El domingo 15 de noviembre cerca de 148 millones de electores fueron convocados para elegir a los alcaldes (prefeitos) y a los concejales (vereadores) de los 5.564 municipios del Brasil. En un país en el que el voto es obligatorio y en el que la pandemia del Coronavirus no ceja, la participación electoral alcanzó el 77% de los ciudadanos con derecho a voto. El pasado 29 de noviembre se convocó a una segunda vuelta para dirimir la elección de alcaldes en las 57 ciudades de más de 200 mil habitantes en las que ningún candidato superó el 50% de la votación. Entre ellas se contaban la mayoría de las ciudades más populosas del país
El pasado 29 de noviembre se convocó a una segunda vuelta para dirimir la elección de alcaldes en las 57 ciudades de más de 200 mil habitantes en las que ningún candidato superó el 50% de la votación. Entre ellas se contaban la mayoría de las ciudades más populosas del país
En un país con un sistema político extraordinariamente fragmentado, en el que existen 32 partidos con representación parlamentaria, y una elección en la que influyen muchos factores, desde fuertes liderazgos locales o alianzas políticas distintas a las nacionales, no es sencillo extraer conclusiones generales y discernir los escenarios políticos futuros, especialmente aquel en el que se dará la confrontación por la presidencia en dos años más.
Así y todo, es posible afirmar que se ha generado escenario político distinto al clima en el que se dio la elección parlamentaria y presidencial de 2018, en la que se impuso Jair Bolsonaro por una abrumadora mayoría; se desmoronaron las candidaturas de la centro derecha tradicional, cuyo principal candidato, el entonces Gobernador de Sao Paulo, Geraldo Alckmin no superó el 5% de los votos; y el Partido de los Trabajadores (PT), con Lula preso en Curitiba y Fernando Haddad como candidato, no fue capaz de conquistar las mayorías que le habían dado el triunfo en las cuatro elecciones presidenciales anteriores, si bien tuvo un resultado honorable en segunda vuelta, alcanzando el 45% de la votación.
se ha generado escenario político distinto al clima en el que se dio la elección parlamentaria y presidencial de 2018, en la que se impuso Jair Bolsonaro por una abrumadora mayoría;
De esta última elección surge un Bolsonaro debilitado; los múltiples partidos de la centroderecha fortalecidos; el PT disminuido, tanto en el número de municipios que gobernará, como en su rol de actor hegemónico en la izquierda, que hoy día es más diversa y plural, y en la que se afirman antiguos y surgen nuevos liderazgos. Asimismo, aparecieron, aquí y allá, nuevos procesos y fenómenos tanto en el progresismo como en la derecha que el tiempo dirá si se convertirán en tendencias más permanentes.
De esta última elección surge un Bolsonaro debilitado; los múltiples partidos de la centroderecha fortalecidos; el PT disminuido
Bolsonaro, que ha manifestado de manera categórica su decisión de buscar su reelección, realizó una apuesta audaz, y la perdió rotundamente. Incapaz, a pesar de sus intentos, de consolidar un partido propio que le sirva de base de apoyo, apostó por apoyar a un número muy limitado de candidatos plenamente identificados con su ideología y su liderazgo: solo 63 candidatos a concejales y alcaldes en todo el país. Concentró su estrategia en los dos municipios mayores del país: San Pablo y Río de Janeiro. En San Pablo, su candidato, Celso Russomano, que al comienzo aparecía bien posicionado en las encuestas, no logró pasar a segunda vuelta y llegó cuarto con solo un 10% de apoyo electoral. En Río de Janeiro, el actual Alcalde, el Obispo evangélico Marcelo Crivella, logró pasar al balotaje, pero perdió frente al exalcalde Eduardo Paes apoyado por el partido Demócratas. En Belo Horizonte, capital de Minas Gerais, el tercer Estado más poblado de país, el candidato marcado del Presidente no tuvo mayor suerte: solo obtuvo cerca del 10%.
Bolsonaro, que ha manifestado de manera categórica su decisión de buscar su reelección, realizó una apuesta audaz, y la perdió rotundamente.
Sin duda, Bolsonaro aún tiene fuerza y ha gozado del apoyo más bien incondicional de una parte de la población, pero sin el apoyo del electorado de la centroderecha de tradición democrática no tendrá las condiciones de reelegirse. Y ese apoyo hoy día no puede darse por descontado. Además, para gobernar tendrá que hacer más concesiones a ese sector en el Congreso.
Prácticamente para todos los partidos de la centroderecha la reciente elección fue un éxito. Para algunos porque aumentaron significativamente el número de municipios en los que gobernarán, para otros porque tuvieron éxito en algunos emblemáticos o, en fin, porque fortalecieron liderazgos con aspiraciones presidenciales. En vez del temor al tsunami populista y radical del bolsonarismo, las aguas parecen volver a su cauce natural en este vasto sector, al de la política como tradicionalmente se ha hecho.
En el variado y vasto paisaje de la centroderecha brasileña se pueden identificar dos, o quizás, tres sectores distinguibles. Uno es el llamado Centrao (sería algo así como “gran centro” en castellano) compuesto por una decena de partidos, de diverso origen, más bien conservadores, sin ideologías fuertes ni programas definidos, que tienden a actuar concertadamente y realizan una política pragmática y clientelar. Entre ellos tienen fuerza, transversalmente, las llamadas bancadas de las tres B (del Buey, los intereses de la agroindustria; de la Bala, los sectores vinculados a las policías y con agendas duras en materia de seguridad pública; y de la Biblia, que expresan las posiciones de las iglesias evangélicas, normalmente integristas). En conjunto, estos partidos conquistaron unos 2.500 municipios, que incluyen un 35% de la población del país. Con cerca de 250 diputados, en una Cámara integrada por 513, son indispensables para cualquier Gobierno. La mayoría de ellos formó parte de las coaliciones que gobernaron con el PT, con Lula y Dilma. Hoy son indispensables para Bolsonaro.
Otros dos partidos de este universo tienen mayor consistencia programática y proyecto nacional. Uno es Demócratas, cuyo origen se remonta a la derecha que apoyó la dictadura, pero que ha devenido en un partido de derecha liberal, con un liderazgo joven, Rodrigo Maia, Presidente de la Cámara de Diputados, que ha ejercido un contrapeso a los desvaríos más extremos del Gobierno de Bolsonaro, y que tuvo un gran triunfo al derrotar a su candidato en Río de Janeiro. El otro es el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) cuyo líder histórico es Fernando Henrique Cardoso, cuya competencia y confrontación permanente con el PT, lo fue transformando de un partido socialdemócrata moderado, en otro de derecha liberal. Su actual líder es Joao Doria, que ingresó al Partido luego de una exitosa trayectoria empresarial, y fue elegido Gobernador de San Pablo. En la última elección presidencial apoyó a Bolsonaro en la segunda vuelta, pero posteriormente se ha opuesto frontalmente al Gobierno, básicamente por su política para enfrentar la pandemia. Tuvo un gran triunfo por cuanto su candidato Bruno Covas ganó la Alcaldía de San Pablo, la principal del país, con un 60% de la votación, prácticamente el mismo porcentaje que Bolsonaro, con su apoyo, alcanzó en segunda vuelta dos años atrás. Por ello, resultan particularmente significativas sus declaraciones al momento del triunfo: “San Pablo demostró que quedan pocos días para el negacionismo y el oscurantismo. San Pablo dijo si a la ciencia, si a la moderación, dijo si al equilibrio”. De lo que resulta bastante obvio que a Bolsonaro ya le salió gente al camino para 2022. De hecho, el patriarca del PSDB, Fernando Henrique, ya ha aconsejado públicamente a Doria, que necesita “nacionalizarse”, es decir trascender el importante, pero aún, insuficiente espacio del principal Estado, para convertirse en una figura nacional. La alianza, ya concretada en varios Estados, entre el DEM y el PSDB, con un candidato competitivo como Doria a la presidencia constituirían una seria amenaza para las aspiraciones de Bolsonaro de conseguir un segundo mandato.
Tuvo un gran triunfo por cuanto su candidato Bruno Covas ganó la Alcaldía de San Pablo, la principal del país, con un 60% de la votación, prácticamente el mismo porcentaje que Bolsonaro, con su apoyo, alcanzó en segunda vuelta dos años atrás.
La alianza, ya concretada en varios Estados, entre el DEM y el PSDB, con un candidato competitivo como Doria a la presidencia constituirían una seria amenaza para las aspiraciones de Bolsonaro de conseguir un segundo mandato.
Completa el cuadro de la centroderecha el Movimiento Democrático Brasilero (MDB), heredero del Partido del mismo nombre constituido durante la dictadura y que amparó bajo su sigla legal a la mayoría de las fuerzas que lucharon para la recuperación democrática. Es también un partido con débil base ideológica, con sólida implantación territorial e importantes líderes regionales. La carencia de un liderazgo presidencial no le ha permitido aspirar a la conducción del país compitiendo electoralmente. Desde la muerte de Tancredo Neves, elegido por el Congreso para iniciar el proceso de transición democrática, que murió antes de asumir el cargo, los tres Presidente de este partido -Sarney, Franco y Temer- asumieron por ser los vicepresidentes de mandatarios que murieron, renunciaron o fueron destituidos. Michel Temer asumió la Presidencia después del golpe de mano que articuló en el Congreso para destituir a Dilma Rousseff. Con todo, el MDB ha sido una pieza clave en el sistema de gobierno de Brasil participando activamente en todas las administraciones nacionales -de distinto signo y orientación- desde 1989. Solo con Bolsonaro, hasta ahora, han salido de Palacio.
Con todo, el MDB ha sido una pieza clave en el sistema de gobierno de Brasil participando activamente en todas las administraciones nacionales -de distinto signo y orientación- desde 1989. Solo con Bolsonaro, hasta ahora, han salido de Palacio.
El MDB tuvo un pobre desempeño electoral en la elección de 2018, y uno aceptable en la reciente municipal. Medido por el número de habitantes que gobiernan alcaldes de cada partido, el MDB ocupa el segundo lugar: unos 26 millones. En Sao Paulo Temer apoyó la candidatura del candidato triunfador, Bruno Covas, apoyado por Doria. La tendencia natural de este Partido es la alianza con Demócratas y el PSDB, en la medida que se construya una alternativa presidencial viable.
El cuadro que emerge en la izquierda es el de un área política y cultural que mantiene una presencia significativa en la sociedad, con variadas expresiones partidarias y liderazgos, pero que aún no logra articular una alianza y un proyecto nacional que le permitan disputar la conducción del país.
El cuadro que emerge en la izquierda es el de un área política y cultural que mantiene una presencia significativa en la sociedad, con variadas expresiones partidarias y liderazgos, pero que aún no logra articular una alianza y un proyecto nacional que le permitan disputar la conducción del país.
El PT ha sufrido un neto retroceso electoral. Por primera vez en décadas no ha ganado la elección en ninguna de las 26 capitales estaduales y por segunda vez consecutiva disminuye el número de municipios en los que gobernará. De las 100 ciudades mayores del país solo cuatro tendrán alcaldes petistas. A pesar de ello, aún mantiene fuerza y organización a nivel nacional, pero ha perdido la centralidad que ha tenido en la izquierda desde la recuperación de la democracia. A lo que se suma su dificultad histórica para construir alianzas sólidas con las otras fuerzas progresistas. Esta vez, por ejemplo, los esfuerzos de Lula para lograr un acuerdo de alcance nacional con Ciro Gomes no tuvieron éxito. Este, líder del Partido Laborista Brasileño, candidato presidencial en 2018 con una votación del 12%, afirmó su fortaleza tanto en Ceará, Estado del que fue Gobernador, consiguiendo la Alcaldía de su capital, Fortaleza, así como otras dos capitales estaduales de dicha región. Su alianza con el Partido Socialista Brasileño le permitió a éste vencer a su contendiente del PT en Recife, capital del estado de Pernambuco. En este Estado se dio una lucha fratricida, incluso literalmente, al interior de la izquierda. El socialista Joao Campos disputó una elección reñida y ruda con la petista Marilia Arraes, ambos nietos del legendario líder socialista Miguel Arraes.
Esta vez, por ejemplo, los esfuerzos de Lula para lograr un acuerdo de alcance nacional con Ciro Gomes no tuvieron éxito.
En el campo de la izquierda se presenció también el surgimiento de nuevos liderazgos, que pueden jugar un papel significativo en el futuro. El principal es el de Guilherme Boulos. De 38 años, profesor, filósofo, con un Magister en Salud Mental, ha sido el dirigente histórico del Movimiento de los Trabajadores Sin Techo, un movimiento social de gran proyección nacido en San Pablo. Afiliado al Partido Socialismo y Libertad (PSOL), una escisión de izquierda del PT fue candidato presidencial en 2018 alcanzando menos del 1% de la votación. Esta vez compitió por la alcaldía de Sao Paulo. Tras una campaña muy propositiva y movilizadora alcanzó el 20%, desplazando por lejos al candidato bolsonarista. En segunda vuelta consiguió el apoyo de todos los referentes nacionales de la izquierda -Lula, Ciro Gomes y Marina Silva- lo que no ha sido fácil en la historia reciente, consiguiendo el 40% de la votación en la mayor ciudad del país. Su partido tuvo asimismo un notable éxito en Belem conquistando por primera vez la Alcaldía de una capital de Estado, el de Pará. Y en Río de Janeiro, donde su candidato a concejal, Tarcisio Motta, superó largamente al hijo de Bolsonaro, Carlos.
En el campo de la izquierda se presenció también el surgimiento de nuevos liderazgos, que pueden jugar un papel significativo en el futuro. El principal es el de Guilherme Boulos. De 38 años, profesor, filósofo, con un Magister en Salud Mental, ha sido el dirigente histórico del Movimiento de los Trabajadores Sin Techo, un movimiento social de gran proyección nacido en San Pablo.
Este desempeño en el mayor municipio del país unido a su capacidad de convocatoria convierte a Boulos en una estrella ascendente en el firmamento de la política nacional.
Un fenómeno similar, aunque de menos dimensión, se dio en Porto Alegre, capital del estado de Río Grande do Sul de un millón y medio de habitantes, donde Manuela Dávila, periodista de 39, militante del pequeño partido Partido Comunista de Brasil, firme aliado histórico del PT disputó palmo a palmo con el candidato del MDB Sebastiao Melo. Aunque perdió por un estrecho margen queda posicionada como uno de los nuevos liderazgos de izquierda con proyección nacional.
Así la reciente elección dio lugar a procesos, aún incipientes, que pueden sugerir cambios en el clima cultural en que ha vivido el país los últimos años.
Así la reciente elección dio lugar a procesos, aún incipientes, que pueden sugerir cambios en el clima cultural en que ha vivido el país los últimos años. Hubo un aumento significativo de los candidatos de origen afrobrasileño, alrededor de 30%, probablemente producto de la reforma a la ley electoral que obliga a los partidos a considerar la dimensión racial en la asignación de los recursos públicos para el financiamiento de las campañas electorales. En un sistema político donde la presencia de afrobrasileños no guarda ninguna relación con su peso demográfico esta es una señal auspiciosa. También aumentó la presencia de candidatos pertenecientes a minoría sexuales, del movimiento LGBTIQ+. En la derecha, particularmente entre los candidatos del Centrao, se ha observado una tendencia a la moderación de los discursos más radicales y a no reproducir la retórica radical del bolsonarismo.
Los dos años que restan al mandato de Bolsonaro estarán marcados, como en toda América Latina, por el combate a la pandemia del coronavirus y el enfrentamiento a la aguda crisis económica y social que ésta ha profundizado.
Los dos años que restan al mandato de Bolsonaro estarán marcados, como en toda América Latina, por el combate a la pandemia del coronavirus y el enfrentamiento a la aguda crisis económica y social que ésta ha profundizado.
El escenario político permite prever una posibilidad cierta de que el ciclo de la hegemonía del Bolsonaro, y sus nefastas consecuencias para la convivencia nacional, la democracia y el buen gobierno, llegue a su fin en 2022.
Si así fuera, ello será una buena noticia, no solo para el pueblo del mayor país de la región, sino para toda América Latina. Con cualquier gobierno anclado en la tradición democrática, sea de derecha o de izquierda, Brasil recuperará su larga tradición diplomática que asigna a América Latina un lugar importante en su política exterior.
Con cualquier gobierno anclado en la tradición democrática, sea de derecha o de izquierda, Brasil recuperará su larga tradición diplomática que asigna a América Latina un lugar importante en su política exterior.
Contenido publicado en La Mirada Semanal