MARTIN JACQUES , MIEMBRO DEL DEPARTAMENTO DE ESTUDIOS INTERNACIONALES DE LA UNIVERSIDAD DE CAMBRIDGE
El Diálogo entre Estados Unidos y China en Anchorage, Alaska, ha sido muy revelador. Las fuertes críticas hechas a Estados Unidos por Yang Jiechi y Wang Yi, en presencia de los medios globales, sugieren un nuevo tipo de autoconfianza, en su creciente fuerza, por parte de China. Ciertamente tomó a Blinken y Sullivan por sorpresa. Mientras tanto, el mensaje de EEUU fue que Joe Biden está leyendo el libro de jugadas de Trump sobre China.
Aprendimos dos cosas del diálogo de alto nivel entre China y Estados Unidos celebrado en Alaska la semana pasada.
La primera fue al inicio cuando los medios de comunicación estaban presentes. Estos eventos normalmente se llevan a cabo de una manera educada y algo anodina, cubierta por cierto refinamiento diplomático. En este caso no podría haber sido más diferente.
El secretario de Estado, Anthony Blinken, y el asesor de seguridad nacional, Jake Sullivan, iniciaron el acto haciendo duras críticas a China. En respuesta, Yang Jiechi, miembro del Buró Político del Comité Central del Partido Comunista de China (PCCh), ofreció una actuación proporcionada. Lejos de usar un lenguaje diplomático desafió no solo la posición de Estados Unidos sino su propia legitimidad. Y todo esto ante los medios de comunicación del mundo.
Permítanme citar algunas de sus dardos: «Cuando entré a esta habitación, debería haber recordado al lado estadounidense que preste atención a su tono». «Estados Unidos no está calificado para decir que quiere hablar con China desde una posición de fuerza». «China y la comunidad internacional … defienden un orden internacional centrado en la ONU … no lo que defienden un pequeño número de países del llamado “orden internacional basado en reglas”. “Esperamos que a Estados Unidos le vaya mejor en materia de derechos humanos. En este ámbito el reto que enfrenta Estados Unidos no solo ha surgido en los últimos cuatro años con Black Lives Matter, porque el racismo en este país es de larga data «. «Sobre los ataques cibernéticos, permítanme decir que en capacidad para lanzar ataques cibernéticos Estados Unidos es el campeón». «Estados Unidos no representa la opinión internacional y tampoco de el mundo occidental».
Mientras realizaba estas andanadas, Yang habló con pasión, pero nunca levantó la voz. No hubo sarcasmos baratos. Utilizó un nivel elevado para la discusión y dejó a los estadounidenses desconcertados.
Como sabemos, normalmente, China y los chinos no hablan de esta manera. Por tanto, es una señal de que algo ha cambiado. Hay un nuevo sentido de confianza por parte de los chinos. Han demostrado que pueden ganar un debate. Que son, al menos, iguales a los Estados Unidos. Que hablan desde una posición de fuerza ante una posición estadounidense de debilidad.
China ha pasado de «mantener un perfil bajo» en el campo diplomático a «luchar por el logro», de ser un espectador en el sistema global a convertirse en un gran arquitecto de un mundo multipolar. Hasta ahora, los estadounidenses siempre se han considerado a sí mismos como los que dirigen el espectáculo; la conmoción visible en el lenguaje corporal de Blinken y Sullivan fue la comprensión, consciente o inconsciente, de que esto se había terminado. Lo mismo fue evidente para los medios occidentales, incluyendo a la BBC.
Lo segundo que descubrimos en el diálogo (aunque ya era evidente por las señales que emanan de la Casa Blanca) es que no habrá retorno al anterior statu quo, que Biden está tremendamente ansioso por parecer tan hostil a China como lo fue Trump, que las fuerzas subterráneas que dominan la política norteamericana son muy oscuras.
Estados Unidos está en el proceso de llegar a la atormentada conciencia que China es ahora su igual. Pero, no se decide a aceptar o consentir lo que ya es una realidad histórica. Por eso no se puede volver a 1972 (Acuerdo de Mao-Nixon) o 1979 (reconocimiento estadounidense de China). La relación que prevalecía entonces entre ambas naciones era completamente diferente: EEUU era el gigante, China un pececillo.
Esa fue la base de la relación entre Estados Unidos y China durante 45 años desde 1972 hasta que Trump la torpedeó en 2017, aunque, por supuesto, ya el ascenso de China estaba minando la relación con Estados Unidos. Que China este a punto de superar económicamente a Estados Unidos, que tenga una enorme presencia global, ha supuesto un enorme impacto para la psique y la élite política estadounidense.
Adictos a la arrogancia, no vieron venir lo desgarradamente obvio. Como no se puede volver al pasado, la relación entre China y Estados Unidos, tan crucial para ambos y para el mundo entero, tendrá que repensarse sobre una base completamente nueva, a saber, una relación de reciprocidad e igualdad. El problema es que Estados Unidos está muy lejos de pensar así, necesita para estos tiempos a un personaje como Henry Kissinger o alguien que comprenda a China.
Por el momento, debemos pensar de formas más mundana. La cooperación se limitará a las estribaciones, se tratará tema por tema, un poco por aquí y un poco por allá.
Para reconstruir los contactos y comunicaciones entre los dos países, habrá que acabar, de la mejor manera posible, con la toxicidad y destrucción desenfrenada provocada por Donald Trump. Esto no será fácil, pero debería, en caso de apuro, ser posible, ya que el cambio climático es un desafío y una oportunidad muy importante, porque sin la cooperación entre estos dos países, el cambio climático pondrá en peligro el futuro mismo del planeta y de la humanidad.
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