Escrito por: Jaime Gazmuri Mujica
Esta publicación fue obtenida en la plataforma: La Mirada Semanal
Solo dos días después de que el Tribunal Supremo Electoral (TSE) proclamara el resultado de la segunda vuelta electoral para la elección presidencial, Bolsonaro, aunque de manera oblicua, reconoció finalmente su derrota. Afirmó “continuaré respetando los mandatos de la Constitución y, pese a la derrota electoral, nuestros sueños siguen más vivos que nunca”. Agradeció a sus millones de electores y desestimuló a sus seguidores que mantenían bloqueadas numerosas carreteras llamando a un golpe militar. Afirmó que los valores de Dios, Patria, Familia y Libertad que inspiran su movimiento siguen vigentes. No mencionó, y menos felicitó, al Presidente Electo Luiz Inácio Lula da Silva.
Se despejó de esta manera una de las mayores incógnitas que surgieron luego del relativamente estrecho pero nítido triunfo de Lula: si Bolsonaro aceptaría su derrota o la cuestionaría provocando una crisis política mayor, al estilo de su amigo y modelo Donald Trump. No es un detalle que Steve Bannon, referente de la ultraderecha mundial y estrecho colaborador de Flavio Bolsonaro, Senador e hijo del Presidente, le haya recomendado exigir la auditoría de cada una de las urnas electrónicas en las que se vota en Brasil (son más de 600 mil) y permanecer en la Presidencia hasta que el proceso se hubiera verificado.
Sin duda los dos días de silencio presidencial fueron el tiempo que él y su familia se dieron para medir el apoyo de su entorno más inmediato para intentar desconocer los resultados. Quedó completamente aislado. La señal más poderosa la dio su Vicepresidente, el general y Senador Electo Hamilton Mourao, que una vez conocidos los resultados felicitó al Vicepresidente Electo Geraldo Alckmin, con quien tuvo una conversación al día siguiente que ambos calificaron de cordial. Igual actitud de reconocimiento tuvieron los Presidentes de la Cámara de Diputados y del Senado, ambos apoyadores de la campaña del Presidente, e incluso algunos destacados pastores evangélicos de las iglesias más estrechamente vinculadas al bolsonarismo. Particular importancia tuvo, asimismo, la actitud del Gobernador electo por Sao Paulo, Tarcísio de Freitas, tradicionalmente considerado como el segundo cargo político del país. Felicitado por su oponente del PT, Fernando Haddad, manifestó su voluntad de trabajar alineado con el nuevo Gobierno por el progreso de su Estado. El silencio de las Fuerzas Armadas debe interpretarse, a mi juicio, como su decisión de no intervenir, esta vez, en la contingencia política y respetar el orden constitucional. Constreñido al apoyo de su base más militante y extrema, a Bolsonaro no le ha quedado otra opción que acatar los resultados de una elección probadamente limpia y transparente.
El Poder Judicial ha jugado un rol de primera importancia en el resguardo del régimen democrático, tanto a través del Tribunal Superior Electoral como del Tribunal Supremo Federal. Incluso el Presidente del primero ordenó al Director de la Policía Rodoviaria Federal despejar los bloqueos de las rutas tomadas por los bolsonaristas con una evidente complicidad policial en diversos puntos del país, advirtiéndole que de no hacerlo lo destituiría.
Con posterioridad al oblicuo discurso del Presidente reconociendo su derrota, el Ministro de la Casa Civil (equivalente a un Jefe de Gabinete) anunció que el Presidente lo había autorizado para cumplir con la ley de transición. El traspaso de poder en Brasil está regulado por ley, según la cual el Presidente Electo debe nominar un Coordinador que, ratificado por un decreto presidencial, debe organizar junto al Ministro de la Casa Civil el traspaso de toda la información disponible en el conjunto de los organismos del Gobierno Federal a un equipo de hasta 50 personas designadas por el nuevo Mandatario. Recién anunciada la decisión del Gobierno se designó a Geraldo Alckmin como Coordinador. Él y su elenco dispondrán de oficinas, personal de apoyo y presupuesto público hasta la transmisión del mando. Todo el proceso es auditado por el Tribunal de Cuentas de la Unión, cuyo presidente ya anunció la conformación de un equipo para tal efecto.
Resuelto finalmente que se aplicará la ley de transición, lo que asegura un traspaso, se espera fluido, del Poder, Lula asumirá el 1 de enero la Presidencia del país por tercera vez en su extensa trayectoria política.
Gobernar Brasil en la actual coyuntura nacional e internacional es un desafío inmenso. Los cuatro años del Gobierno de Bolsonaro han fracturado profundamente a la sociedad, erosionado su cultura democrática y la convivencia pacífica y civilizada de sus ciudadanos. Además, el país enfrenta las secuelas sociales y económicas de la pandemia y el complejo escenario económico y geopolítico mundial agravado por las consecuencias de la guerra de Ucrania.
El Presidente Lula está consciente de la complejidad y magnitud de las tareas que asumirá. Lo expresó en el cuidado discurso que dio a la prensa el mismo día de su victoria, cuyos énfasis principales fueron la necesidad de retomar un camino de crecimiento con inclusión social y la urgencia de unir y pacificar la sociedad:
“El pueblo brasileño quiere vivir bien, comer bien, tener una buena casa. Quiere un buen empleo, un salario reajustado siempre sobre la inflación, quiere tener salud y educación pública de calidad. Quiere libertad religiosa. Quiere libros en vez de armas. Quiere ir al teatro, ver cine, tener acceso a todos los bienes culturales, porque la cultura alimenta nuestra alma. El pueblo brasileño quiere volver a tener esperanza”. Y añadió ya casi al terminar:
“A partir del 1 de enero voy a gobernar para 215 millones de brasileños, y no solo para los que votaron por mí. No existen dos Brasil. Somos un único país, un único pueblo, una gran nación. No le interesa a nadie vivir en una familia donde reina la discordia. Es hora de reunir de nuevo las familias, rehacer los lazos de amistad rotos por la propagación delictual del odio”
La situación económica que enfrentará la nueva administración es complicada pero no dramática. EL PIB crecerá este año en torno al 2.5% y el próximo sobre el 2%, la inflación ronda el 6% y el desempleo ha disminuido este año, aunque con trabajo informal. Más compleja será la situación fiscal, con un déficit presupuestario del orden del 8% para 2023, con la consecuente dificultad para financiar los compromisos en materia de política sociales.
Desde el punto de vista político Lula enfrentará un Congreso donde sus partidos aliados serán una minoría consistente, de casi un tercio de una Cámara de Diputados de 513 miembros. El bolsonarismo duro que tiene expresión fundamentalmente en dos partidos puede llegar a una cifra similar o un poco menor. Los partidos históricos de centro y derecha democráticos tienen una representación muy reducida. El resto del Congreso está compuesto por varios partidos conocidos como el Centrao (gran centro) de orientación conservadora, pero básicamente clientelares, que han participado, unos y otros, prácticamente en todos los últimos gobiernos. Allí Lula puede conseguir apoyos, siempre inestables y costosos. Un primer levantamiento hecho por el periódico Folha de Sao Paulo estima que en la Cámara hay 223 diputados inclinados al nuevo Gobierno, 198 contrarios y 92 indefinidos. En el Senado la situación aparece un poco más favorable para el nuevo Gobierno: de 81 senadores, 35 se inclinarían a apoyarlo, 24 serían contrarios y 22 indefinidos.
A mi juicio, el mayor desafío, no solo del nuevo Gobierno, sino de la sociedad y la democracia brasileña será lidiar a futuro con la cultura y la política del bolsonarismo.
Lo expresa bien el teólogo Frei Betto: “el más complejo desafío (de Lula y su gobierno) será enfrentar la cultura bolsonarista asumida por millones de ciudadanos que alabaron al “mito”, y ahora son testigos de su caída y viven la amargura de la victoria lulista. Esta gente no está organizada, pero es autoritaria, agresiva, violenta. Su propósito es sabotear las instituciones democráticas, propagar fake news y la filosofía del negacionismo, reforzar prejuicios (respecto de las mujeres, los negros, los indígenas y los gays) y anarquizar la cultura”… “el bolsonarismo no es un sistema filosófico, es una secta religiosa congregada en torno a un líder miliciano”.
El triunfo de Lula ha tenido una significativa repercusión internacional. Apenas conocidos los resultados oficiales de la elección, los principales líderes mundiales se apresuraron a felicitarlo. De los primeros Biden, luego la mayoría de los presidentes latinoamericanos, junto a Macron, Sánchez, Ji Xinping, Putin y demás.
En su primera intervención pública Lula declaró: “hoy le estamos diciendo al mundo que Brasil está de regreso. Que Brasil es demasiado grande para estar relegado a este triste papel de paria del mundo”. Simbólicamente en la primera línea de los dirigentes que lo acompañaban estaba Celso Amorim, que, junto con Marco Aurelio García, ya fallecido, fueron los arquitectos de la política exterior de los dos gobiernos de Lula. Una política “activa y altiva” según una antigua consigna de Itamaraty, desde los tiempos del gran creador y conductor de la política exterior de Brasil, el Barón de Río Branco, en los primeros años del siglo veinte.
Con Lula, seguramente, Brasil volverá a ocupar un rol activo en un escenario internacional particularmente complejo. Una de sus orientaciones centrales será promover la integración de América del Sur y de América Latina. Se abre una ventana de oportunidad para que la región, hoy día la gran ausente, adquiera una voz propia en los grandes desafíos que enfrenta la humanidad. Está en el interés y la vocación de Chile que nuestro Gobierne participe activamente en este proceso.