Aún no es posible dimensionar la magnitud que alcanzará la pandemia del coronavirus desde el punto de vista sanitario en la región latinoamericana. Los primeros contagios aparecieron después del surgimiento de la epidemia en Asia, y luego en Europa y Estados Unidos. Hasta ahora todos los indicadores señalan la existencia de números significativamente menores, tanto de contagiados, como de muertos a causa de la enfermedad. Así, por ejemplo, los países que presentan los mayores índices de contagio son Ecuador, Perú y Brasil, con 1.375, 946 y 343 por millón de habitantes respectivamente. Este mismo índice para los casos de España, Estados Unidos y Alemania alcanza cifras de 4.965, 3.124 y 1.850. Una relación similar existe en la estadística del número de muertos por millón de habitantes, un indicador que puede ser más preciso que el anterior, que tiene el sesgo de la gran diferencia de testeos de la enfermedad entre los distintos países. El mayor número de muertos por millón en la región corresponde a los países con los mayores índices de contagio, que registran cifras de 49 en Ecuador, 26 en Perú y 24 en Brasil. Este índice es de 510 en España, 179 en Estados Unidos y 69 en Alemania. En el resto de los países de la región este indicador es mucho menor: 11 en Chile, 6 en México, 5 en Argentina y Cuba, 4 en Uruguay, por ejemplo.
El mayor riesgo que plantea la pandemia es el colapso de los sistemas sanitarios que, en el caso de no disponer de camas críticas y respiradores artificiales suficientes ante una demanda creciente, condene virtualmente a la muerte a los enfermos con problemas respiratorios agudos. Como se supone que en la región el ritmo de contagios está en su fase de expansión, la gran interrogante es si sus sistemas de salud serán capaces de atender esa creciente demanda en los meses de invierno que se avecinan. Ya en Ecuador, particularmente en la provincia de Guayas, no solamente colapsaron los sistemas sanitarios, sino hasta los servicios funerarios. Dada la precariedad de las estructuras de salud pública en muchos de los países de la región, el temor de que se repita lo de Guayaquil en otras latitudes tiene fundamento. Otros países parecen mejor preparados para enfrentar los desafíos porque, aunque a veces deteriorados en los últimos años, han construido sistemas, cultura y capacidades sanitarias más sólidas, como son los casos de Argentina, Costa Rica, Cuba, Chile y el Sudeste y Sur del Brasil.
Pero si la magnitud que alcance la crisis sanitaria es aún incierta, lo que si ya se sabe es que sus efectos económicos serán devastadores, con los consecuentes efectos sociales, que golpearán con particular fuerza a los sectores más vulnerables de la población.
El seguimiento mas completo de los efectos económicos y sociales de la pandemia en la región lo está realizando la CEPAL, que esta semana entregó su segundo informe. Sus pronósticos sobre el impacto regional de la parálisis económica que ha provocado el confinamiento de la población a nivel mundial para intentar controlar la explosión de los contagios, coincide con el de otras agencias, como el Fondo Monetario Internacional.
El informe estima que América Latina tendrá en 2020 un crecimiento negativo del 5.3%, la mayor recesión experimentada desde que existen estadísticas fiables en 1900. Ésta afectará a su vez, aunque por razones distintas, prácticamente a todas las economías nacionales, y con especial intensidad a las mayores: México y Argentina tendrían un crecimiento negativo del 6.5% y Brasil del 5.2.
La recesión tiene como causa un doble shock: uno externo y otro interno.
El externo se origina en la brusca disminución de la demanda y en la caída de los precios de los principales productos de exportación de la región. La recesión esperada en los Estados Unidos (-4% de crecimiento) afectará principalmente a México, América Central y el Caribe, tanto por la disminución de las exportaciones como de las remesas de sus connacionales y el desplome del turismo. El descenso del crecimiento chino, cuya economía se estima no crecerá más del 2%, afectará principalmente a las economías de América del Sur: Brasil, Argentina, Chile y Uruguay.
Se calcula que el valor de las exportaciones disminuirá en torno al 15%, por el efecto combinado de la disminución de los precios y de los volúmenes despachados.
El shock interno se produce por la brusca paralización de muchas actividades no esenciales producto de las cuarentenas que, con diversa intensidad, se han decretado en toda la región. Las actividades más afectadas serán el comercio, el turismo y sus derivados, los servicios, el transporte y las comunicaciones. En los países más industrializados, como Brasil y México, también se han resentido los sectores vinculados a las cadenas globales de valor, como el automotriz y el aeronáutico.
La depresión económica derivará en altos índices de cesantía y un aumento de los niveles de pobreza. La estimación de CEPAL es que la pobreza aumentará en un 4,4% -casi 30 millones de personas- y el desempleo alcanzará al 11,5%, unos 40 millones. En economías con altas tasas de informalidad, los trabajadores sin contrato y los independientes se convierten en los más vulnerables.
Todos los Estados se enfrentan al inmenso desafío de generar políticas de emergencia que refuercen sus sistemas sanitarios, transfieran recursos a quienes pierden sus ingresos y sostengan la liquidez de sus economías, evitando la quiebra de empresas, particularmente de pequeñas y medianas, de manera que puedan subsistir hasta que comience la recuperación económica. De una manera u otra los países han generado políticas en esa dirección, aunque de manera insuficiente debido, en buena parte, a que la crisis encontró a la región en un momento de bajo crecimiento y en muchos países con altas deudas, cuyo servicio consume porcentajes significativos de sus presupuestos. La condonación o renegociación de sus deudas es indispensable en varios de ellos, lo que significaría una política de cooperación a nivel global hoy día inexistente en el cuadro de la extrema debilidad del sistema multilateral.
Tampoco son predecibles las consecuencias políticas de la multifacética crisis en curso. La última de esta magnitud, la de los 30 del siglo pasado, provocó modificaciones y crisis sociales y políticas de magnitud en varios países de la región. Pero esta recién comienza, son otros tiempos y el futuro aparece inescrutable. En todo caso, no es posible descartar escenarios de convulsiones sociales y políticas en varios países en el próximo futuro.
Hasta hoy día, el país que ha experimentado mayores tensiones políticas es Brasil. Ellas no han sido el producto de una fuerte oposición política o social, sino de fracturas al interior del bloque de fuerzas que llevaron al poder a Jair Bolsonaro hace solo un año y 4 meses. Un mandatario de reconocidas convicciones antidemocráticas, que en un breve periodo de tiempo se ha confrontado prácticamente con todos los otros poderes del Estado: el Congreso, la abrumadora mayoría de los Gobernadores, el Supremo Tribunal Federal y los grandes medios de comunicación. Mantiene el apoyo de los militares que ostentan los Ministerios políticos claves en su Gabinete y que, al parecer, han optado por la política de intentar controlar sus excesos. Lo sigue incondicionalmente un sector de la población, con fuerte base en algunas iglesias evangélicas integristas, y liderada por sus tres hijos: un senador, un diputado y un concejal por Río de Janeiro. En el debate político ya está instalada la pregunta de si Bolsonaro tiene las condiciones de concluir su mandato. Los problemas de gobernabilidad que enfrenta Brasil no solo tienen un efecto interno. Subrayan la tendencia de la política exterior del clan familiar y de su Canciller, de completo alineamiento con la administración de Trump y del consecuente abandono de la histórica tradición de su diplomacia de dar importancia a los procesos de integración en América del Sur y de intentar adquirir una voz propia en los temas de la agenda global.
Muchas voces coinciden en que a raíz de la crisis actual tenderán a fortalecerse los procesos de integración regionales, hasta que no se genere un nuevo orden global. Para América Latina, la integración parece ser una condición indispensable para enfrentar con éxito su inserción en el mundo que viene. Desgraciadamente este proceso no será posible sin el concurso activo del país que posee la economía más fuerte y la mayor población de la región.
Contenido publicado en La Mirada Semanal.