“¡No puedo respirar! ¡No puedo respirar! Las palabras de George Floyd no murieron con él, porque son verdad para muchos. Es imperativo que los líderes reconozcan el dolor de aquellos que han tenido una rodilla puesta en su cuello por largo tiempo. Estamos en una batalla por el alma de este país, que ha sabido siempre transformar en progreso los momentos oscuros de desesperanza. Es en este duelo donde encontramos la esperanza”.
Con esas palabras, el candidato demócrata a las elecciones presidenciales de Estados Unidos, Joe Biden, dio comienzo oficial a su campaña, marcada por la crisis formidable del coronavirus, una economía en desplome y una crisis social producto del racismo contra la población negra, reconocido por más y más de sus compatriotas como sistémico y ancestral. “No me quedaré parado aquí para ver como el actual Presidente altera el verdadero carácter de esta nación”.
¿Pero quién es este señor blanco de 77 años, que pretende ganar la Presidencia del país más poderoso del mundo desde el subterráneo de su casa en el estado de Delaware? Viene de una familia de clase media no profesional. Se educó como abogado en la universidad estatal, lejos de las “élites de las costas” que dominaban la política en esos tiempos.
Fue electo como senador por su estado en 1972, sirviendo ese cargo por más de medio siglo. La historia de su vida es conocida. Él se refiere a ella con frecuencia para ilustrar con lo personal su comprensión del dolor y la pérdida. Su primera mujer y su pequeña hija murieron en un accidente de auto en el 72, sus otros dos hijos quedaron malheridos pero se recuperaron.
Hace cuatro años, su hijo mayor, procurador general del estado, murió de un cáncer al cerebro. La cúspide de su carrera fue en 2007, siendo nombrado vicepresidente por Barak Obama, a quien quiere y admira con entusiasmo.
Desde ese rol cultivó las relaciones internacionales como emisario en países del mundo, ejerciendo lo que han llamado “empatía estratégica”: la convicción de que en el conocimiento personal de los líderes globales y la comprensión de sus posturas está la clave de las alianzas que Estados Unidos requiere para conservar y reforzar su posición de líder mundial.
Biden cree firmemente en el valor del bipartidismo, e insiste en extender espacios a los republicanos, incluso en tiempos como éste, en los cuales su propio partido los niega. Los demócratas lo respetan, aunque no les despierta mayor entusiasmo. Lo han conocido durante años, y han presenciado su “pragmatismo” y sus “metidas de pata” debido, según ellos, a que habla sin pensar primero.
Pero todo aquello deja de ser tema ante la urgente necesidad de sacar a Trump de la Casa Blanca. Lo que según las encuestas es casi seguro, ya que lo aventaja por lo menos en 10 puntos en los estados más difíciles.El programa de gobierno de Biden es agresivamente verde, progresista y marcado por una intensa acción del Estado.
Es un lujo que puede darse, ya que su calificación de moderado está bien cimentada. Energía 100% limpia en 2035, dos trillones en infraestructura conducente a lograr esa meta, justicia ambiental, plan gubernamental de salud para todos, revisión completa de los procedimientos policiales y su sesgo racista, restricción a la tenencia de armas, cambios en la forma de evaluación de la educación primaria. Y por sobre todo promete una inversión gigante en la investigación y manufactura de productos locales, argumentando que es una locura fabricar submarinos nucleares y no tener mascarillas ni insumos médicos cuando se necesitan.
Quedan por supuesto preguntas en el aire. En particular, las que nos afectan a nosotros acá en el sur del mundo. ¿Qué pasará con los millones de latinoamericanos indocumentados que viven y trabajan en EE.UU., y de la presión inmigratoria de México, América Central y otros? ¿Cuál es su visión estratégica de la relación con China?¿Se revertirá la política aislacionista de Trump de desmantelar el sistema multilateral que ha permitido la convivencia mundial desde 1940? ¿Quién será su vicepresidenta?¿Qué hará si Trump pretende “robarse” la elección?
“Sabemos muy bien en nuestro corazón qué país queremos ser (…) Nuestra historia es una de corazón abierto y puños apretados (…) Somos una nación adolorida, pero no dejaremos que nuestra rabia nos consuma (…) El arco tiene que inclinarse hacia la justicia (…) No tenemos a quien culpar, debemos cuidarnos unos a otros”. Buena suerte, Mr. Biden.
Contenido publicado en La Tercera