Por Boris Yopo H. Sociólogo, analista internacional y exembajador
Uno de los grandes éxitos en estos años de democracia, y que cabe reconocer, fue el reposicionamiento de nuestro país como un actor internacional muy por sobre las capacidades y recursos objetivos de poder que Chile tiene en el escenario global de este siglo XXI. Haber derrotado por medios no violentos a una dictadura que era percibida en el mundo como un símbolo de opresión, la exitosa apertura comercial global de los noventa, y una labor diplomática pro-activa en el ámbito político multilateral, fueron los pilares principales que hicieron posible lo anterior.
El mundo de hoy sin embargo, y también la sociedad chilena, son muy distintos al escenario global, regional y local que conocimos en los inicios de la transición a la democracia, y por tanto, será necesario replantearse cómo queremos posicionarnos en un sistema internacional, que claramente tiene mayores complejidades respecto del generalizado optimismo que hubo en los inicios de la post Guerra Fría.
Hoy la democracia está experimentando retrocesos en muchas partes; el impacto social y económico de la pandemia del Covid-19 perdurará por largo tiempo en el mundo, lo que abre además una gran interrogante respecto al futuro de un modelo de capitalismo esencialmente depredador, que ha tenido además un impacto devastador en el cambio climático; el centro de gravitación del sistema internacional inexorablemente se está moviendo hacia el Asia Pacífico con todas las implicancias geopolíticas que esto tiene; hay un “proteccionismo” encubierto pero creciente de países que buscan resguardar sus economías frente a los vaivenes de la economía internacional; hay un grave debilitamiento del multilateralismo a nivel global; está la emergencia de las nuevas “amenazas no convencionales” que tienen un efecto muy desestabilizador en la diversas regiones del planeta; y la rivalidad creciente entre Estados Unidos y China, que tensiona la autonomía de países medianos y pequeños que se resisten a un alineamiento en el contexto de esta competencia geopolítica global.
Claramente, este no es el mundo que pronosticaron los grandes líderes mundiales cuando al terminar la Guerra Fría anunciaron que vendría un largo período de “paz y prosperidad global”. El desafío para nuestro país es entonces, definir cómo en este nuevo escenario vamos a defender y promover aquellos “bienes públicos globales” (democracia, derechos humanos, globalización sustentable y equitativa, reforzamiento del multilateralismo y el derecho internacional) que son parte inherente de nuestra política exterior, combinando esto, además, con la otra gran tarea de usar la política exterior como herramienta eficaz para contribuir al desarrollo del país en las próximas décadas.
Por otra parte, los importantes cambios sociales que está experimentando Chile en el presente crean hoy un espacio para un debate más plural e inclusivo respecto a cómo vemos hacia el futuro el “rol de Chile en el mundo”. Hoy nuestra sociedad es más diversa y empoderada, mientras que han proliferado múltiples entidades y organizaciones cuyo accionar trasciende nuestras fronteras, haciendo así más enriquecedor, pero también más compleja, nuestra inserción internacional como país. Parte de este debate se dará seguramente en el proceso constituyente, lo que constituirá una señal potente de que todas las grandes decisiones que en el futuro se adopten, deberán ser parte de una deliberación pública que hasta ahora ha estado básicamente ausente. Nunca más, por ejemplo, firmar tratados comerciales, sin un amplio debate con la ciudadanía, sobre las implicancias de largo plazo que estos pueden tener para nuestro país.
En definitiva, se trata de poner énfasis en este nuevo ciclo, en una política exterior que a la vez sea latinoamericanista, de no alineamiento activo, inclusiva y feminista, defensora de los derechos humanos, y que incorpore de verdad a las regiones, a los chilenos en el exterior, y a las legítimas demandas de los pueblos originarios, contribuyendo así a un país mejor para todas y todos, a partir de una nueva manera de ver y entender la defensa de la “soberanía” en un mundo global. Y que, además, haga un aporte sustantivo de acuerdo a nuestras capacidades (estableciendo alianzas flexibles con países afines) a los grandes “avances civilizatorios” que deben ser defendidos y profundizados, en un escenario internacional claramente más sombrío que el imaginado en nuestros primeros años de democracia.
Contenido publicado en La Tercera