por José Miguel Insulza
En EE.UU. existe una fuerte polarización, dos candidatos conocidos con más rechazo que apoyo y sin una propuesta realmente inspiradora para un país que sigue siendo, a pesar de todo, la mayor potencia mundial.
La posibilidad de que Donald Trump vuelva a ser elegido Presidente de Estados Unidos en noviembre próximo parece cada vez más cierta. Es verdad también que esta afirmación, repetida por la gran mayoría de la prensa norteamericana, de todas las tendencias, puede parecer muy prematura. El proceso recién comienza y Trump ganó con un 52% las Asambleas (caucus) del Estado de Iowa, pero ese es un resultado pequeño y el candidato aún está siendo excluido de la papeleta electoral en dos estados y procesado en varios más; una mayoría de estadounidenses no quiere que sea Presidente y muchos comentaristas importantes afirman que ese escenario sería catastrófico para Estados Unidos. Pero el entusiasmo entre los partidarios de Trump es creciente y contrasta con el fatalismo de muchos otros ciudadanos, que ven con terror que la presidencia de Trump pueda repetirse, pero no imaginan cómo evitarlo.
Parece increíble que un candidato derrotado hace cuatro años, procesado en varios estados por delitos graves y rechazado por un gran número de la población aparezca como la primera opción. Por lo mismo, el año pasado surgieron varias opciones y el liderazgo de Trump pareció caer. Varios candidatos iniciaron precampañas, entre ellos el ex Vicepresidente Mike Pence, el gobernador de Florida Ron DeSantis y la ex gobernadora de Carolina del Sur y embajadora de Trump en Naciones Unidas Nikki Haley, junto a otros nombres menos destacados. Pero el proceso de pre primarias, con debates de bajos ratings fue ignorado por Trump, quien atacó desde fuera a algunos candidatos y centró su presencia pública en los supuestos fraudes que lo habían sacado del poder y en la defensa de su gobierno.
Los continuos ataques en su contra parecen haber tenido el efecto contrario al que buscaban los adversarios de Trump: lo mantuvieron en el centro de la noticia, mientras la gran mayoría de los republicanos, que lo habían apoyado tan vigorosamente en 2020, volvieron a agruparse en torno a él, para defenderlo. Hoy, mientras arrecian los juicios en su contra, son más que hace dos años los electores republicanos que creen que el ataque al Capitolio fue una manifestación pacífica y que Trump fue víctima de un fraude, que nadie ha sido capaz de demostrar.
La división del país se ha hecho más y más profunda, el debate político gira en torno a la migración y la supuesta decadencia del país, sus temas favoritos. Y las cifras de Trump mejoran día a día; aunque aún tiene más rechazo que aprobación, las preferencias lo ponen cada vez más lejos de todos sus contrincantes, la mayor parte de los cuales ya abandonaron la batalla. Trump había perdido Iowa en la pasada elección; ahora la ganó fácilmente. Del grupo de precandidatos que participaron en debates e hicieron campaña la mayoría de los cuales se han retirado, varios declarando su apoyo a Trump y la única pregunta que queda es hasta cuando resistirán los dos que quedan, Haley y DeSantis, ya presionados por la falta de apoyo y recursos.
La elección primaria del próximo martes en New Hampshire, un estado pequeño y con votantes republicanos más moderados, podría ser la última oportunidad para Nikki Haley. Ron DeSantis, hasta hace poco primer aspirante también se ha quedado dramáticamente atrás, pero seguramente esperará a la primaria de Florida; podría ganar su Estado, desde luego, pero eso no basta. Además, ambos compiten con agendas similares a las de Trump y no han conseguido prender en la competencia para ser la estrella de la derecha conservadora, a pesar de sus esfuerzos por ser “más trumpistas que Trump”. Haley, que proviene del Estado por el cual entraban a América la mayor parte de los esclavos, negó en un debate que la Guerra Civil haya tenido que ver con la esclavitud. Fue ampliamente criticada, pero eso no consiguió mover más su campaña.
El lado más liberal del Partido, ya casi extinguido, no enfrentará tampoco a Trump. Mike Pence ya se retiró y Mitt Romney, el ex candidato presidencial que compitió contra Obama en 2012 y es tradicionalmente reconocido como el mayor oponente a Trump, ha anunciado ya que no repostulará a reelegirse senador por el estado de Utah en las elecciones de noviembre y abandonará la política.
Pero esto es aún en el bando republicano. Lo más grave para los adversarios de Trump ocurre en el campo demócrata, donde el Presidente Joe Biden, el único que ha declarado su decisión de postular sigue cayendo en las encuestas por su gestión en el gobierno, que una mayoría amplia de ciudadanos rechaza; un 36% de aprobación para Biden es menos que cualquier Presidente anterior a estas alturas de su mandato, con la excepción del propio Trump. Peor aún, recientes encuestas muestran también que la mayoría de los votantes demócratas creen que Biden no debería postular de nuevo. En otros términos, el drama de Biden es que los que creen que podría oponerse con éxito a Trump van disminuyendo, mientras caen también las cifras favorables a su gestión presidencial.
Las últimas encuestas dan al Presidente un promedio del 36% de aprobación y un número creciente de electores demócratas creen que él no debería postular a la reelección. Pero no surgen figuras nuevas y el tiempo para lanzar campañas efectivas es cada vez menor. La Vicepresidenta Kamala Harris ha mostrado tan bajo liderazgo nacional, que se duda incluso de que pueda integrar de nuevo la fórmula demócrata. Y los líderes del partido que hace cuatro años impusieron la candidatura de Biden, como “el único” que podía derrotar a Trump, no parecen ser esta vez capaces de levantar otra opción creíble.
La gran paradoja de la elección norteamericana es, entonces, que los dos candidatos declarados hasta ahora tienen cifras negativas en las encuestas. Pero mientras el “trumpismo” está creciendo y reúne cada vez más adherentes en el electorado republicano, la opción de una reelección de Biden tiene cada vez menos adherentes, él mismo no parece dispuesto a reconocerlo y no hay otros precandidatos en el bando demócrata disponibles para competir.
Quedan aún diez meses para la elección presidencial y muchas cosas pueden ocurrir: a estas alturas de la campaña de 2020 Biden era un candidato más del montón, Trump estaba enredado en la pandemia del Covid 19 y Harris era la estrella demócrata naciente. Pero en las actuales condiciones todo parece indicar, al menos, que el tema de la elección de noviembre será nuevamente Donald Trump; y está vez su ventaja sobre Biden es cada vez mayor y no hay otros demócratas disponibles para probar fuerzas esta vez. El Partido Republicano es ya casi irremediablemente suyo; los que alguna vez lo desafiaron en los últimos años se van quedando solos o van reconociendo su liderazgo. En el Partido Demócrata no hay ningún entusiasmo por reelegir a Biden y no ha surgido nadie disponible siquiera a competir con él. Y si la agenda de noticias sigue siendo la actual, los temas serán los juicios de Trump, lo ocurrido en enero de 2021, los fraudes electorales, la crisis económica y la migración, todos ellos poniendo el foco en el personaje central, para votar por él o rechazarlo.
La polarización y parálisis del sistema político norteamericano no parece reducirse, sino que aumenta día a día. La euforia trumpista y el desgano electoral demócrata apuntan en una sola dirección: no sería extraño en realidad, que después de unas pocas primarias más, las restantes sean poco concurridas, con candidatos únicos, conduciendo a un similar escenario en noviembre: una elección entre Trump y Biden. Y el presagio es que, en un universo dividido, dominen y ganen la elección los entusiastas, aunque estén equivocados y pierdan los que carecen de propuesta viable, aunque la razón esté de su lado.
Esto ha ocurrido antes en la historia de Estados Unidos. En la segunda mitad del siglo XIX, entre el periodo de Lincoln y la irrupción de Teodoro Roosevelt, los Presidentes se sucedían unos a otros con poca votación y sin dejar ninguna huella importante en su gestión. Pero ese es el periodo del llamado “destino manifiesto: el país crecía impetuosamente; se expandía como nunca hacia el Oeste, con la ocupación de vastos territorios; su crecimiento económico era cada día más floreciente y su presencia y prestigio aumentaba en el mundo, como una verdadera tierra de promisión. Mientras esa bonanza duró, la debilidad de la conducción política no importaba demasiado. Con las crisis de fines del siglo XIX y comienzos del XX, junto al fin de la expansión, la necesidad de un estado más fuerte y una conducción más eficaz, se hicieron indispensables.
Hoy la situación es radicalmente distinta y nadie parece negarlo. Estados Unidos necesita superar la parálisis y la inestabilidad para enfrentar sus muchos problemas económicos y sociales y los desafíos que le provienen del resto del mundo. Y la debilidad de su conducción es cada vez más notoria, provocando dudas incluso entre sus aliados más fieles y tradicionales acerca de su capacidad para conducir el sistema internacional que él mismo creo.
Ese es el mayor contrasentido de la próxima elección de noviembre. Y hasta ahora las cosas parecen ir por el peor camino posible: una fuerte polarización, dos candidatos conocidos con más rechazo que apoyo y sin una propuesta realmente inspiradora para un país que sigue siendo, a pesar de todo, la mayor potencia mundial.
Publicado en ELLIBERO