Por Rosa Meneses // Contenido publicado en: El Mundo
Poco a poco, el dolor va dejando paso a la rabia. Mientras los equipos de rescate apuran las últimas horas para salvar a los últimos supervivientes de los escombros, las brigadas de voluntarios limpian las cenizas y el país se sobrepone a la muerte y la destrucción que sembró en Beirut la explosión de una nave llena de nitrato de amonio, la ira crece.
Miles de manifestantes convocados a través de las redes sociales han tomado el centro de Beirut, con llamamientos renovados para echar abajo el sistema político bajo el lema ‘Día de la Ira’. Desde sus primeros minutos, la manifestación transcurre en alta tensión. Un grupo de manifestantes ha tomado el edificio del Ministerio de Exteriores, informan medios locales. Desde el edificio ministerial, gravemente dañado por las explosiones, los activistas han leído proclamas y han insistido en un cambio de sistema, según Efe. Apoyados por militares retirados, han declarado el edificio «cuartel general de la Revolución» y han quemado retratos del presidente, Michel Aoun. Horas después, han sido desalojados por efectivos del ejército.Otros dos edificios ministeriales han corrido la misma suerte: el de Energía y el de Economía, dos carteras clave en la decadencia que sufre el país.
Los bancos también son objeto de la cólera popular: la sede central de la Asociación Nacional de Bancos ha sido tomada por los manifestantes, que le prendieron fuego antes de ser desalojados por el ejército, según informó un fotógrafo de la agencia France-Presse en el lugar. «¡Abajo el reino de los bancos!», gritaban los manifestantes.
A primera hora de la tarde, los miles de movilizados han intentado romper las barreras policiales para llegar hasta la sede del Parlamento. La policía ha lanzado gases lacrimógenos para repeler la protesta y ha confirmado a Reuters que está usando munición real. En las inmediaciones del Gran Serrallo, el palacio que alberga el poder legislativo, se han vivido enfrentamientos entre fuerzas de seguridad y manifestantes, que siguen rodeando el edificio. Un agente de policía ha resultado muerto y, según la Cruz Roja Libanesa, hay al menos 172 heridos en los choques. Las imágenes difundidas muestran hogueras en las calles y jóvenes corriendo entre el humo de los gases antidisturbios. Un abundante dispositivo policial y militar se ha desplegado para proteger la sede parlamentaria.
Para muchos ciudadanos, la tragedia de Beirut es el último fogonazo de una élite política corrupta y negligente. Los llamamientos para echar abajo el sistema político que surgieron con fuerza en octubre se han renovado ahora y esta tarde la Plaza de los Mártires, con su imponente mezquita, ha vuelto a ser el epicentro de protestas como las que se han vivido -solo interrumpidas por el coronavirus- estos meses. Unas 7.000 personas, según un recuento de Reuters, se concentraban a primera hora en la plaza. Los manifestantes blanden banderas libanesas y escobas, uno de los símbolos de los voluntarios que recogen escombros en medio de la destrucción. Algunos lanzan piedras contra las fuerzas de seguridad y todos gritan una vieja consigna famosa en la Primavera Árabe: «¡El pueblo quiere la caída del régimen!». Las pancartas rezan: «Fuera, sois todos unos asesinos».
Justo en esos momentos se actualizaba la cifra de víctimas de las dos explosiones originadas en una nave del puerto de Beirut donde se almacenaba durante seis años toneladas de nitrato de amonio -un químico peligroso que se utiliza para fabricar bombas y fertilizantes-. El último balance establecía en 158 el número de muertos y elevaba en un millar más los heridos, hasta los 6.000.
«Mi pregunta es: ¿alguien nos puede decir cuál es el precio de 2.750 toneladas de nitrato de amonio para poder saber cuánto valen nuestras almas?», reclamaba uno de los manifestantes, Elie Daw, en declaraciones a EL MUNDO.es.i
El primer ministro, Hasan Diab, ha emitido un mensaje a la nación en el que ha anunciado que propondrá elecciones anticipadas en el Consejo de Ministros de este lunes, para celebrar en un periodo de dos meses. «Convocaré elecciones anticipadas para producir una nueva élite política. Esta catástrofe exige decisiones drásticas. Yo soy el primer ministro y estoy con las ambiciones de cambio de los libaneses», ha dicho Diab. Minutos antes de su discurso, había reconocido este sábado que la gente «tiene derecho a estar furiosa» contra el Gobierno. Diab formó gobierno en enero, tras meses de parálisis provocada por la dimisión de Saad Hariri, en medio de las protestas que estallaron el 17 de octubre.
Conatos de protesta se vivieron ayer en las calles de la herida ciudad. El jueves por la noche, grupos de personas intentaron saltar los controles policiales que acordonan el Parlamento libanés, algunos armados con piedras. La policía disparó gases lacrimógenos.
En las redes, muchos señalan con furia a los políticos con el hashtag «colgadles». Este sábado, dos de los diputados del partido cristiano Falange Libanesa (Kataeb) renunciaron siguiendo la consigna de su líder, Sami Gemayel, hijo del histórico dirigente Amin Gemayel, que también dejó su escaño. Al renunciar han recordado al secretario general del partido, Nazar Najarian, que falleció en la explosión. «Invito a todos los honorables diputados a dimitir para que el pueblo pueda decidir quién le gobierne, sin nadie imponiéndoles nada», les ha conminado Gemayel en el funeral.
Hasta este sábado, solo dos diputados habían abandonado su escaño a modo de protesta. Uno es el diputado druso Marwan Hamade, que ha sido varias veces ministro y sobrevivió a un atentado en 2004, que había tenido la decencia de dimitir el miércoles para mostrar su indignación por la catástrofe. La otra es Paula Yacoubian, parlamentaria de la lista ciudadana Sabaa. La embajadora del Líbano en Jordania, Tracy Chamoun, también presentó su renuncia esta semana. Chamoun es hija del dirigente cristiano Dany Chamoun, asesinado durante la guerra civil.
Los pocos parlamentarios que estos días se han atrevido a visitar a los afectados han sido despachados con abucheos. En otra muestra de cólera, varios manifestantes atacaron el jueves el convoy del ex primer ministro Saad Hariri y se enfrentaron a sus guardaespaldas en el centro de Beirut.
ABANDONO
La clase política es hoy más que nunca el blanco de la furia de la población que ha visto cómo esta catástrofe viene a golpearles cuando ya se encontraban maltrechos. La crisis económica ha hecho perder a la moneda local un 80% de su valor, ha hecho desaparecer los ahorros de toda una vida de la clase media, provocado despidos masivos, causado escasez de alimentos y dejado a casi la mitad de la población al límite de la pobreza. Las explosiones son la puntilla: más de 300.000 personas se han quedado sin hogar, la mitad de Beirut -con sus empresas, negocios, tiendas, restaurantes y hoteles- ha quedado destruida o dañada, el hambre acecha tras la destrucción del 80% de las reservas de trigo y los daños se calculan en 15.000 millones.
«El sentimiento mayoritario no es tristeza ni enfado ni desesperación, es abandono. Ya hemos perdido toda esperanza en las personas egoístas, comatosas y, ahora, criminales que nos gobiernan contra nuestra voluntad.», escribe Bassam Osman, médico del hospital de la Universidad Americana de Beirut en un relato por Twitter de 52 horas de trabajo sin descanso para atender a los afectados por las explosiones.
Abandono porque el Estado parece desaparecido en medio de la catástrofe. Brigadas de voluntarios limpian las calles de escombros, cristales y broza. Son los propios vecinos los que reparten comida y agua y acogen en sus propias casas a los que han perdido la suya. La solidaridad llega desde cualquier parte del país. «El Gobierno es incapaz de ayudar a la gente así que hemos venido a estar al lado de los beirutíes», dice uno de esos voluntarios llegados del norte del país.
«Todos -activistas y expertos- nos estamos preguntando cómo de extensa será la nueva oleada de rabia popular, hasta dónde empujarán las manifestaciones para forzar al gobierno a dimitir y poner a los políticos responsables de esta mala gestión que ha conducido a este desastre a rendir cuentas. Lo más probable es que estas explosiones provoquen más ira y el país vuelva a las movilizaciones masivas. Pero todavía no lo sabemos. He oído a los líderes de las protestas decir: ‘Hoy lloramos a los muertos, mañana derribaremos del poder a los responsables'», comenta Heiko Wimmen, director de Proyecto para el Líbano del think tank Internacional Crisis Group a EL MUNDO.es.