Por Juan Pablo Lira
Desde hace algo más de treinta días dejé -metafóricamente hablando- el lapicero a un lado, y profundamente conmovido por lo que está viviendo la humanidad, me invité a guardar silencio, aguzar la vista, los oídos y todos los sentidos para tratar de comprender los múltiples hechos que ocurren.
Fueron ocho años de Universidad, mientras Pinochet hacía de las suyas y surtía adecuadamente sus alforjas, como todo dictador de este continente, con uniforme o sin él.
Se vivía por los 70’s la danza de los usurpadores y la fiesta de los sinvergüenzas y asesinos. Algo de ello, continúa ocurriendo en algunos países cercanos.
Tanto estudio, tanta conversación, tantos ejercicios teóricos tratando de descifrar lo que ocurría e imaginar lo que ocurriría. Lecturas múltiples. Intercambios académicos, seminarios, inmersiones por horas y días. Reuniones bilaterales, multilaterales, que versaban sobre políticas de integración política, económica, social.
Asambleas de organismos subregionales, regionales y globales. En fin, todo lo que la imaginación pudiera visualizar y la siempre atenta burocracia internacional fuera capaz de implementar.
Agréguense cinco lustros de ejercicio diplomático en el área bilateral, siempre en Sudamérica, con un colofón multilateral en la capital norteamericana, buscando siempre que los intereses de mi país fueran legítimamente resguardados sin pasar a llevar a otros, como tampoco a ningún organismo internacional, norma o disposición internacional vigente.
Así fuimos entrenados.
Se nos enseñó, que la palabra empeñada se cumplía, que el honor estaba por encima de las bravuconadas y las gambetas a lo futbolista. En concreto, por provenir de un país pequeño, nos la creíamos y consiguientemente actuábamos en serio.
Veía, escuchaba y constataba que mis colegas, fueran ellos mujeres u hombres, tenían un proceder similar, y no podía ser de otra manera porque todos somos pequeños en peso político y ni que decir económico. A veces, nuestros estilos diferían. Unos usaban un léxico más floreado que otros.
Todo, escúcheme bien, todo a quedado reducido a cenizas. Ni los Tratados, ni los Acuerdos, ni los Ayudamemoria, ni la buena fe, ni la palabra empeñada, ni los buenos modales, ni ningún tipo de negociación, tiene hoy asidero, porque todo lo avanzado por la humanidad en 80 años desde que finalizara la Segunda Guerra Mundial tiene hoy valor.
Todo ha sido pasado a llevar, todo ha sido vulnerado.
La astucia y planificación de los milenarios y multitudinarios chinos, los llevo de manera silenciosa a instaurar un régimen socialista de partido único, mientras habrían las compuertas para el arribo de la inversión extranjera y muy sutilmente accedían a que su población empezara a “engolosinarse” con el libre mercado.
Asi, sin intervenir en guerras en otros lugares, sin tener bases militares fuera de su inmenso territorio, empezaron a tener una ingente presencia en Asia, África y en las últimas dos décadas en Latinoamérica, convirtiéndose en el primer socio comercial de la inmensa mayoría de nuestros países.
Es cierto que estamos en la “zona de influencia” de los Estados Unidos, es cierto que Washington ha puesto y sacado a muchísimos de los gobiernos de nuestros países, es cierto que una de las más atesoradas aspiraciones de millones de latinoamericanos es vivir en el “sueño americano” y ojalá llegar a ser ciudadano de ese país. Todo eso es verdad.
Pero, nada de ello, le da autoridad al presidente Trump para querer que Canadá sea el Estado 51 de la Unión, o que el Canal de Panamá vuelva a ser administrado por ellos como lo fuera hasta diciembre de 1999. O a desconocer y avasallar todo lo relacionado con la globalización económica, el libre mercado, las normas y regulaciones que -aunque inequitativas en su gran mayoría- han regido y regulado el comercio y la economía mundial por más de medio siglo.
El presidente Trump acaba de cumplir 100 días en la Casa Blanca, y en su muy peculiar estilo anuncia con tono sarcástico “que esto recién está comenzando y que debemos prepararnos para más …”. Y agrega, que el abuso que el mundo estaba ejerciendo sobre los ciudadanos norteamericanos está en camino de extinción.
Para eliminar esa profecía autocumplida ha desestabilizado la economía global, se ha peleado con sus aliados históricos, devastado agencias gubernamentales vitales, deportado a miles de personas, y conseguido que la economía norteamericana se contraiga un 0,3% marcando su primera caída desde 2022, dejando al país al borde de la recesión.
A las malas cifras de EE.UU. hay que sumar que la actividad industrial de China está en camino de desplomarse.
Así las cosas, y con un continente cada vez más desunido, debemos andarnos con cuidado.
Los europeos están viviendo el estropicio más grande e inesperado desde 1945, y nosotros los latinoamericanos podemos pagar precios muy altos.
Fuente: https://noticias22.com/2025/05/a-veces-hay-que-callar-observar-y-despues-opinar/