Por Carlos Ominami, economista
La pandemia y luego la invasión de Ucrania por parte de Rusia han producido un cambio mayor: el fin de la globalización como la conocimos durante las últimas cuatro décadas. Y no se trata simplemente de un diagnóstico académico. Larry Fink, CEO de BlackRock, y Howard Marks, presidente de Oaktree, dos referentes empresariales de primera línea lo confirman en declaraciones recientes.
La idea del mundo como un gran mercado integrado abastecido por cadenas de valor constituidas a partir de las ventajas comparativas y competitivas de las naciones está hoy día en cuestión. La dependencia durante la pandemia de insumos vitales ha llevado a los países a revalorar la importancia de su autonomía. Las guerras de los primeros días por el acceso a respiradores artificiales y la importancia estratégica de la disponibilidad de vacunas cambiaron de manera radical las formas de relacionamiento entre los países. Ninguno quiere volver a pasar por las angustias e incertidumbres propias de esos días.
El despliegue de las actividades productivas en función de las disponibilidades de recursos y en particular de los costos de la mano de obra dejaron de ser los criterios esenciales para fundamentar la localización de una decisión de inversión.
El mejor ejemplo es el esfuerzo que hoy día hace Europa Occidental para autonomizarse del abastecimiento de gas y petróleo de Rusia. La economía pierde importancia frente a la geopolítica. Nociones olvidadas en los tiempos de la antigua globalización como soberanía alimentaria o energética adquieren una nueva actualidad. El cálculo geopolítico tiende a desplazar a la razón puramente económica.
En este mundo nuevo, la tendencia dominante es a la fragmentación de los espacios y al acortamiento de las cadenas de valor. América Latina, el continente más castigado por la pandemia, tiene que tomar debida nota de este cambio trascendental, lleno de amenazas pero que abre también oportunidades. Las capacidades para producir alimentos o nuevas energías no convencionales pueden transformarse en formidables palancas que reimpulsen un crecimiento regional que ha venido desfalleciendo durante los últimos años.
En un mundo en donde la geopolítica se constituye en un factor determinante, es fundamental que retomemos el esfuerzo integrador, nos afirmemos como zona de paz y resistamos los intentos de las grandes potencias de alinearnos detrás de sus intereses. En especial, para los países de América del Sur es crucial preservar la diversificación que se ha producido en las relaciones con las dos principales potencias. Estados Unidos seguiría siendo un referente cultural y político fundamental pero China constituye por lejos el principal mercado para nuestras exportaciones. En este sentido, la defensa de nuestros intereses más vitales pasa por poner en práctica una política de no alineamiento activo, que garantice nuestra autonomía y el privilegio de nuestros intereses nacionales y regionales.
Contenido publicado en La Tercera