Si al comienzo de su mandato, Estados Unidos impone tarifas comerciales, o al menos obtiene compromisos claros en materia de migración o droga ello sería presentado como un triunfo del nuevo Presidente.
Los especialistas y la prensa internacional siguen de cerca los pasos del Presidente electo de Estados Unidos Donald Trump, comenzando con los nombramientos de un gabinete que promete más lealtad incondicional que eficiencia profesional; y luego los anuncios de iniciativas políticas en sus temas favoritos: migración, balance comercial y drogas; con el fin de cambiar la política exterior, comercial y estratégica de su país a partir del próximo 20 de enero. Pero aún para los expertos, las novedades de esta semana fueron sorprendentes.
Aunque las primeras señales parecían indicar que Trump intentaría inaugurarse con una deportación masiva de ilegales, su primer anuncio fue una mezcla inesperada de dos de sus prioridades: anunció que apenas asuma el poder impondrá tarifas a todos los bienes importados de México, Canadá y China (25% para sus dos vecinos, con un 10% adicional para China) y mantendría estas sanciones mientras estos tres países no tomaran medidas claras para contener el flujo de migrantes y drogas (fentanyl) desde estos territorios a Estados Unidos.
Hasta ahora Trump había criticado con fuerza el flujo de migrantes y drogas; y también había prometido alzar tarifas. Pero se había abstenido de vincular los temas comerciales con los de seguridad; y esta decisión, de cumplirse, constituiría un giro más en las políticas de Estados Unidos, que nunca habían ligado las exigencias comerciales a asuntos de distinta naturaleza. Es interesante recordar, en este aspecto, que a comienzos de los ochenta se alzaron voces proponiendo vincular la negociación del primer acuerdo comercial (el NAFTA) con la conducta de México en la crisis centroamericana; y el propio Presidente Ronald Reagan vetó esa posibilidad, suscribiendo el Tratado a pesar de las diferencias políticas.
Los números en juego son impresionantes. Canadá, China y México son, en el mismo orden, los tres mayores socios comerciales de Estados Unidos, con una suma aproximada de 1.9 billones de dólares (US$1.9 trillions o 1.9 millones de millones) de intercambio de bienes y servicios. No hay ningún experto o firma conocida que piensen que esto tendría algún resultado económicamente positivo para Estados Unidos. Es posible que Trump piense que poner tarifas (impuestos) a los productos importados podría estimular las inversiones internas, creando más empleo, pero el resultado más posible sería, en lo inmediato, un aumento de la inflación y luego una caída de cerca de un 1% del PGB de Estados Unidos. Por cierto, las industrias protegidas se beneficiarían aumentando sus precios, pero el costo recaería en los consumidores y las demás industrias, especialmente aquellas que importan partes y piezas o servicios conectados, con un aumento en los costos de producción. Las eventuales reacciones de los países afectados extenderían en todas direcciones la crisis.
Si bien es cierto que Trump ha venido prometiendo parar bruscamente el ingreso ilegal de inmigrantes y buscadores de asilo, culpando a los países vecinos por sus “fronteras abiertas”, no está claro qué pretende obtener con un “golpe” comercial de tales proporciones. No está ni siquiera claro cuáles son las cifras o datos que justifiquen las acusaciones en contra de los dos vecinos, ni a que standard intenta someterlos. Menos claro aún está la inclusión de China, a la cual Trump considera el mayor riesgo estratégico para la paz mundial, como actor significativo en la manufactura de fentanyl. Así, a la incertidumbre por los resultados, se suma la dificultad de interpretar los motivos de Trump y, especialmente, qué cambios en el número de ilegales o toneladas de droga consideraría un éxito.
Trump intentó una guerra comercial durante su primer período. Comenzó con negociaciones extensas con China y un cierto acuerdo comercial que no dio demasiados resultados. Además, no hay duda de que el enfrentamiento con China es más popular en Estados Unidos que otros objetivos. La idea de que China es el gran competidor, que lejos de cumplir las expectativas de apertura política que se esperaban a partir de su ingreso total a las instituciones del sistema internacional, las habría aprovechado para promover una política de “Gran Potencia”, son compartidas también por los demócratas desde los últimos años del gobierno de Barack Obama.
Pero la posibilidad de un enfrentamiento con Canadá y México que Trump propone, son ciertamente menos populares. Los problemas del primer período del Presidente electo llevaron a Canadá y México a aceptar la renegociación del acuerdo comercial de América del Norte, que ahora se ve en peligro si se aplican las medidas unilaterales que se propone aplicar. Las tarifas no sólo perjudican al consumidor al alzar los precios, sino también a las empresas que obtienen parte de sus insumos de empresas de los países sancionados. En Estados Unidos no se venden autos mexicanos ni canadienses, sino que se fabrican autos que usan partes que provienen de esos países; y si la importación de esas partes es objeto de tarifa, los autos norteamericanos aumentan sus precios.
La pregunta obvia es por qué Trump estaría dispuesto a correr el riesgo de una inflación o una caída del presupuesto. El riesgo es serio, pero puede tener una explicación: los países afectados, especialmente Canadá y México, sufrirían daños aún mayores, si estalla, aunque sea por un tiempo breve, esta especie de guerra comercial. Trump debe creer que ninguno de ellos está dispuesto a enfrentar el desafío y en definitiva accederán a adoptar al menos algunas medidas que le permitan proclamar el éxito de sus tarifas o, mejor aún, de la amenaza de ellas.
Como dice una columna del Globe and Mail canadiense, “por mucho que Trump dañe a la economía de Estados Unidos, los daños para Canadá serían mucho peores”. El Primer Ministro Trudeau parece entenderlo así y ya ha reaccionado parcialmente, con un esfuerzo telefónico para apaciguar a Trump, asegurando que las diferencias no son tan graves y que se podrán resolver.
La Presidenta de México, Claudia Sheinbaum, formuló respuestas bastante más desafiantes, recordando que los mexicanos no consumen tantas drogas como los norteamericanos y que las armas del crimen en su país vienen principalmente de Estados Unidos. Pero también sabe bien el costo que para México tendría no dar al menos algunas señales de adoptar medidas como las que Trump exige (que por lo demás son aún bastante vagas) y que las empresas mexicanas que exportan masivamente a Estados Unidos puedan ver reducirse sus envíos.
La mayor debilidad de ambos vecinos puede ser la apuesta de Trump. Si al comienzo de su mandato, Estados Unidos impone tarifas comerciales, o al menos obtiene compromisos claros en materia de migración o droga ello sería presentado como un triunfo del nuevo Presidente.
La inclusión de China no es lo fundamental en este episodio; el blanco principal son los vecinos de América del Norte y seguramente Trump cumplirá sus anuncios si no obtiene resultados. No estamos aún en una guerra comercial; sólo en una primera escaramuza, que se vivirá una y otra vez en los próximos años, con otros países y en otros escenarios.
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