Por Carlos Ominami // Contenido publicado en: La Tercera
La política exterior ha sido una de las dimensiones más obscuras de la segunda administración Piñera. Los hechos son abrumadores: retiro a última hora del Acuerdo de Escazú, negativa a suscribir el pacto mundial sobre migraciones, entierro de Unasur y sustitución por Prosur, agrupación tan ideológica como inútil, intento de socavar las atribuciones de la Corte Interamericana de DD.HH. y el bochorno de Cúcuta protagonizado por el propio Presidente de la República.
En tiempos cortos, se demolió un patrimonio de seriedad y coherencia construido durante décadas. Con la llegada de Teodoro Ribera a la dirección de la Cancillería se abrigó la esperanza de una rectificación. Se supuso que su experiencia parlamentaria le daría el peso político necesario para que se sacudiera de la intervención del segundo piso de La Moneda. Sin embargo, rápidamente quedó claro que no había lugar a ilusiones. Lo más destacado de un año de gestión de Ribera fue el penoso intento de cerrar cinco embajadas, tres de las cuales en Europa, justo cuando Chile busca renegociar su tratado con la Unión Europea.
El nuevo Canciller, Andrés Allamand, partió con el pie derecho. Su anuncio en una reunión de la Comisión de RR.EE. del Senado de que Chile apoyará la propuesta de postergar la elección del presidente del BID es una buena noticia. Desde diversos ámbitos, excancilleres, ex ministros de Hacienda, Foro Permanente de Política Exterior, se había planteado que Chile debía mantener su dignidad y no plegarse a la propuesta norteamericana. Como se sabe, ésta contraría una regla no escrita pero escrupulosamente respetada de que la presidencia del BID ha sido, desde su creación en 1959, ejercida por latinoamericanos. Con la designación de Claver-Carone, el gobierno de Trump busca romper con esa tradición para hacer del BID un instrumento funcional a sus intereses. Cuenta hoy día para ello con el apoyo de gobiernos obsecuentes con EE.UU., como los de Brasil, Colombia, Ecuador, Bolivia y Uruguay, pero no así con el de dos grandes naciones como Argentina y México.
La decisión de Allamand de comprometer a Chile nos pone en la línea de una política exterior como política de Estado. No es una decisión dramática. No se compara con la que se adoptó en el gobierno del Presidente Lagos cuando se le dijo no a Bush que buscaba el aval del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para su invasión a Irak. Pero, es un avance que es de justicia reconocer.
Frente a una crisis de la profundidad de la actual, el BID está llamado a jugar un papel trascendental en la recuperación de la región. Necesita para ello recapitalizarse y contar con una dirección dotada del más amplio respaldo. Como lo sugirió Josep Borrell, Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, conviene postergar por unos meses la elección en el BID a la espera de las importantes novedades que pueden aportar las elecciones presidenciales en los EE.UU., su principal accionista.