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Marta Maurás: Afganistán. La historia que poco conocemos

¿Qué le espera a Afganistán, a su gente, a sus niños, a sus mujeres? ¿Qué podemos hacer? ¿Y aprender de esta tragedia? No se puede embarcar en aviones a medio país, tampoco se le puede cerrar la puerta del progreso a gentes que, hasta el asesinato en 1978 del presidente Mohammed Daoud Khan por soldados comunistas, habían vivido en sus valles y montañas, con diferencias tribales y culturales que se saldaban por las armas o acuerdos para cambiar reyes y príncipes, como sucedió con la insurgencia contra el Imperio Británico en el siglo XIX. Como señala Amiri (TIME 2/09), la narrativa sobre Afganistán como país belicoso se fue construyendo por la guerra civil alimentada por intereses rusos, paquistanos y estadounidenses en tiempos de la Guerra Fría y luego por la lucha ideológica entre conservadores islamistas y reformistas. Quizás les espere más de lo mismo, con China y Rusia disputándose el control.

Las valientes mujeres y hombres que desfilan con pancartas reclamando sus derechos, demandando paz y progreso y venciendo el miedo muestran otro camino. Son las propias mujeres y hombres afganos que quieren levantar su país, dentro de cánones islámicos que interpreten a los musulmanes y a todas las etnias, religiones y estilos de vida, un país rico en recursos naturales y culturales, un país de nómades, de tránsito y acogida de viajeros desde siempre, hasta hace un poco más de 40 años. Hoy el vocero talibán llama a la calma y promete un régimen distinto a su anterior y fracasado período. Habrá que monitorear y cobrarle la palabra empeñada.

Cumplir con la obligación internacional de otorgar refugio a quienes lo piden es una forma de ayuda. Otra, es movilizar masivamente el apoyo a las mujeres líderes y a millones que quieren una vida mejor para sí mismas y sus hijas en sus tierras ancestrales. Esto se puede hacer. Podemos trabajar como comunidad internacional para promover el apoyo de agencias como UNICEF, UNFPA y OIT, conectarlas a las redes que desarrollan la educación, la salud, la formación y el empleo de mujeres y jóvenes, ligar las ONGs locales con sus pares que trabajan por el desarrollo sostenible en otras latitudes y con posibles patrocinadores y proyectos como She-Trade, exigir que las agencias de financiamiento como el Banco Mundial respeten los acuerdos internacionales sobre las empresas y la igualdad de género, derechos humanos, y medio ambiente, y que ayuden a las autoridades a imponerlos a los inversionistas extranjeros, e instar al Consejo de Derechos Humanos para que monitoree el progreso de mujeres y niñas en el país y la ¨línea roja¨ que ha fijado la Alta Comisionada.

Chile, en conjunto con otros países de América Latina, puede usar su presencia en órganos multilaterales y desplegar su diplomacia para hacer una declaración explícita por los derechos de las mujeres afganas y proponer protección internacional para ellas con formas concretas de apoyo, asegurando que la comunidad internacional no abandone a las mujeres y niñas de Afganistán.

Además, debemos alzar nuestra voz para denunciar una vez más que el camino al desarrollo y la paz no es con las armas. Como proponen Phillips y Glennie (IPS 30/08), debemos lograr que se debata por la comunidad internacional cómo, a qué costo y quiénes deciden que para ayudar o ¨desarrollar¨ a un país hay que ocuparlo. En el caso de Afganistán, eso habrá que cobrárselo a los presidentes Bush y Obama, iniciador el primero de la ocupación y continuador el otro de esa política, y antes de ellos, al líder del Soviet Supremo Leonid Brézhnev, responsable de la invasión por la URSS a Afganistán en 1980 y cuyo ¨gobierno¨ en el país duró apenas tres años antes de que quedara claro para Mijaíl Gorbachov en 1989 con la caída del Muro de Berlín que debían salir. En total, más de 40 años de ocupación extranjera y guerra, y en el caso de estos últimos 20, a un costo de un trillón de dólares americanos solo para EEUU.

El presidente Biden adujo frente al mundo que no quiere otros 20 años de guerra. Buena razón. Lo que tiene que explicar es por qué decidió la salida de las tropas antes del plazo que se había pactado y de forma tan precipitada, dejando en el aire el progreso social logrado, un ejército local desmoralizado y sin dirección, así como una estela de cuestionamientos, muertes y sufrimiento. Su responsabilidad era asegurar una salida honorable que permitiera proteger a los miles de colaboradores de las fuerzas aliadas y facilitara el acuerdo que se estaba forjando con un futuro gobierno talibán, el que podía incluir la mantención de una cierta presencia del estado afgano, la incorporación de representantes de tribus y etnias diversas, el respeto a la prensa, y que garantizara los derechos de las mujeres a la educación y la participación.

Debemos recordar que, en estos años, desde la primera Constitución en 2003 que contó con el decidido apoyo del Secretario General de la ONU Kofi Annan, las niñas asistían a escuelas, muchos jóvenes lograron formarse y encontrar trabajo, las mujeres y niñas circulaban sin restricciones, la vida artística había prosperado. Además, se realizaron nueve elecciones con participación de un 48% del electorado de hombres y mujeres, la representación de mujeres en el parlamento fue una de las más altas de Asia del Sur, y las redes sociales cubrieron activamente las negociaciones en Doha, Qatar.

Poco se ha dicho que desde hace casi un año se desarrollaban en Doha negociaciones para hacer una entrega ordenada del poder al 15 de septiembre. Al futuro Emirato Talibán solo le faltaba culminar esa negociación para declarar una victoria que se había venido anticipando desde el anuncio de Trump sobre el retiro gradual de tropas de Afganistán e Irak en enero de 2020. Todos sabían que los talibanes no solo nunca salieron del país durante los 20 años de la ocupación estadounidense y de miembros de la OTAN sino además habían reasentado su poder gradualmente provincia por provincia por lo que el desenlace era claro. Lograr conversar sobre una transición ordenada y con ello plasmar las condiciones de una paz duradera en sí mismo ya era un triunfo para EEUU y para el propio pueblo afgano.

Cuatro mujeres afganas participaron en esas negociaciones, que además de los EEUU, la UE y los talibanes, incluían al expresidente Hamid Karzai y al ex lider del Consejo por la Reconciliación Nacional, Abdullah Abdullah, cercanos al presidente. Entre ellas, Fatima Gailiani (DW 27/08), ex presidenta de la Cruz Roja Afgana y comisionada constitucional en 2003. Ella pregunta ¿qué precipitó la decisión un mes antes de lo acordado? ¿porqué se produjo de esta manera si se estaba asegurando una transición ordenada? ¿es verdad que el presidente Ashraf Ghani escapó con maletas de dinero sin cumplir su promesa de ser el último en salir del país para garantizar así los términos del acuerdo? La historia dirá, pero Fatima acusa.

Y llama a los talibanes a establecer un gobierno inclusivo y a la comunidad internacional a asegurarlo. Hoy el presidente Biden anuncia que conversará con el gobierno transicional. Ojalá recuerde que los talibanes ganaron la guerra, pero la gente afgana debe ganar la paz.

Contenido publicado en La Mirada

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