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El retorno Demócrata y el nuevo escenario electoral

por José Miguel Insulza

Kamala Harris ha usado bien su sonrisa en estos días, proyectando una imagen mucho más humana que la de su contrincante de rostro huraño, sarcástico y negativo. Los debates (si los hay, porque Trump no ha decidido aún) son el momento para decir las críticas más duras.

Cuando parecía que el destino de la próxima elección presidencial en Estados Unidos ya estaba sellado y que Donald Trump sería el próximo Presidente, el segundo, después de Grover Cleveland, en ser elegido en dos períodos no sucesivos, el Partido Demócrata pareció despertar de su letargo. A pesar de la tardanza de Biden y su equipo en comprender que el daño del 27 de junio era irreparable, es importante anotar la unidad y velocidad con que se desencadenaron los hechos, una vez que Biden decidió renunciar a su candidatura y con ello puso en marcha un veloz proceso de reanimación. 

Esa renuncia fue seguida por el reconocimiento afectuoso de la mayor parte de los dirigentes de su partido, por la proclamación de la Vicepresidenta Kamala Harris como nueva candidata demócrata, nominada por el propio Biden y apoyada de inmediato por la mayor parte de los dirigentes demócratas, incluyendo al Presidente Clinton y Nancy Pelosi y culminando en el anuncio de que ya tendría a su haber el voto de más de 3.000 delegados a la Convención, lo cual le asegura su nominación en ese evento, que se inicia el 19 de agosto.

Todo eso ocurrió en 48 horas, desde el domingo 21 al martes 23 de este mes. Y la participación de los líderes nacionales del partido, coordinados entre sí, fue también muy notable. Si bien hasta el momento de cerrar este artículo todavía algunos (Obama, Bloomberg, Sanders) aún no han aparecido públicamente apoyando a Kamala Harris, la coordinación en cuanto a la salida de Biden y a los pasos siguientes fue visible. Al igual que lo ocurrido cuatro años antes, cuando los mismos líderes políticos y económicos del Partido Demócrata se coordinaron para actuar juntos, se priorizó la necesidad de impedir la nueva elección de Trump por sobre cualquier otra consideración. Esa vez Biden era indispensable y muchos candidatos debieron bajarse. Ahora, al contrario, Biden era prescindible y debía convencerse de eso. No fue fácil, pero comprendió otra vez que el tema de la elección es Trump y él no era ya el candidato ideal para enfrentarlo. Pero dejó en claro que seguirá en su cargo hasta el último día y nadie cuestionó esa decisión.

Pero la nueva unidad demócrata no es aún completa. Para lograrla Harris debería iniciar muy pronto una campaña dirigida a las minorías. Aunque proveniente de una familia de inmigrantes, Harris tiene muy poca afinidad con las etnias afroamericana y latina, que han sido esenciales en los éxitos electorales de los últimos años. La migración india a Estados Unidos es importante, pero en números menores; y además su ingreso per cápita es superior al PIB de la nación en su conjunto. Distancias similares existen con el mundo del trabajo, esencial para atraer a varios de los estados “de umbral”; como también con los sectores social demócratas que encabezan líderes como el ya mencionado senador Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortes. La protesta de jóvenes en universidades por los bombardeos en Gaza ha movilizado a un buen número de ellos en torno a la consigna del voto nulo o blanco. Si bien la necesidad de detener a Trump es común a todos estos sectores, su movilización en favor de la aspirante demócrata aún debe ser construida.     

Pero si la campaña de Kamala Harris consigue incorporar a todos esos sectores, ello no asegura que el elegido al final de los cuatro meses y medio de campaña no sea Donald Trump. Más allá de las nuevas decisiones demócratas, la campaña republicana está en marcha, progresa y las semanas que siguieron a su juicio en Nueva York, el momento más difícil para él, fueron de pleno éxito para Trump. Después de su triunfo en el debate del 27 de junio y de la solución parcial de los problemas legales, el candidato volvió a ser el personaje insolente, rudo y carismático que muchos estadounidenses apoyan. Y eso fue notorio en esas semanas, con numerosos actos, que culminaban pocos días antes de la Convención y alcanzaban su clímax con el “Milagro de Butler” (Pennsylvania) donde el candidato no perdió la vida por milímetros  y se levantó saludando a sus partidarios con un puño ensangrentado; y luego con una Convención Republicana caracterizada por la unidad y el entusiasmo, con marcadas imágenes nacionalistas y religiosas, en que las consignas del MAGA (Make America Great Again) se mezclaban con las alusiones a la protección de Dios para todos los componente de esta verdadera cruzada. Parecía que ya no habría réplica al notorio ascenso de Trump, milagrosamente salvado por Dios y luego proclamado en una Convención unitaria en la cual se respiraba aire de victoria y el héroe mismo parecía dueño de la situación.

A lo anterior se agregó un nuevo triunfo legal, con la decisión de la Corte Suprema, conformada por una mayoría formada durante su gobierno anterior, de consagrar la inmunidad del Presidente en todos los actos oficiales que realice durante el ejercicio de su cargo. Hoy Trump no es Presidente, pero la decisión evitará que sea juzgado en muchos de los casos aún abiertos de su administración anterior, especialmente en torno a sus actuaciones con ocasión del asalto al Congreso el 6 de enero de 2021. Y en el futuro, el Presidente podrá adoptar decisiones fuera de la ley, por ejemplo, en la expulsión de todos los inmigrantes ilegales que en varios actos de campaña ha prometido realizar si es elegido nuevamente. Si en ese intento de violencia masivo se producen muertes, Trump podrá alegar que sus órdenes están protegidas por la inmunidad que su Corte Suprema le ha concedido.

Es difícil recuperar el tiempo perdido ante un adversario que dispone de tantos recursos. Las encuestas ya realizadas oscilan entre 2 a 3 puntos de ventaja para el republicano. Además, no se debe olvidar que lo que cuentan no son los votos individuales, sino el voto mayoritario de los estados. Hillary Clinton tuvo una ventaja de 2.8 millones de votos y perdió la elección, al igual que Al Gore en 2000, que tuvo medio millón de votos más que George W. Bush; y hasta el ya mencionado Grover Cleveland perdió su primer intento a la reelección, teniendo mayoría de voto popular. Lo que cuenta entonces es el voto de los estados en que los pronósticos son estrechos; y en cinco de ellos, los más mencionados, Pennsylvania, Georgia, Wisconsin, Michigan y Arizona, las cifras actuales favorecen a Trump.

Para ganar la elección Kamala Harris tendría que mantener todos aquellos que aún están estrechamente en su favor (Virginia) y ganar al menos cuatro de los cinco “de umbral”. No es una tarea simple, pero sí alcanzable en una buena campaña.

La elección de su vicepresidente será una de las primeras decisiones que deberá adoptar Kamala Harris antes de la Convención que se inicia el 19 de agosto. Sus opciones en esto son limitadas. Es muy probable que esa nominación recaiga sobre un gobernador o senador de uno de los Estados “de umbral” antes mencionados. Josh Shapiro, gobernador de Pennsylvania, Andy Beshear, gobernador de Kentucky y Mark Kelly, senador de Arizona son algunos de los nombres que suenan con más fuerza para la candidatura demócrata a la vicepresidencia, pero hay pros y contras para ellos. El primero fue recientemente elegido gobernador del Estado de umbral mas grande, pero tiene poca experiencia política para ser vicepresidente. Beshear ha conseguido ser gobernador en un Estado tradicionalmente republicano, pero no parece muy posible que su éxito se traspase a la elección presidencial. Mark Kelly, ex astronauta que ingresó de lleno a la política cuando su esposa, congresista de Arizona, fue víctima de un atentado que mató a seis personas y quedó discapacitada, parece una carta perfecta, pero muchos piensan que su paso a vicepresidente significaría la pérdida de su escaño senatorial para el Partido Demócrata. Las otras dos personas calificadas cuando el candidato era Biden, no pueden ser opciones con Harris; la gobernadora de Michigan, porque un ticket no podría llevar dos mujeres; y el de Georgia, porque no puede llevar dos integrantes de color.

Esta campaña será, sin duda, una de las más rudas. Trump estaba ya denigrando a Biden cotidianamente y lo seguirá haciendo; aunque aún no ha inventado epítetos contra Harris, lo hará porque no puede evitarlo. Al mismo tiempo ha sacado partido de la persecución judicial de que habría sido víctima. Harris usará esa condición tomando la ofensiva y usando la imagen ya proyectada de estos días, de la Fiscal de Hierro y el Delincuente Convicto. Pero a la campaña de una candidata mujer no le conviene ir al campo de las injurias y denigraciones. Kamala Harris ha usado bien su sonrisa en estos días, proyectando una imagen mucho más humana que la de su contrincante de rostro huraño, sarcástico y negativo. Los debates (si los hay, porque Trump no ha decidido aún) son el momento para decir las críticas más duras. En la campaña más general, seguramente irá por un tono más positivo.

Mucho dependerá también de lo que ocurra en los últimos meses anteriores a la elección. Aunque Harris está en campaña, es la vicepresidenta y debe responder por lo que ocurra. Y aunque por lo general se dice que en una elección todo depende de lo que pase dentro del país, en la práctica más reciente, los temas de política exterior e “intermésticos” han adquirido preeminencia. Algunos de estos temas incluyen el endurecimiento de la relación económica y política con China; la inmigración ilegal que procede principalmente de América Latina; el tráfico de drogas, especialmente fentanilo; la guerra entre Rusia y Ucrania; el conflicto de Gaza; el auge del autoritarismo, de derecha e izquierda (incluyendo la situación en países de nuestra región; y las presiones chinas sobre Taiwán.

Kamala Harris fue encargada inicialmente por el Presidente Biden del tema migratorio, aunque ella siempre ha dicho que ese encargo, con resultados poco conocidos, no incluía la frontera sur. Trump ha hecho del asunto migratorio un eje central de su campaña, el que más lo enfurece y al cual se refiere en cada acto de campaña, incluido el de aceptación de su candidatura. En sus declaraciones más recientes ha atacado fuertemente al gobierno y ha incluido a Harris a quien califica como “Zar fronteriza de Biden”. Su último ataque fue muy directo y violento diciendo que “como resultado de sus políticas de inmigración peligrosamente extremas, la invasión más grande de la historia ahora está ocurriendo en nuestra frontera sur, y está empeorando, no mejorando”. Es muy probable que este sea un tema importante en los debates de campaña, con el estilo agresivo con que Trump acostumbra tratarlo.

Al cierre de este artículo, aparecen declaraciones en que, junto con atacar violentamente a Harris como “la fuerza impulsora ultraliberal detrás de cada una de las catástrofes de Biden”, la calificó de “lunática radical de izquierda”. En el mismo discurso acusó a Harris, quien ha propuesto dictar una legislación federal sobre el aborto, de querer “abortos en el octavo y noveno mes de embarazo, hasta el nacimiento, e incluso después del nacimiento, ejecutar bebes”. Las frases son un grave exceso, sin ningún fundamento, superior incluso a lo que Trump acostumbra para atacar a sus rivales, muestran hasta qué punto puede llegar la retórica perversa de esta campaña, que puede dividir a la sociedad estadounidense por mucho tiempo.

Mientras esto ocurría, Biden pronunciaba un discurso explicando su renuncia como motivada por la necesidad de defender la democracia y agradeciendo una vez más las oportunidades de una carrera política de más de 50 años. Más que un retiro de candidatura, pareció una despedida final, insólito para un Presidente que aún permanecerá en el cargo por cinco meses difíciles, en los cuales el diálogo electoral, necesario en toda democracia, podría ser reemplazado por el sarcasmo, el insulto y la agresión.

Senador de la República

Fuente:

El retorno Demócrata y el nuevo escenario electoral (ellibero.cl)

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