Escrito por: Boris Yopo
Esta publicación fue obtenida de la plataforma: La Tercera
Contrariamente a lo que algunos podrían haber pensado, la invasión rusa a Ucrania ha generado posturas diversas, y a veces muy encontradas, entre las distintas tendencias de izquierda en el mundo de hoy. Hay sectores (aunque minoritarios) aún anclados a una visión de Guerra Fría, que siguen mirando esta y otras crisis en la lógica capitalismo–socialismo, cuando hay poco o nada de eso, en muchos de los conflictos que vemos hoy. Por otra parte, si miramos en América Latina, la mayoría de gobiernos de este signo, con lentitud y reticencia han finalmente condenado la invasión iniciada por Putin hace ya un año.
AMLO en México prácticamente no se ha pronunciado, el Presidente Petro de Colombia lo hizo recién hace poco, al igual que Alberto Fernández en Argentina, mientras Lula en Brasil, permaneció en silencio largos meses, o sugiriendo una neutralidad, hasta que seguramente sus asesores más cercanos le advirtieron que era insostenible no pronunciarse ante la violación flagrante de la integridad territorial de un Estado a otro Estado, lo que viola abiertamente la Carta de la ONU, como lo ha señalado reiteradamente el secretario general del organismo, Antonio Guterres. La gran excepción a esta ambivalencia en los gobiernos de izquierda en la región, ha sido la postura del Presidente Boric, que desde un inicio condenó la invasión, y ha solidarizado con las autoridades y pueblo ucraniano.
¿Cómo se explica esta reticencia por parte de sectores de la izquierda para condenar algo que, a ojos de cualquier observador informado, constituye una clara violación al derecho internacional? Me parece que el hecho clave es no aparecer alineados con Estados Unidos y la OTAN, considerando el pasado historial intervencionista de este país en nuestra región, historial que ha marcado profundamente a varios líderes que han vivido toda su vida política observando y sufriendo las sucesivas intervenciones de administraciones norteamericanas, la última de las cuales fue la fracasada operación en Cúcuta para derrocar a Maduro, operación donde participaron varios presidentes de derecha, pero que fue planificada y financiada desde Washington, como lo han revelado después diversos reportajes de la prensa norteamericana.
Para antiguos líderes antiimperialistas, hechos como estos, solo confirman las suspicacias que siempre han tenido respecto de las motivaciones de Estados Unidos y su rol en el mundo. De ahí que al final, la mayoría ha concordado en un curso intermedio, que es condenar la invasión en la ONU y otros foros, pero no involucrarse en un apoyo abierto a Ucrania en su resistencia a la invasión rusa. Así entonces, ya varios países de la región señalaron que no proporcionarán asistencia militar a Ucrania, y favorecen en cambio, la búsqueda de una solución diplomática a la crisis. Y esta posición es muy legítima, en la medida que no relativice la agresión, o ponga en igual pie al agresor y al agredido.
Y sucede que a veces las declaraciones que se hacen desde nuestra región tienden a caer un poco en eso, cuando se empiezan a citar otros factores que, aunque reales, son secundarios o irrelevantes para explicar lo que hoy sucede en Ucrania. Nada, absolutamente nada, hacía imperioso buscar anular la existencia de un país vecino (Putin ha dicho abiertamente que Ucrania es una ficción, y debe ser integrada a Rusia) y si se avala esto, se abre una puerta muy peligrosa en el mundo para otras escaladas, que bajo cualquier argumento lleven a intervenciones militares para usurpar territorio de países vecinos. Esto implicaría la ruptura definitiva de todo el orden internacional construido después de la II Guerra Mundial, donde pese a toda la conflictividad durante la Guerra Fría, se reconocieron las fronteras vigentes como un principio esencial para conservar la paz y seguridad internacional.
Entonces, bien el No Alineamiento de la región, en la medida que esto no lleve a una neutralidad que es inaceptable, ante una clara guerra de agresión. Porque en situaciones como esta se puede ser No Alineado, y al mismo tiempo tomar una postura que no sea ambigua cuando hay actos que violan la soberanía, la integridad territorial, y cuando se cometen graves crímenes de guerra como resultado de una invasión. Adoptar esta postura, refleja además las mejores tradiciones de una izquierda democrática, que pone en el centro de su quehacer internacional, la vigencia y respeto a los derechos humanos, y la defensa de la soberanía de países pequeños y medianos.
En definitiva, un No Alineamiento capaz de tomar posiciones claras cuando están en juego principios e intereses esenciales, lo que significa que en algunos temas podrá haber más convergencia con determinadas potencias, y en otras materias, con otras. Siempre sí, definiendo un curso de acción de acuerdo a nuestros valores e intereses nacionales. La guerra en Ucrania será distante por geografía, pero tiene implicancias globales que si las ignoramos hoy nos pesarán mañana. Por suerte, los actuales líderes de las izquierdas en la región, aunque sea con retraso y pausadamente, han empezado a entender lo anterior. Es una buena señal.
Por Boris Yopo, sociólogo, analista internacional, y ex embajador