Por Elena Serrano, abogada
Ha muerto Ruth Bader Ginsburg, ministra de la Corte Suprema de Estados Unidos, a los 87 años de edad. Heroína feminista, jurista distinguida, se atrevió a interpretar la Constitución de su país aplicando sin tregua el principio de no discriminación y de igualdad ante la ley. Fallo tras fallo, caso tras caso, en su lenguaje preciso, pausado y fundamentado, probó y convenció que la discriminación por sexo es inconstitucional. Lideró cambios en la realidad de las mujeres trabajadoras, esposas, madres y cuidadoras, alegando sin cansancio ante tribunales en todo el país hasta dar forma constitucional a la revolución más profunda de este siglo: la emancipación jurídica de las mujeres.
RBG fue una apasionada en la convicción de que todo ciudadano, hombre o mujer, tiene derecho a alcanzar su máximo potencial. “Ninguna ley o política puede negar a las mujeres la plena ciudadanía, la misma oportunidad de aspirar, lograr, participar y contribuir a la sociedad en función de sus talentos y capacidades individuales”.
Pero este no es un obituario; es una celebración de la vida de esta gran mujer, a quien no le estaba permitido morir. En sus recientes episodios cancerosos, sus colegas, alumnos, admiradores, legisladores, partidos políticos, han vivido con el terror de su muerte. Cada vez que manifestaba siquiera un resfrío, cundía el pánico. Porque no era concebible que el muy delicado equilibrio de hoy en la Corte entre conservadores y liberales se rompiera durante el gobierno del actual Presidente. Si así ocurría, y la nominación de un nuevo juez quedara en manos de esta administración, la mayoría del tribunal se inclinaría en favor de los conservadores, al menos por una generación completa. Ella lo sabía muy bien. En su último mensaje, entregado a través de su nieta, pide que su reemplazante sea designado por el próximo Presidente, que será elegido el 3 de noviembre.
Las banderas flamearon a media asta en la capital del país. Esa noche, una multitud silenciosa depositó flores en su memoria bajo las columnas ancestrales de la Corte Suprema. Se trataban de convencer unos a otros de que finalmente había ocurrido aquello que tanto habían temido. Este dolor, esta esperanza, esta rabia, este amor, esta burbuja en que había sido envuelta, esta fe desesperada de que el curso del país podía ser mantenido por esta única mujer, frágil y poderosa, nunca fue un deseo razonable. “Siempre fue pedirle demasiado”, dice una de sus discípulas; “no podía hacer todo para tantos. Quisimos extender su vida para siempre, como baluarte del progreso hacia un mundo donde la gente fuera igual ante los ojos de la ley, y así se vieran entre ellos mismos. Pero una sola mujer no puede ser un baluarte. Sin embargo, con su muerte, sentimos como si la represa se hubiera roto, y el agua nos hubiera inundado”.
Ruth Bader nació en el barrio judío de Brooklyn. Con los ahorros de su madre, a quien admiró toda su vida y a quien atribuye su pasión por la lectura y el estudio, ingresó a la Universidad de Cornell. Allí conoció a su marido Marty Ginsburg, (“el único muchacho a quien le importaba mi cerebro”). Se casaron al terminar el college. Ya madre de una niña pequeña, RBG decidió que su vocación era el Derecho, e ingresó a Harvard Law, una de las primeras nueve mujeres en hacerlo. Su relato de aquellos tiempos (1956) está marcado por sentirse ajena, discriminada por sus compañeros y sujeto de las preguntas insolentes de los profesores (“¿a qué viene usted a Harvard, si su marido la puede mantener?”).
Luego siguió a la Universidad de Columbia, donde se tituló de abogada con honores. Pero aun con esas credenciales no pudo encontrar trabajo en Nueva York. (“Tenia todas las desventajas posibles: mujer, judía, niño pequeño”). Entró como profesora a la Universidad de Rutgers, además de trabajar pro bono en la Unión de Libertades Civiles. (“Estaba embarazada, y tenía que usar ropa de mi suegra para que no me despidieran”). Fue entonces que se vio intensamente involucrada en casos de acoso sexual, violencia doméstica, despidos injustificados, negación de licencia maternal, diferencias arbitrarias en los sueldos más bajos a las mujeres. Aquí también comprobó de primera mano lo que era tener una pareja corresponsable en lo doméstico y en lo parental (“Solo cuando los hombres lleguen a ser verdaderos padres de sus niños, solo entonces las mujeres serán libres”.) En 1980, el Presidente Carter la nombró juez de Apelaciones, y en 1993, el Presidente Clinton la designó en la Corte Suprema.
A medida que la Corte se hizo más conservadora, RBG se fue moviendo hacia la izquierda. Se hizo famosa por sus ardientes disensiones del resto de los jueces (“I dissent”). Para su gran sorpresa, se convirtió en un tema de fascinación en redes sociales, siendo celebrada por los cuellos sobre su túnica, sus guantes de encaje y sus chaquetas antiguas. Los millennials la adoptaron como símbolo de libertad, componiendo un rap en su honor (Notorious RBG). Sus fallos más emblemáticos corresponden a proyectos de salud universal, a la legalización del matrimonio igualitario, y al derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo. Ha sido la protagonista de un documental muy celebrado (“RBG”), y de una película (“La voz de la Igualdad”).
“Creo que nací bajo una estrella muy brillante. Lo que he amado más en la vida ha sido la familia, los niños, mi esposo, cada uno de los trabajos que he desempeñado, la música, y el respeto de mis colegas”.
Lloramos su pérdida, Señoría. Gracias por haber disentido y por esa brillante estrella que nos ha legado.
Contenido publicado en La Tercera