Confrontado con la mayoría de los Gobernadores y Alcaldes, el Supremo Tribunal Federal, una buena parte del Congreso y con contradicciones al interior del mismo Gobierno, ha sido imposible diseñar una política coherente para enfrentar la pandemia. El resultado es que Brasil hoy día está entre los países que registran el mayor número de contagios y de muertos a nivel mundial.
Pero no es ese el propósito de este artículo, sino destacar la completa ruptura de la más que centenaria política exterior del mayor país de América Latina. El Presidente y su Ministro de Relaciones Exteriores, Ernesto Fraga Araujo, han implementado una política de completo alineamiento con la del Gobierno de Trump y de distanciamiento -cuando no de hostilidad- del sistema multilateral, en el cual Brasil ha sido particularmente activo desde su constitución desde comienzos del siglo XX. Asimismo, ha perdido toda iniciativa en el plano regional. En menos de dos años el Gobierno de Bolsonaro ha logrado la triste hazaña de conducir a su país a la completa irrelevancia en la escena internacional.
Ello no solo afecta a Brasil sino que repercute muy negativamente en América del Sur y en América Latina y el Caribe. En un escenario global en el que profundizar la integración regional parece una condición indispensable para superar los graves efectos económico-sociales de la pandemia y para jugar un rol en la reconfiguración del orden mundial, la ausencia de Brasil se convierte en un obstáculo prácticamente insuperable. Dotar de dinamismo al proceso de integración, por lo menos en el plano de la política a nivel de los Estados, tendrá que esperar el término del actual Gobierno. Una señal promisoria de que cualquier futuro Gobierno será capaz de recuperar la presencia histórica del país en la escena internacional de esperanza , es la declaración de la mayoría de los ex Cancilleres y Ministros de Hacienda de todos los gobiernos anteriores, incluidos personeros de la dictadura militar, oponiéndose al apoyo de Bolsonaro al candidato de Trump para la presidencia del BID, invocando para ello la tradición diplomática de la que todos, a pesar de sus agudas diferencias en la política interna, se sienten herederos. Como sostuvo Celso Amorim en el reciente diálogo de ex Cancilleres latino-americanos convocado por el Foro Permanente de Política Exterior, desaparecido Bolsonaro del escenario, lo más probable es que las aguas de la política exterior brasileña vuelvan al que ha sido su cauce natural, por lo menos desde la instauración de la República, allá por 1889. En el intertanto, quienes sostenemos la necesidad de profundizar la presencia de la región en la arena internacional y los procesos de integración no deberíamos estar de brazos cruzados. A nivel no gubernamental son múltiples los lazos y las relaciones de todos los países de la región con el Brasil: políticos, académicos y científicos, culturales, comerciales, que pueden profundizarse. También a nivel bi y multilateral existen proyectos en desarrollo que deben ser estimulados. Por poner un par de ejemplos desde Chile: los convenios existentes en el campo de la investigación científica conjunta o el corredor bioceánico que unirá el Occidente brasileño, el Chaco paraguayo y el Norte argentino con los puertos del Pacifico del norte de Chile deberían ser ejecutados, sin perjuicio de que los países tengan políticas exteriores distintas o no convergentes.
En este artículo intentaremos resumir las principales dimensiones de la tradición diplomática que Bolsonaro ha interrumpido y de los distintos énfasis que ha tenido en el transcurso de tempo.
Lo primero que sorprende al examinar la política exterior brasileña es que todos sus actores y ejecutores se reclaman herederos del pensamiento y la obra del Barón de Río Branco, a más de un siglo de su muerte -en 1912- cuando ejercía como Ministro de Relaciones Exteriores.
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