Después de 10 años donde predominaron los gobiernos de corte más conservador en América Latina, hoy vemos (otra vez) un giro hacia el progresismo en la región, con los triunfos de Luis Alberto Arce en Bolivia, Pedro Castillo en Perú, Gabriel Boric en Chile, Xiomara Castro en Honduras, y muy posiblemente Lula este 2022 en Brasil. Pero ha sido parte de una larga tradición en nuestra política exterior (que el actual Gobierno de Sebastián Piñera rompió) buscar la convergencia de intereses de largo plazo en nuestro vecindario, con prescindencia de la postura política que los gobiernos puedan tener, pues ello sirve a los intereses de Chile y de América Latina en su conjunto, especialmente ahora, donde la envergadura de los desafíos internacionales y en nuestro continente exige respuestas concertadas, que no deben estar subordinadas a afinidades ideológicas coyunturales y cambiantes.
Y es que en los próximos años, la realidad regional se viene muy compleja: crisis de la democracia en varios países, continuidad de la pandemia, olas de inmigración fuera de control, menor crecimiento, más desempleo y precarización de los mismos, e incremento de la pobreza y criminalidad. En este escenario, la cooperación entre gobiernos para enfrentar tareas comunes se hace entonces indispensable. Y la “convergencia en la diversidad” (idea inicialmente planteada por el excanciller Heraldo Muñoz) supone precisamente trabajar en forma conjunta en aquellas áreas y temas donde hay intereses compartidos entre países que, sin embargo, pueden tener orientaciones políticas muy distintas. Ya hay experiencias recientes al respecto. La cooperación que se dio en materias de defensa y salud en la Unasur, por ejemplo, o el rol que jugó Chile como “país acompañante” en el proceso que culminó en un acuerdo histórico de paz entre el gobierno de Colombia y las FARC, durante el Gobierno de la Presidenta Bachelet. Nuestro país fue también, durante este Gobierno, un firme impulsor de los diversos esfuerzos de diálogo que se hacen, para encontrar una salida no-traumática a la grave crisis que vive Venezuela.
Se trata, entonces, a partir de una estrategia de “geometría flexible”, de buscar acuerdos entre países y construir desde la diversidad, miradas comunes para aprovechar oportunidades, y poder por otra parte, también, enfrentar los desafíos que presenta el actual escenario más global, donde hoy, entre los muchos temas, las dos grandes problemáticas que tensionan al mundo son la crisis climática y la creciente rivalidad global entre China y Estados Unidos, rivalidad que pone a prueba la autonomía de países pequeños y medianos, que no podrán sustraerse a las presiones que inevitablemente son parte de esa rivalidad.
Los países no pueden (aunque quieran) escapar a las realidades de su geografía, y es solo una ilusión pensar que se puede prescindir del vecindario en un mundo globalizado.
En un pasado no muy distante, la noción de “fronteras ideológicas” durante la época de las dictaduras militares y Guerra Fría, fue nefasta para los intereses de nuestra región, y estuvo vinculada a golpes de Estado, al fracaso de diversos proyectos de integración y a la polarización de nuestras sociedades. E iniciativas recientes, como el Grupo de Lima y Prosur retomaron en parte esa lógica de alineamiento por afinidades ideológicas, que nunca trajo nada bueno para nuestro continente.
Ahora, por cierto que las diferencias entre gobiernos van a persistir, algunos más liberales o neoliberales, otros socialdemócratas, y también populismos con discursos de izquierda y derecha que cada cierto tiempo reemergen en la región, pero en definitiva estas diferencias no tienen por qué ser necesariamente un juego de “suma 0”, y por otra parte, los países no pueden (aunque quieran) escapar a las realidades de su geografía, y es solo una ilusión pensar que se puede prescindir del vecindario en un mundo globalizado, donde el relacionamiento planetario será crecientemente entre bloques de países, excepto en el caso de grandes potencias que sí tienen el peso para gravitar (y no siempre) por sí mismas, en el ámbito global.
Por último, es necesario tener en cuenta, en este contexto, los límites que existen para resolver “desde afuera” situaciones domésticas complejas en otros países de la región, y que el principio de la no-injerencia en los asuntos internos sigue vigente, pues es el pilar central en que se fundan las relaciones entre los Estados, donde solo situaciones muy excepcionales pueden llevar, y siempre a través de instrumentos multilaterales, a relativizar temporalmente su vigencia. En otras palabras, la convergencia en la diversidad, tan indispensable en el cuadro regional de hoy, se hace posible en un marco de respeto al principio ya señalado, y sería bueno que otros actores que inciden en la política exterior también lo recuerden cuando emitan opiniones o pidan acciones que pueden dañar el diseño de una política que hoy, y mañana también, sirve bien para proteger y promover nuestros intereses nacionales.
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