Con preocupación asistimos a la instrumentalización política de nuestras relaciones exteriores. El Gobierno ha renovado la urgencia suma al proyecto que implementaría el acuerdo comercial conocido como TPP-11, con más interés en generar quiebres en la oposición -por las legítimas diferencias respecto de este tratado- que en el propio acuerdo. Esto es altamente irresponsable de parte del Presidente y del canciller, y constituye un desvío peligroso de nuestra política exterior como política de Estado.
La internacionalización que han seguido todos los gobiernos democráticos de Chile ha rendido frutos. Tanto empresas como consumidores se han beneficiado, y hasta 3 millones de empleos dependen del sector exportador. Todo esto debe ser protegido y expandido. Sin embargo, forzar una votación con el fin expreso de remarcar distintas visiones políticas en la oposición es totalmente irresponsable.
Hoy no están despejadas las dudas legítimas que existen sobre este acuerdo internacional, más aún cuando quien lo negoció señala que no es el momento de aprobarlo. Antes de someterlo a discusión y votación deben ser resueltas esas dudas y cuestionamientos, pero parece que el Presidente Piñera desea batir el récord de chascarros en materia internacional. El problema es que ello compromete no solo a su Gobierno y a su persona, sino que al Estado en su conjunto.
Más allá de cualquier análisis sobre los beneficios o perjuicios que conlleva adherir y firmar el acuerdo, cabe preguntarse ¿es realmente urgente la revisión y suscripción del tratado en cuestión? ¿No hay acaso temas que revisten mucha mayor urgencia y a los que estamos abocados como país y como legislatura para enfrentar la difícil situación que hoy vivimos?
En momentos en que nuestros mejores esfuerzos deben concentrarse en la lucha contra la pandemia e ir en ayuda de las personas, resulta antojadizo e imprudente que el Gobierno pretenda desviar el foco de la labor que hoy como legisladores estamos desempeñando.
Separemos la política de Estado, esa con mayúscula que a este Gobierno le ha sido tan esquiva, de la política de trinchera. El TPP-11 debe discutirse por sus méritos y para ello deben despejarse todas y cada una de las dudas razonables. Más aún, cuando el mundo entero está atravesando una dura crisis sanitaria y económica, que probablemente redefinirá ciertas reglas y maneras de relacionarnos en el concierto internacional, abriéndose ventanas de oportunidades para potenciales acuerdos que tengan en consideración la nueva realidad mundial. En este escenario, qué duda cabe, el rol del Congreso será fundamental, pero «cada día trae su propio afán».
En estas discusiones bien valdrá la pena debatir sobre nuestro modelo productivo; cómo elevar el empleo y mejorar los salarios; cómo transitamos a una economía más limpia y sustentable; así cómo lograr que las regiones reciban una contribución proporcional a su aporte. Todo esto, al tiempo que como sociedad terminamos de asumir y asimilar que somos parte de un mundo globalizado e interdependiente, donde lo que hace uno de sus miembros afecta irremediablemente al resto.
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