del ingreso de Suecia y Finlandia, la península escandinava no se ha alineado aún a las nuevas tendencias. Pero Europa enfrenta el riesgo de una división o un debilitamiento de la OTAN, que es lo que Donald Trump busca para revisar la Alianza Atlántica.
La crisis europea no es una crisis económica, a pesar de la grave situación que padece Alemania, que antes era la potencia económica de la región y hoy enfrenta severos problemas de crecimiento y empleo. Es una crisis de proyecto, caracterizada por dudas acerca del destino de Europa y sus alianzas. Aunque se hable de crear una “Europa geopolítica”, se anuncien políticas severas contra la migración y se prometa aumentar los recursos destinados a la seguridad, las convicciones de los propios líderes no parecen estar en favor de ese endurecimiento.
Por encima de toda la política internacional que se hace en torno a la guerra y que da origen encuentros y conferencias de paz a la cuales Rusia no asiste, es un hecho que la guerra en Ucrania ha derivado en una “guerra de trincheras” cuyo escenario es el Donbass al nororiente de Ucrania, a pesar de los intentos ucranianos de abrir un nuevo frente dentro de Rusia. Todos los protagonistas quieren terminar esa guerra, incluso Rusia que tiene hoy una ventaja, pero nadie parece dispuesto a hacer ninguna concesión, ni política ni territorial. El tiempo apremia, porque existe el riesgo de que el gobierno de Trump, que se inaugura el 20 de enero, quiera forzar una salida perjudicando a Ucrania; o esté dispuesto a continuar su apoyo a Europa, pero exigiendo que los países europeos paguen costos mucho mayores. Rusia, en cambio, espera que Trump fuerce a Ucrania a aceptar condiciones militares y económicas duras.
Más allá de lo inmediato, un final impuesto a la guerra, que los rusos podrían celebrar, sería una notificación a los europeos de que tienen que organizar su propia defensa. Una revisión de la primera y mayor alianza de Estados Unidos en su historia, dando lugar a una asociación más flexible, en que el esfuerzo americano sería muy menor del actual, sería un cambio dramático en la escena mundial.
II
Si el conflicto en Ucrania se ha estancado en una o dos zonas geográficas y reducido a un conflicto entre dos estados, con aliados cada vez más reticentes, la crisis en el Medio Oriente aumenta cada vez más sus protagonistas. Comenzó con un ataque por sorpresa de Hamas, una parte del movimiento palestino, en contra de civiles desarmados al interior de Israel y dio luego lugar a una represalia sangrienta de Israel en contra de Gaza, que ha durado más de un año y provocado la muerte de cerca de cincuenta mil seres humanos, heridos o mutilados, lo cual ha motivado alegatos de genocidio ante tribunales internacionales, aún no resueltos. Pero ahora se une también el Líbano, invadido por Israel; y retorna la crisis en Siria, con nuevos y viejos protagonistas.
Por más que la caída de Assad en Siria no parezca ligada a la guerra de Gaza, es evidente que el debilitamiento del apoyo de Rusia e Irán, como producto de los otros conflictos que deben atender, motivó el resurgimiento de un conflicto dormido, pero nunca concluido. Ahora, el nuevo liderazgo dominante en Siria, formado y dirigido por combatientes desprendidos del Califato Islámico intenta reconstituir un estado independiente, pero está lejos superar las sospechas de los demás actores que están allí y han anunciado que van a permanecer. Israelitas, norteamericanos, rusos, iraníes, turcos, kurdos, siguen allí bajo la atenta mirada y apoyo de todo el mundo árabe, para el cual los Acuerdos Abraham, forjados en la primera administración Trump son ya un asunto del pasado.
El conflicto ha conseguido aislar a Israel como nunca en las últimas décadas y su único apoyo real está en Estados Unidos y en una Alemania en crisis. Trump ha apoyado estrictamente a Israel y lo seguirá haciendo. Pero sus prioridades inmediatas están en otras partes del mundo y ha dado a entender que preferiría asumir el gobierno con un acuerdo ya producido sobre cese al fuego y devolución de los rehenes. En menos de dos semanas eso parece difícil.
La prolongación de los conflictos podría afectar la partida del nuevo gobierno de Trump, si se ve obligado a intervenir para conseguir una salida honrosa de la guerra o evitar que Netanyahu intente manejarlo como lo ha hecho con Biden. Trump puede tener sus prioridades en una ofensiva anti migrantes o en el enfrentamiento económico y político con China; podrá abundar en anuncios expansivos hacia México, Canadá y hasta Groenlandia. Pero la realidad de las crisis que ya están allí, en Europa y el Medio Oriente, pueden alterar su agenda.
Fuente: ellibero.cl