Por José Miguel Insulza
El Partido Demócrata en la Cámara de Representantes tendría la posibilidad de cambiar el tono, de la ácida confrontación que afecta desde hace años a esa Cámara, a un tono de cooperación y entendimiento que todo el mundo echa de menos.
Cuando se trata de determinar cuáles son los principales factores que inciden en la elección de un Presidente de Estados Unidos, la opinión de los entendidos es unánime: la política interna tiene mucho más peso en las decisiones del electorado que los grandes temas de la política exterior. Aunque están mayoritariamente conscientes de la posición central de su país en la situación internacional y la prensa muchas veces le dedica a esto sus primeras crónicas, a la hora de votar, el elector norteamericano mira mucho más hacia adentro que hacia afuera.
En las últimas décadas se ha cuestionado la validez de esta afirmación, ante eventos tales como la guerra de Vietnam o la crisis migratoria en los últimos años. Pero ambas situaciones, forjadas fuera del país, han determinado cambios de alta notoriedad en la política interna. Para decirlo de manera simple, Vietnam no habría tenido la relevancia que tuvo, incluso en el proceso electoral, si no hubiera existido entonces el reclutamiento forzoso que llevó obligados a muchos jóvenes a la muerte o el trauma en Vietnam. Hoy las Fuerzas Armadas de Estados Unidos son enteramente voluntarias; y lo único que quieren los norteamericanos es que eso siga siendo así; de lo cual se deriva que sólo los conmueve la posibilidad de que su gobierno envíe tropas al exterior.
Esto no parece hoy en riesgo de ocurrir, porque los conflictos que se viven sean en Israel o Ucrania, no combatidos por contingentes locales; y los pocos norteamericanos que han muerto en Ucrania han ido allá por su propia cuenta, se trate de mercenarios o de voluntarios.
Esto no significa que no haya un fuerte debate en Estados Unidos sobre la política exterior y que el mundo político no se divida duramente ante las opciones de los principales partidos. Los electores pueden estar divididos sobre si apoyar a Ucrania con armas y dinero; pero su voto no estará determinado por esa, a menos que alguien pretenda enviar tropas norteamericanas. Hay movimientos, especialmente de jóvenes, que llaman a abstenerse en las elecciones, indignados por la matanza en Gaza; pero nada muestra aún que ello tendrá una fuerte incidencia en las elecciones. Y aunque los Estados Unidos y sus aliados hayan gastado ya una fortuna en el apoyo a Ucrania o a Israel, eso no será determinante si no ha dañado la economía del país o ha involucrado a sus propios ciudadanos en los conflictos.
Todo este preámbulo pretende explicar que, de manera bastante excepcional, en estos últimos días, decisiones adoptadas en el Congreso de Estados Unidos, que no tienen impactos económicos serios, ni aproximan a los estadounidenses a la guerra, amenazan con alterar la política interna, al provocar alineamientos o divisiones internas, en vísperas de la elección general de noviembre. Se trata de una discrepancia seria en el Partido Republicano que, nacida de un debate de élite, puede afectar la candidatura de Trump, o incluso alterar el mapa político bipolar que ha afectado en los últimos años el funcionamiento del Congreso.
La aprobación de una nueva ley para apoyar a Ucrania por parte de la Cámara de Representantes de Estados Unidos demoró bastante más de lo que inicialmente había previsto la administración Biden y exigió también un grado de compromiso mucho mayor. Se trata de una suma muy importante, aunque no del monto ya gastado por la OTAN y por Estados Unidos; y debió extenderse, para obtener los votos necesarios, a otros temas que antes no habían sido considerados.
En realidad, la ley reúne en su propuesta a todos los conflictos que Estados Unidos ve como críticos en este período: la guerra en Ucrania, el conflicto en Gaza y la preocupación por asegurar a Taiwán del permanente apoyo de Washington; a lo cual se agrega financiamiento para otras necesidades de la Defensa que tienen menos que ver con el conflicto.
El detalle es interesante de explicar.
61 mil millones son para financiar armas para Ucrania y para reponer, en el arsenal norteamericano, aquellas que ya han sido entregadas. Lo que realmente hay de nuevo para gastar son sólo 13.8 mil millones. Además, hay un préstamo “perdonable” de más de 9 mil millones de ayuda económica.
26 mil millones son para Israel, de los cuales 4 mil millones deben reparar sus sistemas de defensa antiaérea y 9 mil millones deberían ir para ayuda humanitaria en Gaza. Es interesante constatar que la suma para gastar en nuevas armas es casi 13 mil millones, casi lo mismo que para Ucrania.
Y hay 8 mil millones para apoyar la adquisición de armas de Taiwán (también reponer lo que entregado del arsenal norteamericano) y el desarrollo de defensas submarinas.
En definitiva, se aprobaron los fondos para apoyar a Ucrania, pero al costo de un tercio dedicado a otras prioridades. La suma total es, en todo caso, imponente: más de 93 mil millones de dólares financian muchas armas y sistemas, necesarios para el esfuerzo de guerra. Es importante recalcar el carácter simbólico de la ley aprobada, que deja de manifiesto una opción estratégica clara al designar, entre muchos otros objetivos, tres “puntos calientes” en el escenario global que Estados Unidos atenderá con prioridad: Ucrania, Israel y Taiwán.
En este aspecto, surgió una controversia mayor: los republicanos, especialmente su ala más dura, buscaban poner de manifiesto, a través de esta ley, lo que ellos consideraban una primera prioridad; la defensa del territorio de Estados Unidos, amenazado, según ellos, por una ola de inmigración ilegal sin precedentes. En este sentido, el propio Donald Trump, que ha permanecido en silencio en el tema de Ucrania, ha puesto en cambio el mayor énfasis en el inicio de su campaña, endureciendo más que nunca el lenguaje antiinmigrante; y los republicanos buscaban, en esta ley, forzar señales claras en esta dirección. Pero el rechazo terminante de la administración Biden a fundir en un mismo cuerpo legal el asunto migratorio con las prioridades estratégicas de Estados Unidos en el mundo, prevaleció en este caso y motivó lo que puede ser una de las causas de la crisis política que parece avecinarse en el campo republicano.
En efecto, las reticencias iniciales del presidente (speaker) de la Cámara, el congresista de Louisiana Mike Johnson, quien había sido elegido precisamente por su dureza en temas migratorios y ostentaba un escaso conocimiento e interés por los asuntos estratégicos, se transformó en pocas semanas, en un decidido partidario de sacar adelante la ley, convencido ahora de la necesidad dar un apoyo militar decidido a Ucrania y de enviar una clara señal de respaldo a Israel. Este cambio crucial dividió a los republicanos, cuya ala más dura no titubeó en acusar de traición a Johnson y comenzar a reunir votos para censurar y deponer al speaker.
No se trata de algo menor, sin embargo. El líder anterior, Kevin McCarthy, ya había sido depuesto unos meses atrás (primera vez en la historia de Estados Unidos) por alcanzar un acuerdo presupuestario para evitar la parálisis del gobierno. Censurar por segunda vez a su liderazgo parece ser demasiado para un partido que pretende volver al gobierno dentro de pocos meses. De ahí el silencio de Trump, cuyos partidarios más duros y fieles no quieren dar apoyo alguno a Ucrania y pretenden censurar a Johnson. Es posible que el propio Trump quiera lo mismo; pero sabe que la mayor parte de los republicanos no quiere abandonar a Ucrania.
La mayor pregunta, en todo caso, se formula hacia el lado demócrata: McCarthy fue depuesto por un puñado de republicanos a los que se sumó íntegramente toda la bancada demócrata, que prefirió poner en crisis a la mayoría antes que salvar al líder enemigo que había votado junto con ellos. Ahora Johnson, quien ha negociado todo el paquete actual de manera mucho más protagónica y con apoyo bipartidista, se enfrenta también a la posibilidad de ser depuesto, si los demócratas rehúsan rescatarlo. Pero ese rescate sería un cambio sustantivo en la escena política de Estados Unidos, muy pocos meses antes de las elecciones.
La elección se perfila, una vez más, como una decisión sobre Donald Trump. La mayor razón para designar candidato a Biden hace cuatro años fue evitar la victoria de Trump; pero esta razón se mezclaba con otras consideraciones, especialmente el fracaso del entonces Presidente en controlar la pandemia del Covid-19. Hoy, la imagen de Biden se ve deteriorada y parecen pesar más sus años que los importantes logros alcanzados en materia económica. Pero el liderazgo demócrata sigue convencido de que el único camino para derrotar a Trump es reelegir a Biden. Y los tímidos intentos de unos pocos por abrir otras opciones, ya parecen descartadas.
Una división del lado republicano, si Johnson es depuesto, parece conveniente para los demócratas. El Partido Republicano, que supuestamente obedece a Trump, se da el lujo de voltear dos líderes de la Cámara de Representantes, algo que no había ocurrido jamás en los casi 250 años de la República. El Partido Demócrata, en cambio, no tiene divisiones mayores en relación con Ucrania; y también está unido en torno a la defensa de Israel, sin escatimar esfuerzo, no obstante, la crítica fuerte a la forma bárbara en que se ha conducido el gobierno de Netanyahu.
Pero el respaldo demócrata a una eventual censura (declaración de vacancia) del speaker Johnson sería un cambio de escena mucho más sustantivo, no sólo con miras a la elección de noviembre sino más allá. Hace ya mucho tiempo que, con escasas excepciones poco significativas, no hay en el Congreso norteamericano una política efectivamente bipartidista. El Partido Demócrata en la Cámara de Representantes tendría la posibilidad de cambiar el tono, de la ácida confrontación que afecta desde hace años a esa Cámara, a un tono de cooperación y entendimiento que todo el mundo echa de menos.
Trump necesita la confrontación para prevalecer y ese cambio de tono sería muy dañino para su campaña. Demócratas y republicanos votando juntos para salvar a Johnson serían para él un escenario imposible. En realidad, la mejor salida para Trump sería que no haya censura o que ella no tenga mayoría, para que el incidente narrado pase a la historia discretamente, sin afectar mayormente la carrera electoral. Y, en efecto, la insurrección del redimido speaker pasaría al anecdotario menor en el convulso panorama político de Estados Unidos.
*José Miguel Insulza es senador de la República.
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