Se reunieron en Brasilia el 30 de mayo pasado todos los presidentes de América del Sur. Solo faltó por razones internas Dina Boluarte, Presidenta de Perú, que fue representada por su primer ministro y su canciller. Hacía 11 años que no tenía lugar una reunión de este tipo, demostración del estado de fragmentación en que ha estado sumida la región y que explica nuestra marginalidad e irrelevancia internacional.
Surgió de allí el Consenso de Brasilia. En él se consigna el compromiso de “trabajar por el incremento del comercio y las inversiones entre los países de la región; la mejora de la infraestructura y logística; el fortalecimiento de las cadenas de valor regionales; la ampliación de medidas de facilitación del comercio e integración financiera; la superación de las asimetrías; la eliminación de medidas unilaterales; y el acceso a los mercados…teniendo como meta una efectiva área de libre comercio sudamericana”. Asimismo, se acordó la creación de un “Grupo de Contacto encabezado por los cancilleres, para la evaluación de las experiencias de los mecanismos sudamericanos de integración y la elaboración de una hoja de ruta… a ser sometida a los jefes de Estado”.
El desafío es mayor. Superar definitivamente una retórica integracionista que ha caído en el desprestigio a falta de acciones concretas, acuerdos operativos y compromisos medibles y exigibles. La nueva integración debe estar por sobre las preferencias ideológicas de los gobiernos de turno, abriendo paso a nuevas temáticas y dimensiones e incorporando a nuevos actores. Las empresas, las universidades, los sindicatos y otras organizaciones de la sociedad civil son fundamentales para darle sustento a un proceso que no puede reducirse a entendimientos puramente gubernamentales.