por José Miguel Insulza
Mientras los conservadores se despreocuparon inicialmente de las declaraciones de Trump, los liberales aprovecharon la oportunidad y desplegaron una fuerte campaña de defensa de la soberanía de su país.
Esta semana inició con la victoria del Partido Liberal en las elecciones de Canadá. El país de mayor tamaño en el hemisferio, primer inversionista extranjero en Chile, eligió el total de su Cámara de Representantes, que seguramente reelegirá al Gobierno del actual Primer Ministro.
El resultado de la elección parecía imposible hace pocos meses, cuando el entonces Primer Ministro Justin Trudeau debió renunciar y convocó luego a nuevas elecciones, forzado por la declinación de su popularidad y la de su partido, en medio del rechazo de varios de sus propios ministros. Los conservadores se aprestaban entonces a recuperar el mando perdido, con una ventaja de 24% en las encuestas de diciembre.
Y, sin embargo, en los cuatro meses siguientes, los liberales, encabezados ahora por Mark Carney, su nuevo líder, eligieron 169 miembros del Congreso; se impusieron en la mayor parte de las provincias del país y quedaron a tres asientos de tener la mayoría absoluta en el Parlamento. Entretanto, el líder del Partido Conservador, Pierre Poilievre, que hace tres meses se perfilaba aún como el próximo jefe de Gobierno, perdió su asiento, aunque su partido mantuvo una importante segunda mayoría, con 144 miembros. El Bloque “Quebecois”, que sólo existe en la provincia de Quebec, obtuvo 22 diputados; y el Partido Democrático (NDP), que hace algunos años era una tercera fuerza, ahora tiene 7, mientras su líder también perdió su asiento.
Un solitario miembro del partido verde completa la lista de 343 miembros de la Cámara de los Comunes, asamblea electa del Estado Canadiense. Un Congreso dividido entre dos grandes fuerzas, que será encabezado por un Primer Ministro que nunca había ocupado un cargo político y, en realidad, no necesita una mayoría para formar un gabinete estable, porque el partido de Quebec ya le ha ofrecido su apoyo y el DNP haría lo mismo.
¿Cómo pasó esto? La explicación no es difícil y se define en un nombre: Donald Trump. Si esto fuera un asunto de negocios, el Sr. Poilievre podría demandar al Presidente de Estados Unidos por los daños que le produjeron las declaraciones y acciones de Trump, que comenzaron el mismo día de su investidura, con su propuesta de convertir a Canadá en el Estado número 51 de su propio país; y siguieron con la amenaza de aplicar fuertes aranceles a las importaciones canadienses, ligándolos también el tráfico de fentanilo y la migración ilegal, que no tienen mayor gravedad en la frontera de ambos países (comparados con México) y en los cuales Canadá había ofrecido más cooperación. Estos anuncios agresivos provocaron un cambio repentino en el electorado canadiense, al reemplazar todos los demás temas del debate político, generando un sentimiento patriótico poco frecuente, más aún en un país mayoritariamente anglosajón y poco adicto a los estallidos emocionales.
Pero mientras los conservadores se despreocuparon inicialmente de las declaraciones de Trump, los liberales aprovecharon la oportunidad y desplegaron una fuerte campaña de defensa de la soberanía de su país, que se hacía necesaria por primera vez en las recientes relaciones con el vecino estadounidense. En efecto, hasta ahora, son gobiernos liberales o conservadores en uno u otro lado de la frontera, Canadá, aún miembro del Commonwealth británico, ha sido siempre aliado de Estados Unidos, el país con el cual su economía se encuentra mayoritariamente integrada, lo cual se une a la membresía común en la OTAN, el G20, la OEA y otros organismos, en los cuales ambos países habitualmente coinciden; y aunque ello no ocurra en contados casos, siempre existen consultas abiertas y buena voluntad. Ambos países tienen, además, un enorme comercio entre sí, inversiones recíprocas cuantiosas y una notable convivencia directa; la mayor parte de la población canadiense habita a menos de cien millas de Estados Unidos.
Es importante recordar aquí algunos de los recientes lineamientos manifestados por el Presidente de Estados Unidos a partir de su retorno al poder. Usando como fuente de inspiración al Presidente William McKinley, quien gobernó desde marzo de 1897 hasta su asesinato en septiembre de 1901, ideólogo fundamental del sistema de tarifas en el comercio exterior y autor de la primera expansión externa de Estados Unidos, con anexión de Hawái, Guam, Filipinas y Puerto Rico, la independencia de Santo Domingo y la independencia y sometimiento de Cuba, Trump ha levantado propuestas de anexión hacia Groenlandia, Panamá y más tarde Gaza, a las cuales agregó la propuesta de convertir a Canadá en el estado número 51 de Estados Unidos.
Desde un punto de vista geopolítico, Canadá es un objetivo de primera línea: una extensión territorial similar a la de Estados Unidos (ambos tienen un territorio de casi 10 millones de kms2, pero una enorme diferencia en el tamaño de población, 40 millones y 337 millones); La más larga frontera del mundo y una enorme riqueza de recursos naturales aún inexplotadas, frente a un país que requiere cada día más de esos recursos. Ciertamente, de las ambiciones geopolíticas que Donald Trump ha explicitado recientemente, convertir a Canadá en territorio de Estados Unidos, parece desorbitado, pero también puede ser visto como una amenaza creíble. Pero la forma de hacerlo revela una enorme torpeza o, peor aún, un gran desprecio por el interlocutor. Hacerlo, además, en plena campaña electoral fue un enorme aporte para los liberales.
La prensa canadiense llegó a decir que Trump tal vez debería estar en la boleta electoral, porque la respuesta canadiense galvanizó al Partido Liberal, mientras el liderazgo conservador tuvo una reacción lenta y confusa. El mayor, si no el único, tema de la elección fue la respuesta canadiense a Trump. Inicialmente los Liberales no tenían un liderazgo o capaz de enfrentar la situación; Trudeau estaba de salida y no tenía apoyo real de la ciudadanía ni de su partido.
Carentes de un líder parlamentario, los liberales optaron por elegir un Primer Ministro que nunca ha estado en el Parlamento y ese fue un gran acierto. Mark Carney es un economista canadiense que nunca ha tenido experiencia política, pero sí mucha en los negocios. Trabajó por más de 10 años en Goldman Sachs y luego en el Banco de Canadá, donde fue Gobernador Asistente y, años más tarde, Gobernador entre 2008 y 2013. Y luego coronó esta veloz carrera ocupando la Presidencia del Banco de Inglaterra de 2013 al 2020. Es difícil imaginar un nombramiento más apropiado para recuperar la confianza de la ciudadanía.
Además, Carney puede no tener mucha experiencia política, pero su comienzo lo reveló como un buen político. Al asumir su cargo anunció que Canadá jamás aceptaría ninguna de las amenazas de Trump y luego anunció, con todo el peso de su carrera como gran economista anunciando que lo ocurrido con Estados Unidos cerrada un ciclo caracterizado por la relación económica con un socio principal como había ocurrido hasta ahora, para dar origen a una posición mucho más diversificada en el escenario internacional, en el cual Canadá “ya puede y debe ser un actor de primera línea”. Eso parece haber sido lo que los canadienses querían escuchar.
La primera reacción de Carney al ganar la elección no tuvo un énfasis distinto. Junto con repetir su promesa de no aceptar ninguna imposición, agregó que “Donald Trump está tratando de quebrantar a la nación canadiense para apoderarse de las tierras y recursos del país”. Pero habiendo advertido así el tono altivo con el cual se enfrentará con Trump, cuando la Cámara lo designa nuevamente Primer Ministro, tendrá que enfrentar desafíos internos y externos enormes. Hacia afuera necesita ampliar su política exterior para hacer realidad la afirmación de que ya no es sólo el mejor amigo de Estados Unidos. Para ello, puede confiar con el apoyo completo del Gobierno británico, que también intenta recomponer su relación con Europa después del Brexit. Su aproximación al Commonwealth y a Europa y su buena relación con América Latina le permitirán combatir cualquier aislamiento.
Pero su principal problema es cómo reiniciar un trato directo con Estados Unidos. El público norteamericano no es un problema; la mayor parte de ese público probablemente no entiende por qué su presidente se metió en este bochornoso incidente con su vecino. Pero diversificar una economía tan ligada a su región, provocar un cambio en la forma de mirarse con un país y un pueblo tan cercano debe ser una tarea mucho más difícil. Estados Unidos y Canadá seguirán viviendo juntos su vida cotidiana, eso pondrá límites a las retóricas de sus gobiernos y también a las ilusiones de Trump.
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