El primer acto del nuevo ministro de Defensa de Brasil fue recibir a los tres jefes de las Fuerzas Armadas, que le presentaron sus renuncias. El siguiente, que coincide con el 57 aniversario del golpe de Estado de 1964 este miércoles, ha sido difundir una nota en la que exalta la quiebra constitucional. “Pacificar el país” era el objetivo, escribe el general Walter Braga Netto. “El movimiento de 1964 es parte de la trayectoria histórica de Brasil”, añade.
A la convulsión política por la abrupta salida de los comandantes de las Fuerzas Armadas que siguió a una gran reforma ministerial, se suma la catástrofe del coronavirus. Este martes Brasil alcanzó un nuevo máximo de fallecidos. El enésimo. Murieron 3.780 personas en 24 horas. Mientras, el presidente Jair Bolsonaro sigue en sus trece. Este miércoles ha insistido en que la prioridad es salir a trabajar. Y, según él, para autoritarios, los alcaldes y gobernadores, que adoptan restricciones para frenar el virus que suponen “extrapolar un estado de sitio”, según ha declarado tras reunir al gabinete de crisis de la pandemia. Al golpe no se ha referido. Y no ha permitido preguntas.
La nota del ministro de Defensa, nombrado el lunes, afirma que “los eventos de hace 57 años” deben ser interpretados como una respuesta a “la expansión de ideologías totalitarias”, en referencia al comunismo, aunque no lo explicita, en el contexto de “la Guerra Fría que envolvió a América Latina”. Esa narrativa es la que defiende con vehemencia desde hace años el actual presidente, Jair Bolsonaro. Nada dice el comunicado de la represión de las dos décadas siguientes.
Al llegar al poder, el actual presidente llevó las conmemoraciones del golpe a la esfera pública. Hasta entonces era una fecha discretamente celebrada en los cuarteles y que militares retirados recordaban con comidas en clubes de uniformados.
El Gobierno de Bolsonaro ha pleiteado en los últimos meses para poder organizar actos para conmemorar el golpe. Un tribunal de Brasilia se lo autorizó por cuatro votos a uno hace dos semanas. Más allá de la difusión de la orden del día del Ministerio de Defensa, no ha habido ningún acto gubernamental. Otros eventos han sido suspendidos a causa de la pandemia. Por ejemplo, la tradicional comida que organiza el Club Militar de Río de Janeiro para recordar lo que denomina “la revolución democrática de 1964”.
El mandatario creó un gabinete de crisis para gestionar la pandemia cuando Brasil superaba los 300.000 muertos. Tras la reunión de este martes, ha anunciado que la semana próxima se reanuda la paga del coronavirus. Esta vez será para menos beneficiarios y por una cuantía menor. La avalancha de casos es tal que varios cementerios de la metrópoli de São Paulo han empezado a enterrar también durante las noches a la luz de potentes focos. Los hospitales siguen recibiendo miles de infectados que necesitan ser atendidos en UCI. Son más jóvenes y llegan más graves que en la primera ola.
Además de paliar los daños de la crisis económica, espera que las ayudas frenen su desgaste político. Los jefes del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea presentaron sus renuncias el martes en protesta por las presiones de Bolsonaro para politizar los cuarteles. El presidente quiere a los militares de su lado en el duro pulso que mantiene con otras autoridades a cuenta de la pandemia.
El gobernador de São Paulo, João Doria, que en la crisis sanitaria se ha erigido en uno de los principales antagonistas del presidente, ha criticado la nota de Defensa: “Como hijo de un diputado destituido que vivió 10 años en el exilio, considero esta carta una afrenta que propone la celebración de un golpe militar que victimizó a miles de brasileños, no solo en la política, personas silenciadas, maltratadas y muy dañadas”.
Bolsonaro siempre festejó el golpe. A menudo en solitario, como el 31 de marzo de 2014, cuando era diputado y posó ante una pancarta gigantesca que decía: “Felicidades, militares, gracias a vosotros Brasil no es Cuba”. Su abierta defensa del régimen militar es lo que más le distinguía del resto de parlamentarios durante sus tres décadas como diputado.
La presidenta Dilma Rousseff, del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), tomó algunas medidas que muchos militares no le perdonan. Impulsó la Comisión de la Verdad, que determinó que 434 personas fueron asesinadas y señaló a 377 perpetradores. La presidenta, destituida años después, eliminó el aniversario del calendario de festivos de las Fuerzas Armadas.
El mandatario era un adolescente cuando entró en la academia militar unos años después del golpe. Se formó, como los altos mandos militares actuales, durante la dictadura que acabó en 1985. Entró en política tras salir del Ejército.
Contenido publicado en El País