Elena Serrano

Abogada de la Universidad Católica de Chile, Coaching Ejecutiva de la Universidad de Georgetown e integrante del Foro Permanente de Política Exterior.

 

Las elecciones presidenciales en Estados Unidos pasaron, pero nuestra cronista Elena Serrano no deja de seguir los pasos del acontecer político de ese país. Con una pluma de excelencia, con agilidad y con enorme capacidad de ver expresión política en detalles del comportamiento de los principales actores del quehacer socio político norteamericano, Elena nos entrega elementos interesantes para mirar la sociedad norteamericana desde perspectivas distintas pero siempre con sentido crítico. Y nos obliga a poner los ojos en lo que ella ve más allá del discurso.
Comité Editorial – Foro Permanente de Política Exterior

07 de enero de 2022 - Estados Unidos: El aniversario de las mentiras

“No voy a permitir a nadie colocar una daga en el cuello de la democracia”. La voz del presidente Biden sonó amenazadora al retumbar sobre el mármol del solemne Statuary Hall del Capitolio. La ocasión daba cuenta de toda la tristeza y el luto requerido por el aniversario primero del asalto al Capitolio en enero del año pasado. Las banderas flameaban a media asta, las esculturas de hombres ilustres en el semicírculo parecían incorporadas al llanto y a la ira colectiva de los protagonistas presentes al recordar los hechos de violencia vividos allí. El presidente procedió a señalar la figura de la diosa Clio, la musa de la historia, testigo de todo lo ocurrido en ese salón durante 200 años. “Ella sabe la historia real, la verdad de los hechos, lo que todos hemos visto. Cierren los ojos, vuelvan a ese día hace un año. ¿Qué es lo que ven? ¿Qué es lo que no ven?” Se refería, por cierto, a las interpretaciones contradictorias surgidas en su país a contar de ese día.

La re imaginación del 6 de enero de 2021 no solo ha evolucionado, sino se ha astillado en versiones rivales y complementarias que tienen un objeto en común: absolver de toda culpa a Trump, a sus partidarios y al partido republicano en una maniobra destinada a recuperar el control del gobierno. Se sostiene que la revuelta fue una operación de Antifa, el colectivo de la ultra izquierda; que el FBI plantó agentes entre la multitud para provocarla; que los que protestaban eran meros turistas acusados de falsedades por el departamento de justicia demócrata y denostados por la sesgada prensa oficial; que los policías mostrando sus heridas y traumas eran “actores de crisis”. Podemos asegurar, hoy, que los hechos y las mentiras constituyen ambos lados del mismo argumento, tienen igual peso público. Mentira uno: Biden no ganó la elección, no es un presidente legítimo. Mentira dos: los resultados de la votación no son de confiar, como fue anunciado constantemente por Trump durante la campaña. Mentira 3: los que sostienen estas tesis son los verdaderos patriotas, no los 150 millones que votaron. La evidencia en contrario no es válida. Punto.

Tenemos entonces que el asalto al Capitolio, que dejó heridos a 150 policías y siete muertos, sin perjuicio de la mancha imborrable sobre el proceso democrático, solo fue “un día de enero” como lo señaló el vicepresidente Pence. Para la mitad de los republicanos que aseguran que los asaltantes estaban allí para proteger la democracia, cualquier referencia al 6 de enero como un acto de extrema violencia contra esta misma democracia es un pie de página, una exageración de la prensa liberal, una negación completa de su relevancia.

Biden contraataca con una pasión que sorprende a su audiencia. “El dolor y las heridas de ese día son profundas…hay autócratas en otros países y en algunos de nuestro estados que pronostican la muerte de nuestro sistema político. Pero ello no ocurrirá, en la medida que busquemos la verdad. Solo ello nos permitirá sanar. El mundo necesita a nuestro país. Este no fue creado por los estados, sino por nosotros, el pueblo. Sigo convencido de que esta es una batalla por el alma de esta nación”.
El imperio hegemónico del norte se mira a sí mismo y le cuesta reconocerse. Todo parece estar al revés. La pandemia, la inflación, los proyectos emblemáticos del presidente, la investigación del comité sobre el 6 de enero con el cual los republicanos se niegan a cooperar, la doctrina Trump que ya no necesita a Trump para operar en favor o en contra de los candidatos a las elecciones midterm según su grado de lealtad al caudillo, la violencia racial, la desconfianza en sus instituciones, la devastación climática. Todo ello solo en el frente interno; el externo es otra historia.

Cuentan que sobre la chimenea del salón en la Casa Blanca, hay una inscripción atribuida John Adams en 1800: “May none but honest and wise men ever rule under this roof.” Roosevelt ordenó grabarla en ese lugar en 1945, como lección del dolor de la guerra luego de haberla ganado, y como recordatorio a los que lleguen a vivir allí. ¿Qué dirían hoy esos hombres honestos y sabios? ¿Cómo protegerían la democracia puesta en peligro por los deshonestos? ¿Cómo probarían la verdad? El imperio hegemónico del norte se mira a sí mismo y le cuesta reconocerse. Todo parece estar al revés. La pandemia, la inflación, los proyectos emblemáticos del presidente, la investigación del comité sobre el 6 de enero con el cual los republicanos se niegan a cooperar, la doctrina Trump que ya no necesita a Trump para operar en favor o en contra de los candidatos a las elecciones midterm según su grado de lealtad al caudillo, la violencia racial, la desconfianza en sus instituciones, la devastación climática. Todo ello solo en el frente interno; el externo es otra historia.

23 de diciembre de 2021 - Biden: Annus Horribilis

El presidente Biden termina su primer año en la Casa Blanca con los más bajos índices de aprobación de todos los presidentes elegidos en tiempos modernos con la excepción de Trump. ¿Por qué? Mal que mal se trata de una buena persona, querido por muchos, estable, inteligente y de gran experiencia política. Ha puesto en marcha medidas populares, incluso algunas con apoyo de los republicanos. Su mega proyecto de infraestructura ha sido aprobado en el Senado, la economía del país está razonablemente equilibrada, el desempleo a la baja, la bolsa y las tasas de interés bien comportadas.

En este escenario quizás sea procedente recordar que Biden fue elegido “por accidente”. En otras palabras, su victoria de debió a una ansias desesperadas de “normalidad” que su predecesor había hecho trizas. No estaba prescrito que intentara ser un líder transformador como Roosevelt o Johnson. No son esos los modelos aplicables a Biden, ni en personalidad ni en capital político. Aun así, ha hecho enormes esfuerzos para inspirar y unificar su partido y su país.

 Lo que pasa, dicen los observadores, es que los presidentes son generalmente recompensados por gobernar en los buenos tiempos, y aunque Biden ha hecho su trabajo con convicción y decencia, está pagando el precio de la complejidad de los tiempos en que le ha tocado vivir.

Podemos hacer una larga lista de catástrofes, al centro de la cual está la pandemia y sus variantes, que surgen y oscilan sin aviso y dramáticamente. Estados y personas que tienen como ideología el no vacunarse, a los cuales ha sido imposible convencer. La inflación como amenaza letal, se supone como consecuencia de los generosos subsidios por Covid.

 La Corte Suprema amenaza con suprimir el derecho al aborto en todos los estados, la horrenda huida de Afganistán sigue presente en la memoria colectiva. La promesa de cambiar el estado individualista por uno solidario que apoye a los más vulnerables a través de su proyecto Build Back Better, creando una red de seguridad social en salud, educación temprana y cuidado, postergado una y otra vez porque un senador demócrata que tiene el voto decisivo se niega a aprobarlo.

La violencia racial en aumento, balaceras al azar que matan niños en los colegios y caminantes en las calles. El fracaso de legislar sobre el control de armas. La desconfianza de la juventud en un futuro menos precario. La mentalidad de sospechar de todo y vivir en estado de amenaza permanente. La mentira como estrategia de comunicación que convierte en no creíbles a los que intentan responder con hechos. Y todo esto es solo en el frente interno. Lo externo será para otra historia.

Lo anterior, sin embargo, palidece ante la verdadera crisis que corroe a Estados Unidos: el retroceso de la democracia (democratic backsliding). La así llamada Gran Mentira de que la elección le fue robada a Trump es verdad hoy para el 60% de los republicanos. El movimiento ha tenido muy poca oposición y ha llevado a sus ideólogos a montar una estructura en los estados con legislaturas republicanas, conocida como Stop de Steal. Consiste en cambiar los límites de los distritos, los procedimientos de votación y los plazos para contar votos. También en la manipulación de los funcionarios encargados del proceso, así como en la designación de los electores que deberán elegir al presidente. La politización de las cortes y juzgados estatales tampoco ayuda, han demostrado no ser imparciales. Este montaje ataca como un virus la esencia y calidad de la democracia, y está para quedarse por lo menos hasta las próximas elecciones en las que se especula Trump será candidato y puede ganar.

Estamos, sin duda, frente a una profunda crisis producto del colapso de la confianza, sostienen los analistas. Ésta definida como la creencia que la sociedad se compone de individuos independientes, que comparten ciertos valores morales, que tienen un sentido sobre lo que es correcto en una situación dada. Biden, dicen, conserva impolutos esos valores, pero le ha tocado liderar a un pueblo que en su mayoría ya no cree en ellos. Se enfrenta a un país quebrado donde predomina un ánimo agresivo de destrucción de las instituciones, de adversarios considerados enemigos. Un país en el que “America the Beautiful” ese himno colectivo de fe y esperanza ya solo se canta en los club de jazz de las grandes ciudades.

27 de septiembre de 2021 - Estados Unidos: Un imperio cansado

“Por primera vez en veinte años estoy frente a ustedes representando a un país que no está en guerra. Hemos dado vuelta la página. Todo está por delante. Seremos líderes, pero no lo haremos solos. El mundo está de duelo, lleno de dolor, pero tenemos un futuro colectivo basado en nuestra común humanidad.” Así comenzó el primer discurso de Joe Biden ante la Asamblea General de Naciones Unidas hace unos días.

Joe Biden en Asamblea General de Naciones Unidas

Luego se refirió al punto de inflexión en que estamos y lo decisivo de nuestros actos en esta década. Afirmó no estar dispuesto a sacrificar los valores de su país y los principios de la ONU en la persecución de poder. Se acabaron las guerras, sostuvo, hay demasiados desafíos urgentes que requieren una diplomacia infatigable a través de la cooperación y el multilateralismo, ya que el éxito de su país está atado al éxito de los otros. Desmintió estar buscando una nueva guerra fría, pero declaró estar vigilante frente al terrorismo, dejando el poder militar como último recurso. Su mayor énfasis estuvo en aquello que los chilenos ya conocemos: la necesidad imperiosa de escuchar el clamor de la gente por dignidad, el que no es posible ya silenciar.

Estados Unidos abandona Afganistán tras 20 años

Sus palabras fueron bien recibidas por los que estaban en la sala. No así por gran parte de sus conciudadanos, los que más bien dudan, no de sus intenciones, sino de su capacidad de cumplir estas promesas. Es verdad que los norteamericanos no han sufrido ataques terroristas en su tierra desde 9/11, pero ello no parece sentirse como un triunfo. Más bien consideran – en su mayoría – que la arrogancia imperial ha ido demasiado lejos.

Cuatro presidentes sucesivos comparten el legado de guerras ruinosas y fracasados intentos de construcción de naciones. La “guerra al terror” lanzada por Bush ha significado internamente un deterioro de las libertades civiles, la expansión de una vigilancia masiva sobre las personas, y una profundización de las divisiones políticas que ha hecho imposible avanzar la audaz agenda social de Biden. Para colmo, sostienen ciertos observadores, la máquina de guerra y de derrotas se ha extendido por el planeta, país por país, incluyendo tortura oficialmente autorizada (Guantánamo, Abu Gharib), violaciones indescriptibles a los derechos humanos, desplazamiento de refugiados, hambre, miseria, todo en nombre de la seguridad de los EEUU.

Entretanto el público norteamericano se paralizó y se tornó insensible a estas batallas libradas en territorios lejanos desconocidos. Las cifras de muertos civiles y militares, los trillones gastados, los drones asechando, las operaciones clandestinas, afectaron la vida de los pueblos locales, pero fueron irrelevantes en las vidas del americano medio. Se construyó una narrativa ideológica interna para justificar un estado de máxima seguridad en el que la amenaza del terrorismo estaba en todos lados y su cometido era destruir la civilización occidental tan valorada por sus habitantes. Donald Trump lo entendió y construyo el mito del “carnage” alrededor de las amenazas externas e internas, con gran éxito. Pero esa es otra historia.

Esta historia es la de un imperio que quiso crear una realidad alternativa, una ilusión de ser indispensable, una fuerza democratizadora global. Los analistas hablan del “hubris” como el gran pecado de su propia sociedad. Significa excesivo orgullo, arrogancia, presunción de grandeza, “desafío a los dioses” como lo definieron los griegos. Pero con el tiempo estas elites dejaron de conducir el proceso, ahora son meros pasajeros, en un país que quiere ser como los otros. Consideran que el foco en el terrorismo de estas últimas dos décadas los han distraído de los verdaderos desafíos del siglo XXI : vacunas, cambio climático, catástrofes naturales, estados que se rebelan contra derechos adquiridos, una Corte Suprema ultra conservadora, violencia racial en aumento, policías corruptos, inmigración sin humanidad ni refugio.

Pero se preparan otras confrontaciones, aun mientras Biden anuncia sus buenas intenciones. Las oportunidades que estas décadas de guerra dieron a otros poderes globales ya están en marcha. El PC chino es el gran vencedor, al mando de la potencia emergente. Rusia hackea elecciones, Afganistán cuenta sus muertos, las mujeres vuelven a la oscuridad de sus burkas, aparecen autócratas desconocidos, la supremacía blanca reina al interior. 

Periodista Clarissa Ward usando niqab un día de despues de la llegada de talibanes al poder

El súper poder unipolar está herido. Busca su propia dignidad, y se pregunta por enésima vez como llegaron a creer que era posible desafiar a los dioses.

07 de septiembre de 2021 - Los aviones de septiembre

Once de septiembre. Otro aniversario más. Por eso este relato, donde intento distinguir el tiempo largo de la historia y el tiempo corto de la memoria, como se conjugan, dialogan, y se reconocen. Y también como cada tiempo tiene su autonomía, su lenguaje, su escenario. Lo ocurrido y lo recordado, los hechos y el dolor. Y lo aprendido, años después, sobre ese día, sobre nosotros mismos, y sobre los tiempos que siguieron.

Tanques en el centro de Santiago

En las calles del centro, esa luminosa mañana que anunciaba ya la primavera, solo se veían tanques y soldados. Los que allí trabajaban habían regresado a sus casas, ansiosos por saber que pasaba. De pie en la azotea de mi edificio, mirando hacia el poniente, vi llegar los aviones. Iban muy ordenados, como en la parada militar, rugiendo como tigres hambrientos, directo a la misión encomendada. Circularon sobre La Moneda, se alejaron y luego regresaron, desprendiendo de su estómago unos cilindros largos y negros. Ya era el mediodía y todo transcurría como estaba planeado.

Ataque al Palacio de La Moneda

Las bombas cayeron justo en el blanco pero sin ruido. Se levantaron nubes blancas de humo, redondas y agiles, que por un momento taparon el sol. Luego las llamas salieron veloces desde las ventanas del segundo piso, por esos balcones frente a los que habíamos desfilado tantas veces entonando nuestras convicciones. Pero fue la bandera en lo más alto del techo lo que quedó impresa en mi memoria. Se quemaba de a poco, lentamente, con dolor, como si no quisiera morir. Comprendí en ese instante que todo se había terminado. La patria que queríamos inventar agonizaba. Las grabaciones rescatadas después de esa mañana se refieren a la “misión cumplida”. La Moneda tomada. El presidente muerto.

Bomberos retiran del Palacio de La Moneda el cuerpo sin vida de Salvador Allende

En otro día soleado de septiembre, que ya no era el mío, vi como los habitantes de la ciudad corrían desesperados por las calles, llenos de terror, alejándose de la Casa Blanca. Había nubes de humo negro al otro lado del rio. Un avión gigante, plateado y azul había caído sobre el Pentágono.

Trabajadores evacuando el Pentágono

Se habían derrumbado en Nueva York las torres norte y sur. Todo estaba en llamas. Venia otro avión en camino, se decía, justo hacia nosotros en pleno centro de la capital. Pero no llegó; sus pasajeros lo impidieron con sus propias vidas.

Torres gemelas

Camino otra tarde en otra ciudad vacía. Solo las iglesias están abiertas, ofreciendo su espacio para los que quieran rezar. Perece ser lo único posible para tratar de no ver las imágenes de cuerpos calcinados volando por los aires directo hacia la muerte. El alcalde reparte bolsas, como las que se usan en los campos de batalla, y nos explican que son para los pedazos desmembrados de los muertos. Aparecen expertos de todos lados intentando explicar el origen del terror. Pero no logran dar con la historia, ésta no calza con el espanto que estamos viviendo.

St. Paul's Chapel en la Zona Cero

Llaman a donar sangre, pero es un esfuerzo inútil, están todos muertos. El Ministro de Defensa, jefe omnipotente de todos los ejércitos del país más poderoso del mundo, escarba entre los escombros y llora sin consuelo.

Filas para donar sangre

Sí, estamos de aniversario. Nosotros los de entonces y los de ahora, encerrados en una pandemia que acarrea muchos más muertos que los aviones y las torres, mirando diariamente dolor y destrucción en otras tierras. Pero seguimos haciéndonos preguntas, quizás para engañar a la memoria y quizás rogando al universo y a sus dioses para que nunca más nos maten los aviones de septiembre.

08 de agosto de 2021 - We The People

“Nosotros el pueblo”, la tan amada y venerada constitución de los Estados Unidos está dejando de ser sagrada para su pueblo. Aquella que nació de la promesa tantas veces invocada “sostenemos como evidentes estas verdades: que los hombres son creados iguales; que son dotados por su creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos derechos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad” ha envejecido. O al menos eso dice un grupo de expertos convocados por el New York Times en un proyecto único que apunta a revisar con ojo crítico este cuerpo legal promulgado en 1788, con la idea de proponer cambios sustantivos que sean el reflejo de estos tiempos. Estados Unidos era entonces un país joven, sostienen. Ha crecido bajo la premisa de que su idea de país era tan maleable como las etapas de su historia. El país expandió sus fronteras, abolió la esclavitud, amplió los derechos individuales, recibió olas de emigrantes que fueron imprimiendo sus diferencias. El gobierno agregó y suprimió funciones, modificando la constitución para adecuarla a los tiempos. Fue, sin duda, un experimento sin descanso.

Pero ya no es joven, se lamentan. De ser un lugar excitante y ágil, se ha vuelto malhumorado y blando. Ese país que sobrevivió la Prohibición, las guerras y creó la seguridad social, ahora se pasa una década discutiendo cual debe ser el rol de Estado en el sistema de salud. El país que fue a la luna se encoge y se resiste ante los desafíos del cambio climático. Su valiente y expansiva imaginación política se ha atrofiado.

Hay razones, por supuesto, para haber llegado a este punto. Los expertos consultados están de acuerdo que la intensa militancia en partidos políticos antagónicos hace casi imposible crear coaliciones para cambios importantes. Tampoco es que todo cambio anterior haya sido bueno, enfatizan. El boom económico de la era industrial se construyó sobre el sudor y la sangre de trabajadores explotados; la expansión hacia el oeste diezmó las tribus de pueblos originarios. Sin embargo, en su juventud el país tuvo confianza y no temor al futuro. ¿Será posible, se preguntan, recuperar ese espíritu innovador e inquieto, esa inclinación a correr riesgos que fue parte de su formación? ¿Qué habría que cambiar?

Como buenos expertos el grupo de sabios convocado tiene múltiples ideas. Entre ellas está que el concepto de “persona” debe aplicarse a toda vida humana, nacida o no nacida; que todos tienen el derecho a la privacidad de sus pertenencias y de sus datos; que ningún estado ni ciudad puede restringir el movimiento de personas. Los dardos más pesados caen sobre la Corte Suprema y sus sistema de 9 miembros designados de por vida. Estiman que tiene demasiado poder y no representa a las mayorías, ya que el gobierno de turno designa a los jueces. Proponen aumentar sus ministros hasta 16 cada dos años y coartar su poder absoluto sobre las cortes de los estados.

Después de todo, Thomas Jefferson (autor de la constitución) era un convencido de que ninguna constitución debía durar más de veinte años. “Si dura más que eso, ya no es un derecho, es un acto de fuerza”. Pero hace cincuenta años que ésta permanece sin modificar, y ya no sirve para estos tiempos de estallidos sociales y políticos, con demandas de la derecha y de la izquierda para grandes reformas a la distribución del poder. Pero el sistema de reforma no da para ello. Y nosotros los chilenos bien sabemos a que se refieren. Los fundadores establecieron quórums supra numerarios (los famosos dos tercios) en ambas cámaras, seguidos de ratificación de por lo menos tres cuartos de los estados de la Unión, o sea 38 hoy día. Para esta ratificación hay un plazo, si no se pronuncian muere la iniciativa, lo que ha ocurrido innumerables veces. En la vida de este cuerpo legal, se han presentado por lo menos 12,000 modificaciones. Solo 27 han sido aprobadas, las así llamadas enmiendas. Este record habría espantado a los padres de la patria, que confiaban ciegamente en que generaciones futuras serían las encargadas de enmendar sus errores y estar a la altura de los tiempos.

Creí pertinente contar esta historia en estos días en que NOSOTROS, ESTE PUEBLO, está embarcado en la gesta histórica de una constitución nueva. ¡Que lujo hemos tenido de poder hacerla en democracia! ¡Que confianza demuestra en el futuro y en los que hemos escogido para ello! Porque debemos reconocer que somos todavía un país joven a pesar de lo mucho vivido, y somos titulares de derechos inalienables como la vida, la libertad y en especial la búsqueda de la felicidad.

21 de julio de 2021 - Donald Trump: Libros reveladores

El General Mark Milley, Comandante del Estado Mayor Conjunto del Ejército, la Marina, la Fuerza Aérea y los Marines de Estados Unidos no podía creerlo. Era la mañana del 6 de enero en Washington DC. Una turba enloquecida asaltaba el Capitolio. En completo estado de shock, mientras miraba por televisión los hechos desde su oficina en el Pentágono, citó a los comandantes de cada rama para organizar la defensa de la ciudad y del país frente a lo que, estaba seguro, era un golpe de estado. Lo que ocurría afirmaba su convicción de que el todavía Presidente Trump era el clásico líder autoritario sin nada que perder. Comentó a sus ayudantes que sentía un aterrador dolor en el estómago al comprobar que estaban frente a una repetición de los hechos iniciales del fascismo del siglo XX en Alemania, y como estudioso de la historia podía asegurar que había un paralelo entre la retórica de Trump sobre el fraude electoral y la insistencia de Hitler a sus partidarios en los masivos mitines de Nuremberg, en los que aseguraba que él era la víctima y también el salvador.

“Estamos en un momento Reichstag. Lo que está ocurriendo es el evangelio del Furhrer. Los camisas pardas nazis que nos rodean son los mismos con los que combatimos en la segunda guerra mundial. Cerraremos la ciudad con un anillo de acero, no permitiremos que entren. Pueden intentarlo, pero por la mismísima mierda no tendrán éxito. Esto no puede hacerse sin los militares, sin el FBI y la CIA. Somos nosotros los que tenemos las armas.”

Esta es solo parte de la narrativa interna sobre la incitación de Trump al asalto y su propia falta de acción al respecto. Luego de cientos de horas de entrevistas con más de 140 personas , incluyendo altos funcionarios de la administración, amigos y asesores del presidente, la mayoría de los cuales hablaron desde el anonimato, dos periodistas del Washington Post – Rucker y Leonning – han publicado un libro llamado “I Alone Can Fix It”, que promete ser un total éxito de ventas.
Sabemos que la historia grande contiene otras muchas historias que se van tejiendo con el tiempo. La administración Trump ha dado lugar a una copiosa literatura, y seguirá dándolo. También sabemos que – a pesar de su imperialismo hegemónico en decadencia y su democracia aportillada – los norteamericanos son expertos en el periodismo de investigación, y los que lo practican tienen el rigor necesario para ser creíbles e intensamente leídos. Es el caso de otro libro aparecido esta semana, llamado “Landslide. The Final Days of the Trump White House”, escrito por el reputado periodista Michael Wolff.
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En estas páginas, el presidente es descrito como un auto referente obsesivo, delirante e incompetente, sin ningún interés en el trabajo de gobernar, que no lee ni escucha los briefings, que pasa horas mirando televisión conservadora, y hablando por teléfono con sus fans. Si alguien le dice algo que él no quiere oír, margina a esa persona o lo despide, mientras encuentra a otro que lo escuche, aunque no tenga una función oficial. La noche de las elecciones presidenciales cada uno de estos atributos se vio multiplicado a mil. Al principio de los escrutinios, cuando los números estaban a su favor, Trump decidió que había ganado. Luego de ser evidente que ello no era verdad, armó un “equipo de realidad alternativa” dirigido por Rudi Giuliani, su famoso abogado y servidor. La misión de este equipo era hacerse cargo de (y en su defecto inventar) todas las teorías conspirativas posibles y las “fantasías estratégicas” para cambiar el resultado.

Sabemos lo que ocurrió después, pero el libro contiene detalles de esa noche que ninguna ficción podría inventar. Como la desesperación de los hijos de Trump para convencerlo de que había perdido, el hecho que Giuliani estuvo totalmente borracho durante todo el proceso, los llamados frenéticos a los canales de tv para que cambiaran los resultados, y la confianza ciega en sus masas de adoradores (por lo menos un cuarto del total de votantes), quienes le atribuyen al presidente “propiedades mágicas” basadas en su capacidad digna de un genio para satisfacerlos. La narrativa de Wolff contiene afirmaciones y citas escalofriantes, aunque ninguna peor que la del final. Según él, Trump será candidato en 2024 y puede ganar. Sin embargo, sostiene, esa administración “terminará en lágrimas.”

17 de junio de 2021 - Biden, G7 Y Putin

“Este primer viaje como presidente estará enfocado en la defensa de la democracia tanto en nuestro país como fuera de él. Pienso dejar muy claro, en cada lugar, que Estados Unidos está de vuelta. Y que las democracias del mundo están unidas para enfrentar los enormes desafíos que marcarán nuestro futuro”.
 
Así comenzaba la visita de Joe Biden a Gran Bretaña, sede la cumbre del G7 la semana pasada. El bello condado de Cornwall lo recibió con cielos despejados; el mar muy azul fue el marco de fotos y paseos sin mascarillas, mientras los colegas líderes de las economías más prósperas de mundo se preparaban para “tomarle el pulso” a este nuevo integrante del grupo sin poder evitar las comparaciones con su antecesor.
 
 Biden estuvo plenamente a la altura de lo esperado, ya que se preocupó de acoger a cada uno de ellos – que habían sido mirados en menos por Trump – enfatizando que las naciones deben unir fuerzas alrededor de la pandemia, el cambio climático, el libre comercio, y los obstáculos representados por China y Rusia. “El mundo necesita esta reunión, y debemos ser honestos en reconocer que el orden internacional y la solidaridad han sido desgarrados por Covid, ya que algunos países han sido reducidos a mendigar a los vecinos en una búsqueda desesperada de insumos de protección, medicinas, y ahora mismo, vacunas. No existe un muro que nos salve, nadie estará protegido hasta que todos lo estemos.”
 
Y así continuaron las reuniones bilaterales y colectivas, ampliamente reportadas por la prensa de todos los países, destacando los intereses particulares que cada uno tenía con Estados Unidos y la Unión Europea.
Con Gran Bretaña se discutió en términos duros el conflicto en Irlanda del Norte como consecuencia del Brexit, con Alemania su opción del comercio privilegiado con China, con Francia el retorno al Acuerdo Climático de Paris, con la UE el respeto a la multilateralidad y el afecto especial y recíproco con sus miembros. (Como siempre, la única mujer jefe de gobierno fue Angela Merkel, y Ursula van der Leyden de la UE).
 
Joe Biden y Angela Merkel
Joe Biden y Ursula Van Der Leyden
Hubo acuerdo que el presente era un punto de inflexión en la historia del mundo, donde habrá que probar que las democracias solo perdurarán si son capaces de capturar las oportunidades de esta nueva era. En todo momento fue evidente que las autocracias china y rusa estaban en la mente de los participantes, variando entre ser obstáculo u oportunidad para el desarrollo, y manifestando dudas sobre su capacidad de responder a las crisis globales.

Pero la guinda de esta torta era Vladimir Putin. Se juntó con Biden en Ginebra el último día. El saludo entre ambos fue gélido pero cortes. Se sentaron a más de un metro de distancia, por tres horas. La agenda de ambos era nutrida, incluía una lista larga de disputas sin ninguna posibilidad de resolución, y tampoco de un vínculo personal que pudiera servir de puente en el abismo que separa a ambos países.

Vladímir Putin y Joe Biden

Los ataques cibernéticos, la interferencia en las elecciones, la represión a los disidentes, Ucrania. Biden se abstuvo de los calificativos previos a Putin (“es un asesino”) y éste se refirió a Biden como un “profesional equilibrado y experimentado”. Cuentan los observadores que fue una relación tensa y frustrante, aunque ambos hicieron esfuerzos por mantener una semblanza de civilidad mientras combaten a muerte en el ciberespacio. Putin comentó irónicamente “no nos miramos a los ojos, ni nos vimos el alma, ni nos juramos eterna amistad”. Quizás estaba marcando el contraste con su relación con Trump.

Vladímir Putin y Joe Biden

Pero este cuento solo está empezando. Veremos muchas más cumbres en bellos lugares, cordialidad y discrepancias, conflictos y acuerdos. Como un paseo de curso de viejos amigos del colegio, velando por su gente y por su poder, tratando de construir lo que cada uno entiende por bienestar, conscientes del futuro y de su legado, haciendo historia con vacunas y misiles. Godspeed.