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El Triunfo Íntimo de Salvador Allende

-Era la sensación de que ese día se ponía fin a una serie de frustraciones que veníamos viviendo como familia, y mi papá especialmente, desde de que el 58 había estado a punto de ser Presidente, y el 64 había sufrido una rotunda y dolorosa derrota. Había una electricidad positiva, una sensación de que ahora sí íbamos a ganar.

La senadora Isabel Allende (75) toma asiento en el comedor de la histórica casa familiar en calle Guardia Vieja, en Providencia, en el mismo lugar en que el 4 de septiembre de 1970, a eso de las seis de la tarde, prendieron la radio para escuchar en vivo el conteo de votos de la cuarta elección presidencial que protagonizaba el doctor Salvador Allende.

-Mi papá estaba inscrito para votar en Magallanes, porque había sido elegido senador por esa zona. Así que no podía sufragar en Santiago. Por eso decidió que haría el rito de acompañar a mi mamá a votar. Yo tenía 25 años y llegué temprano para ir con ellos. Luego los hermanos fuimos a votar cada uno por separado y volvimos a la casa a almorzar -recuerda Isabel Allende, la menor de las hijas del matrimonio entre Salvador Allende y Hortensia Bussi.

Su padre se fue a dormir la siesta -‘algo sagrado para él’- y ya en la tarde empezó a llegar gente a la casa. La senadora recuerda el conteo en las urnas que se transmitía por la radio: ‘Allende’, ‘Allende’, ‘Alessandri’, ‘Tomic’, ‘Alessandri’. Era una votación apretada.

-El primer cómputo no lo dio como ganador, pero luego se empezó a ver que había una tendencia. Como a las nueve de la noche ya era claro que había sido un triunfo, estrecho, pero triunfo igual.

La familia en pleno se dirigió al centro de Santiago, a la sede de la Fech, donde Salvador Allende hizo su discurso de triunfo desde un balcón.

-Lo hizo con un megáfono, en una instalación muy precaria. Mi marido de ese entonces y yo nos quedamos abajo. La Tati (Beatriz, su hermana mayor) y la ‘Tencha’ (su madre) estaban con él arriba, había que tener cuidado, porque la casona era precaria y vieja y estaba el riesgo de que no fuera a aguantar.

El discurso del 4 de septiembre, dice Isabel Allende, tenía una cosa muy bella, ‘porque era la emoción, el agradecimiento y la certeza de que el pueblo estaba entrando con él a La Moneda.

Allende recuerda que su padre sabía que lo que proponía como proyecto era difícil y que iba a tener obstáculos.

-No iba a ser fácil, porque eran reformas profundas y estructurales importantes. Él estaba consciente. Por eso su discurso de ese día fue impactante: ‘Vayan a sus casas y cuando acaricien a sus hijos piensen en el mañana y la dura tarea que nos espera’ -repite de memoria.

Salvador Allende y Hortensia Bussi se casaron en 1940, cuando él ya había elegido la vida política: en esa época era ministro de Salud de Pedro Aguirre Cerda. Vivían en un departamento de calle Victoria Subercaseaux, en el centro de Santiago. Ahí nacieron sus tres hijas, Carmen Paz, Beatriz e Isabel.

En 1953 se cambiaron a la casa de Guardia Vieja, que en su historia tiene tres campañas presidenciales y otras tantas para senador. Por eso, Isabel Allende se ha empeñado en no venderla, a pesar de que a uno y otro lado está llena de edificios que la han dejado con poco sol.

-De la primera campaña del 52 tengo recuerdos muy vagos. Me acuerdo de que estábamos en la casa de un gran amigo de mi padre y escuchábamos por la radio: ‘Allende cero’. Sacó poquísimos votos, y veía que estaban todos muy serios. Pero mi padre siempre fue consciente de que era una candidatura testimonial.

En 1958 fue la segunda campaña presidencial, en la que perdió por 30 mil votos, ‘un poco menos de lo que sacó el cura de Catapilco’, apunta la senadora.

Agrega que los recuerdos que tiene de esa vida familiar con este papá que viajaba todo el tiempo por sus constantes campañas, son buenos.

-Lo acompañábamos cuando estábamos de vacaciones y era entretenido. Y cuando estábamos en Santiago y él era senador, a esta casa siempre venía a almorzar e invitaba gente. A nosotros nunca nos mandó a comer a otro lado, siempre nos sentó en la mesa y uno escuchaba unas conversaciones maravillosas.

Isabel Allende cuenta que si bien la vida de su papá giraba completamente en torno a la política, igual había tiempo para una conversación entre padre e hija.

-Por supuesto que sí, los pocos días que se tomaba de vacaciones los pasábamos en Algarrobo. Ahí nos enseñó a nadar, a remar. Una cosa maravillosa que voy a recordar siempre era ver las puestas de sol en Mirasol.

Pero pocas veces estaban solos.

-Generalmente éramos nosotros, pero también había gente conocida (.). En Algarrobo teníamos momentos de mayor intimidad. Algunos domingos o fines de semanas largos nos llevaban al cerro San Cristóbal. La gracia era subirlo y bajarlo a pie. Eso le encantaba al ‘Chicho’. Nuestro gran premio era una bebida.

Isabel Allende vivió en esta casa familiar hasta 1964, cuando se casó.

-Yo tenía 19 años; entonces, él encontró que era una locura. Yo estaba embarazada y no le gustó nada que yo tan tempranamente me casara. Tenía miedo de que no terminara mi carrera. Yo estudiaba Sociología.

-¿Su padre era conservador en eso?

-No, era el padre más liberal que nosotros tuvimos. Pero él quería que yo terminara la carrera. No le gustó nunca ese matrimonio. Simplemente eso. Además, Sergio (su primer marido) tenía 13 años más que yo.

El matrimonio se quebró a los cuatro años, pero ella no volvió a la casa de Guardia Vieja.

-Mi padre fue muy solidario conmigo y me ayudó económicamente para que pudiera vivir con mi hijo (Gonzalo Meza) en un departamento cerca de acá.

Dice que a partir de la campaña del 64, las cosas para su padre se pusieron ‘bien complejas’.

-La campaña más agresiva fue la de ese año. Y de la campaña del 70, lo que recuerdo es que había algo que se notaba: la gente vivía esto con mucha alegría, esperanza. Se habían acumulado frustraciones y la situación económica no progresaba todo lo que prometía la revolución en libertad de Eduardo Frei. Para ese año todavía había desnutrición, cesantía. Entonces se percibía un ambiente, un deseo de cambio. Y la campaña fue muy creativa, porque se sumaron muchas artistas que después se consagraron, como los Inti Illimani o los Quilapayún.

Isabel Allende cuenta que en 1969 su padre se dedicó a recorrer todo el país.

-Lo veía poco. Las campañas empezaban un año y medio antes, y era recorrer el país de Arica a Magallanes por tierra, avión, lanchón, auto, ferrocarril, todo. Las campañas eran duras.

-¿No sentía algo de temor por lo que podía venir?

-No, yo no sentía temor en ese tiempo. Hasta ese momento había un sentimiento positivo en el aire. Sentíamos que había una expectativa, una participación, alegría. había mucha creatividad, había de todo, muy potente.

Isabel Allende hace una pausa y ofrece un té. Se ve cada día más parecida a su madre Hortensia Bussi: tiene el mismo pelo y la misma postura corporal con que aparece en las fotos que cuelgan de las paredes de la casa.

Cuenta que decidió pasar la cuarentena aquí, donde suele estar solo los domingos y lunes. El resto del tiempo está en Valparaíso, en su casa en el Cerro Jiménez, desde donde va al Congreso.

-Yo era muy compinche de mi mamá.

-¿Y cómo la veía a ella ese tiempo?

-Mi mamá vivió tres períodos difíciles, porque tuvo tres veces tuberculosis, y eran seis u ocho meses en cama. El ‘Chicho’ andaba en campaña o en el senado, y ella en cama sin poder moverse. Cuando estaba acá en Santiago, él venía a almorzar con ella.

Eran períodos muy duros para mi mamá. Recuerdo que cuando él estaba en campaña y venía el doctor y miraba la radiografía y le decía: ‘No, son tres meses más en cama’, ella se quedaba llorando, porque ya llevaba seis meses así. Fue compleja para mi mamá esa parte. También creo que ella no llevaba bien esto de la eterna campaña, le costaba, porque significaban mil reuniones, viajes. Esta casa era un entrar y salir de gente, y a veces también se ponía duro en términos económicos. Alguna vez, para una campaña, el ‘Chicho’ pretendió hipotecar Algarrobo y mi mamá lo chantó. ‘¡No se toca Algarrobo!’, le dijo.

Beatriz era más cercana a su padre e Isabel a su madre.

-Fue una cosa instintiva. A pesar de que el ‘Chicho’ nos atraía con su vitalidad, su humor y calidez, yo me identificaba mucho con ‘Tencha’. Como yo era más tímida, su estilo reservado me era más cercano. Ella no tenía esta cosa tan expansiva. Era mi refugio. Me gustaba que leyera mucho, que se rodeara de este mundo del teatro, de escritores. A ella le gustaba jugar Scrabble y yo hasta hoy gozo jugándolo. También la entendía más en sus períodos de tuberculosis, me daban ganas de estar más cerca de ella.

-¿’La eterna campaña’, como dice usted, desgastaba a su madre?

-Sí, no fue fácil para ella

-¿Ella se lo decía?

-Yo me daba cuenta, todos nos dábamos cuenta. ‘Otra vez en campaña’, era la sensación. Ella vivió eternamente eso. Imagínate: mi padre fue cuatro veces senador, una vez diputado, más cuatro campañas presidenciales. No creo que haya habido alguien con más campañas en el cuerpo que Salvador Allende.

-Ser mujer de Allende debe haber sido complejo, entonces.

-Sí, por eso ella tenía sus espacios. Nunca fue, en ese sentido, la militante activa que estaba en la campaña. Ella lo admiraba, claro, pero le discutía, tenía sus ideas. Era discutidora la ‘Tencha’, nunca se privó de ser crítica. Era súper criticona.

-¿Su posición política era más de izquierda o conservadora?

-Ni lo uno ni lo otro, pero siempre podía tener un juicio crítico. Siempre fue directa y decía las cosas por su nombre. Si no le gustaba una persona o no le gustaba que se hiciera una cosa, lo decía con todas sus letras. Tranquilamente.

-¿Los escuchó mucho pelear?

-A veces discutían. Pero discutían por estas cosas, siempre en el ámbito más político.

-¿Y referidas a su matrimonio?

-La verdad es que supongo que tenían varios conflictos, porque ‘Chicho’ no era precisamente el más monógamo del mundo, pero no lo hacían delante de nosotros (.). Yo no me metía en eso. Se las arreglaron para que no fuera tan evidente para uno. Tampoco es que él fuera tan directo y le estuviera tocando la pierna a una mujer.

-¿Hubo un momento en que ese ‘papá perfecto’ dejó de serlo por estas situaciones?

-Nunca sentí al papá perfecto en ese plano, sí en estos otros que te hablaba: su cordialidad, jovialidad, su capacidad de hablar con jóvenes, con amigos de uno, la vida en Algarrobo. Pero el papá perfecto en la relación con mi mamá, no. Uno se daba cuenta que de perfecto, ahí no había nada. Yo, por lo menos, lo sentía así.

-¿Su mamá sufrió mucho por eso?

-Yo supongo, pero no era una cosa de la que se hablara mucho. Tampoco después de su muerte. Con la ‘Tencha’, en general, nunca hablamos mucho de eso.

Isabel Allende cuenta que no solo ella, sino que sus hermanas, le decían ‘Chicho’ a su padre. Su abuela también. Recuerda que él era muy feliz con eso, porque además le encantaba estar rodeado de mujeres.

-¿No echaba de menos un hijo hombre?

-Yo creo que sí, creo que le habría gustado. Fue trágico, porque el año 53 mi madre estaba embarazada y subimos al cerro San Cristóbal. Fue un error y tuvo un parto prematuro. Entonces, nació y murió. Era un niño. Yo creo que al ‘Chicho’ le habría gustado, por supuesto, pero desde ahí nunca más hubo un embarazo.

-¿Era machista?

-Era machista como todos los de su generación, jamás se metía a la cocina, estaba acostumbrado a que le sirvieran.

Pero, una de las cosas más notables, recuerda, es que él quería crear el Ministerio de la Mujer el año 70.

-Imagínate que recién llegamos a tener una ministra de la Mujer en el gobierno de Bachelet, hace cuatro años. Él postulaba que la mujer tenía que tener igualdad de derechos y que los hijos no podían distinguirse entre hijos naturales o no. Eso vino a ser ley en el 90. Se anticipó notablemente (.). En su gobierno se hizo una red de jardines infantiles que no teníamos. Quería que las mujeres participaran del trabajo.

Los meses antes de que Allende fuera ratificado en el Congreso, su hija los recuerda como un período complejo.

-Era una mezcla de esperanza, de alegría, pero también de dificultades que se empezaron a notar. La tensión. Esto lo vivía indirectamente, porque yo no era la protagonista número uno, pero se notaba en el ambiente.

Sobre la visita de Fidel Castro a Chile, en noviembre de 1971, Isabel Allende recuerda:

-Entre Fidel Castro y mi padre había una relación de mucha amistad y respeto. A él siempre le llamó la atención la parte épica de la Revolución Cubana. Pero el ‘Chicho’ tenía super claro que el camino de Chile era radicalmente distinto, que no tenía nada que ver con la lucha armada y Fidel respetaba eso.

La senadora cuenta a modo de anécdota que Castro solía enviarle regalos a su padre.

-Fidel mandaba unos helados que al ‘Chicho’ le encantaban y que los guardaba en la casa de Tomás Moro para que no se los quitaran. También una vez le envió un pequeño cocodrilo, que lo tuvo un tiempo en la casa hasta que después lo entregaron al zoológico.

Isabel Allende fue una de las personas que recibió a Castro en el aeropuerto a su llegada. Ella estaba en las últimas semanas del embarazo de su segunda hija y compartió con él un par de veces en Tomás Moro.

-Yo creo que el proceso chileno despertó mucha curiosidad en Fidel y de ahí este viaje tan prolongado. Uno lo mira con los ojos de hoy y dice: ‘Es una locura que un Jefe de Estado haga una visita de 20 días’. Fidel tenía muchas ganas de conocer el país, fue al norte, al sur, se dio el gusto de pasearse por Chile.

Agrega que la conversación entre ambos mandatarios siempre fue muy amena.

-Ellos hablaban de todo. Fidel era una persona súper inquieta, le gustaba saber de todo, ciencia, agricultura, y a mi padre le gustaba mucho conversar con él, que ya era una verdadera leyenda.

Isabel Allende se detiene y cuenta que estuvo repasando algunas cifras de la época.

-El primer año de su gobierno lo recuerdo como algo maravilloso. Chile creció 8%; la inflación que era 32%, bajó a 22%. Y en la elección municipal de 1971, su coalición sacó casi 50% de los votos. Increíble si uno piensa que obtuvo 36% en la presidencial. Incluso, la última elección parlamentaria, que fue en marzo de 1973, sacó 44%, con todas las dificultades, porque había acaparamiento, mercado negro, sabotaje y asesinatos: Patria y Libertad asesinó al edecán naval y trató de hacer creer que había sido un GAP.

Pero después de ese primer año, dice, ‘las cosas se tornaron más complejas económica, social y políticamente; todo se fue polarizando’.

Isabel Allende vuelve a revisar algunas cifras de la época:

-Creció la entrada a la universidad en 80%; el año 70 ya se alimentaban alrededor de 670 mil niños; el último año, a pesar de todas las dificultades, se gastaron más de 49 millones de dólares en importar leche y se alimentó a 3 millones 600 mil niños. El posnatal se cambió de 6 a 12 semanas. Con la editorial Quimantú se imprimieron 10 millones de ejemplares de libros que se vendían en quioscos a dos pesos, y la gente compraba y compraba. Cuando piensas cómo se desató la parte creativa, conjuntos musicales, brigadas muralistas, todo ese mundo del espectáculo fue increíble.

-¿Cuál es la crítica que le hace al gobierno de la UP?

-Hubo una cierta ingeniudad al pensar de que las Fuerzas Armadas iban a ser respetuosas de sus juramentos hasta el fin de sus días (.), y un confiar demasiado en la fuerza propia, en el pueblo, los campesinos, trabajadores, no valorar el nivel de oposición que había (.). También hubo un cierto voluntarismo de pensar que con la nacionalización del cobre y la batalla de la producción íbamos a ser capaces de respaldar todo ese circulante que anduvo con los reajustes de los sueldos y las pensiones, pero ese respaldo no se dio (.). Y una ingenuidad al creer que con esas marchas que reunían a 700 mil personas, tenías la fuerza. Pero no: había entusiasmo sí, pero no fue suficiente. Ese entusiasmo tenía que haber estado respaldado tanto en la economía como en el resto de las áreas.

‘Y la otra gran lección que dejó la UP es que procesos de grandes transformaciones requieren de una gran mayoría’.

Allende suspira y toma un sorbo de té antes de seguir.

-Al final la historia la escriben los vencedores. Incluso tras el retorno a la democracia costó mucho dar a conocer todo lo que se había hecho en el gobierno de la Unidad Popular. Mostrar las cosas positivas que no se querían ver. El nombre de Salvador Allende era impronunciable.

El 11 de septiembre de 1973 Isabel Allende partió en su Fiat 600 a La Moneda. No alcanzo a llegar y lo tuvo que dejar botado unas cuadras antes, porque no se podía pasar. Nunca más vio ese auto. Como pudo, llegó hasta donde Salvador Allende y con su hermana Beatriz tuvo que dejar el palacio de Gobierno. Fue una despedida rápida con su papá. El resto es historia: días después viajó al exilio a México con su madre, se transformaron en líderes contra la dictadura en el extranjero y recién pudieron volver a Chile en 1988.

Pese a que Isabel Allende dice que de las tres hermanas, ella era la más tímida y alejada de la política, después del Golpe tuvo que aprender a pararse y hablar en público de lo que había sucedido en Chile.

-Había que sacar la voz y de repente te encontrabas hablando en una universidad, o ante un primer ministro, el Papa o Presidentes. De la noche a la mañana el cambio fue brutal, pero aprendí muchísimo, fue descubrir cosas increíbles, como que Salvador Allende era una figura universal.

-Cuando se fueron de Chile, ¿su mamá tenía definido que la vida que venía iba a ser totalmente política?

-No, ella no jugaba ese rol. Pero después del 73 por supuesto que se destapó una mujer que no estaba, con una valentía, una fuerza, una claridad que despertó la admiración de mucha gente, porque nadie había captado la fuerza que podía tener esa mujer que se veía tan frágil. Y pronto emergió esta mujer que era recibida por un Papa, ministros, Presidentes, y hablaba y denunciaba la dictadura. Fue potente y maravilloso.

‘Nosotros la conocíamos y sabíamos la fuerza que tenía, porque hay que ser muy fuerte para sobrevivir a esos cuadros de tuberculosis, o este marido espantoso en campaña, pero nos dábamos cuenta de que tenía un carácter fuertísimo’.

Y ambas, su madre y ella, se transformaron en un símbolo. Pero Isabel Allende cuenta que en 1980 decidió parar, sentía que debía asumir su vida fuera de lo político.

-Me metí a Flacso en México, y durante dos años dejé todas las giras, las denuncias, y me volví una estudiante de posgrado. Necesitaba parar estos viajes de locura, que un día era en Roma, otro día un Presidente. Y me hizo bien.

Tres años antes había vivido el suicido de su hermana Beatriz, la hija más cercana del expresidente y quien se había ido a vivir a Cuba.

-Fue horroroso, muy doloroso. Beatriz era la fuerte, se supone que yo era más frágil. Fue duro que se viniera abajo, muy tremendo. Pero al mismo tiempo fue predecible. Una de las cosas que a mi me hizo bien fue vivir mi exilio en México, porque allá estaba la ‘Tencha’, teníamos amigos y amistades. Y yo era un ser común y corriente, caminaba por las calles y nadie me conocía, iba a un cine o salía a comer unos tacos y era anónima. Esa es una vida normal. La Beatriz nunca la pudo tener. Ella era el epicentro, y cada extranjero que llegaba a la isla, o cada chileno que salía de la tortura, hablaba con ella, porque presidía el Comité Chileno.

Cuenta que en algún momento de 1977, año de su muerte, la invitaron a vivir con ellas a México.

-Nos dimos cuenta de que todo esto la estaba superando. Había recibido tanto testimonio, que yo creo que estaba desesperada y de repente se sintió perdida. Pero era difícil, ¿qué iba a hacer?, ¿volver a la medicina? No era sencillo ponerse a estudiar. Estaba complicada. Toda su vida estaba allá, tenía sus dos hijos.

La última vez que la vio fue una semana antes de su muerte.

-Ahí la vi mal. Yo iba en un viaje hacia Moscú y quise parar en La Habana. De ahí seguí a Francia y allí nos pilló la noticia. Fue muy triste. Ella tenía 34 años, era joven. Pero llega un momento donde es así, se te junta el piso con el techo y no hay espacio. Yo conozco bien eso. A mí no me ha tocado, no lo he vivido, pero sé que es así.

En 2010, el hijo de Isabel Allende, Gonzalo, se suicidó a los 45 años.

-Yo sé lo que es eso. Sientes que no hay otra alternativa y así lo vives. Hubo una época en la que me recriminé mucho por la Beatriz. Me decía: ‘¿Cómo no nos dimos cuenta antes? Como no la convencí de venir a México’, pero después entendí que uno no puede vivir la vida de otros. Una vez en París hablé con Carlos Altamirano, fue una conversación larga que me ayudó mucho. Él me dijo eso: cada uno tiene que vivir su vida. Y ella ya no tuvo más valor para seguir, no pudo más, yo no podría haber hecho más. Si ella no quería vivir, yo no la habría salvado.

‘Lo que pasó con Gonzalo, lo viví con mucho menos dramatismo en ese sentido. Con él fue un dolor inmenso, pero entiendo lo que pasó y uno aprende a respetarlo. No hay una recriminación, al revés, solo me da pena pensar qué rico sería estar juntos en esta pandemia. Muchas veces pienso qué me diría viendo una película, seguro que me preguntaría, ¿por qué estás viendo esa lesera? Él falleció hace 11 años’.

-No es mucho tiempo.

-Es mucho y es poco a la vez. A mí a veces me da nervios, porque siento que la imagen se empieza a difuminar, como que ya no la tienes tan cercana. Miro la foto, pero la imagen se te pierde y se te acerca. Es fuerte.

La senadora Isabel Allende tiene poco tiempo por estos días. El trabajo legislativo ha sido frenético.

-¿Qué opina de la amenaza de bloqueo de los camioneros?

-Tenemos una tremenda vulnerabilidad, porque ellos manejan un gran poder y si deciden paralizar va a ser un trastorno brutal en el abastecimiento, seguridad de la población. Es ilegal, más allá del hecho absolutamente condenable de la niña herida.

-¿Cree que se debe hacer el plebiscito aún con la situación actual de la pandemia?

-Yo creo que hay una obligación constitucional del Gobierno, porque hicimos una reforma después del acuerdo de noviembre. Y por lo tanto se tiene que hacer un plebiscito seguro y el Gobierno tiene que darle todas las garantías a las ciudadanas y ciudadanos de que pueden concurrir a votar con plena seguridad. Si hubiera una situación excepcional de salud, si se ven mayores contagios, se tomarán las medidas del caso, pero creo que es el proceso más importante que hemos enfrentado desde el Sí y el No.

-Hace unos días José Antonio Kast señaló que Salvador Allende ‘fue un cobarde que destruyó Chile’. ¿Qué opina de sus palabras?

-A él le encanta provocar, extrema las cosas a un nivel poco deseable. Es despectivo, incluso cuando le dice a Lavín que se vaya a estar al lado de Jadue. Creo que le encanta jugar ese rol provocador, pero por otro lado creo que él revela el pensamiento más ultraconservador que podemos tener. Esta a la derecha de la derecha de la derecha. Él siente un profundo desprecio por las personas de su propio sector que se han dado cuenta de que es necesario hacer cambios. Además, Kast en su ultrismo jamás podrá asimilar que hablamos de un expresidente como Salvador Allende, reconocido en el mundo entero por su consecuencia y honestidad.

-¿Qué opina de Joaquín Lavín, quien se ha definido como socialdemócrata?

Isabel Allende se ríe.

-Enhorabuena que una persona que tuvo el origen que tuvo, que incluso fue funcional a la dictadura en lo que respecta a la economía, haya tomado estas banderas. Eso habla bien de nosotros, que lo hemos venido diciendo hace décadas. Bienvenido que él hoy esté convencido de que hay que tener una economía donde el Estado tenga un rol activo, donde tienes que garantizar los derechos sociales, donde la élite no puede seguir completamente alejada de estas grandes necesidades.

-¿Usted le tiene respeto o sospecha?

-Hay cosas de verdad que creo que ha cambiado y las ha incorporado y las siente, y que son nuestras banderas, y también creo que hay una dosis de pragmatismo excesivo, que le nace porque está en el desafío que está, que es abrirse a un mundo más allá de su base UDI, porque todos sabemos que aunque diga que no, va a ir a las presidenciales.

Isabel Allende desclasifica una anécdota con Lavín.

-El viajó a Cuba hace unos años y se sacó una foto en un monumento a Salvador Allende. Yo lo vi en la prensa, pero unos días después me llamó. Yo nunca había conversado con él. ‘Te quiero decir que hice eso, porque me nació hacerlo’, me dijo. A mí me dejó súper impactada, porque no tenía ni una necesidad de llamarme ni decírmelo.

– ¿Y cuál fue su interpretación?

-Me gustó el gesto. Uno no va a ver un monumento por el que tienes total lejanía o desprecio. Algo lo motivó a hacerlo.

-La última pregunta: ¿si pudiera hablar hoy con su papá, qué le diría?

-El 11 de septiembre en La Moneda, no me podía convencer de que esa sería la última vez que lo vería. Cuando salí de allí, me fui con cierta convicción de que eso podía darse vuelta como había sido con el tanquetazo. Entonces solo le di un abrazo en silencio.

Isabel Allende se detiene unos segundos y le da el último sorbo a su taza de té:

-No le dije: ‘Te quiero’. Hoy le diría eso. También que lo echo tanto de menos. Ni una palabra más ni una menos.

Contenido publicado en El Mercurio

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