Por Gabriel Gaspar // Contenido publicado en El Mostrador
Bolivia saldrá de la pandemia con una elevada cesantía, con una economía en recesión y en medio de una gran desconfianza de los actores políticos entre sí. Queda planteado el desafío para cualquiera que resulte electo sobre cómo se entenderá con el Congreso y construirá tranquilidad en calles y carreteras. Lo que a nadie conviene, empezando por los propios bolivianos, es que el proceso electoral se descarrile. Si ello llegase a ocurrir, colapsaría el mejor camino institucional para resolver la grave crisis que se abrió en octubre del 2019. Faltan 60 días para las elecciones, lo que en política boliviana y en especial en tiempos de elecciones, puede ser una eternidad.
Las elecciones del pasado 20 de octubre en Bolivia fueron anuladas. Pero también implicaron la renuncia de Evo Morales y su posterior asilo en México. El alto mando militar le sugirió que renunciase, la policía se había sublevado primero. El motivo fue el resultado electoral. Según la oposición, avalada por dictámenes de la OEA y su misión electoral, habían existido irregularidades. Según el MAS, se trató de un golpe de Estado. Bolivia quedó sumida por varios días en el caos y la violencia. Cortes de caminos, saqueos, incendios y varias docenas de muertos.
La paz se restableció luego que las principales fuerzas políticas acordaron un gobierno de transición, que convocase a elecciones en 90 días, previa reorganización del Tribunal Supremo Electoral. Algunas embajadas y la Iglesia sirvieron de mediadores. El Congreso, con mayoría del MAS, validó el acuerdo. Como junto a Morales había renunciado la presidenta del Senado (sucesora legal en caso de vacancia), al final quedó la segunda vicepresidenta, la senadora Jeanine Áñez, como presidenta interina con el mandato de llamar a nuevas elecciones en 90 días. El país se pacificó, se procedió a elegir un nuevo órgano electoral y se fijaron para el 6 de mayo las elecciones. A inicios de año ya estaban definidas las principales candidaturas. Se presentaron siete.
La novedad en esta oportunidad, es que el amplio frente anti-Evo se fragmentó. Carlos Mesa perdió el liderazgo que tuvo al final de la campaña anterior y surgieron diversas candidaturas de la antigua oposición al MAS. Este último, luego del desorden inicial, se reorganizó y Evo se trasladó a Argentina, donde instaló su cuartel general. Como abanderado del MAS postula el exministro de Economía, Luis Arce, de buen desempeño en su gestión; lo acompaña como vicepresidente el excanciller David Choquehuanca. El representante de sectores medios urbanos, Carlos Mesa, mantuvo su candidatura y, para sorpresa de todos, la presidenta interina también se inscribió como candidata.
A su vez, la candidatura de la presidenta se devalúa. ¿Por qué? La mayoría de los analistas coinciden en que su inicial aprobación se deterioró en el momento en que decidió ser candidata. Al final, está cometiendo lo mismo que le criticaban a Evo: no se sabe cuándo es presidenta y cuándo es candidata. A su vez, su gobierno se caracteriza por una fuerte disposición contra el MAS, al punto que ha impulsado querellas contra sus dirigentes, incluido Morales, y trata de gestionar la inhabilitación del partido. El ministro Murillo, titular de Gobierno, la lleva en el enfrentamiento cotidiano, político y judicial contra el MAS. Como se comprenderá, el entusiasmo de Murillo es ferozmente retribuido por las huestes de Evo.
Las primeras mediciones indicaron que desde un principio la competencia quedó establecida entre Arce, Mesa y Áñez. Los restantes candidatos no logran cifras significativas, salvo el líder de los cívicos cruceños, Fernando Camacho, que en Santa Cruz obtiene una buena votación, pero que se diluye en los restantes departamentos. Como ninguno presagia ganar en primera vuelta, todo indica que tendremos balotaje. La elección se fijó para el 6 de mayo y, con ello, se amplió el mandato del gobierno interino, también el del Congreso, controlado por el MAS.
La incipiente campaña se vio interrumpida por el coronavirus. Este penetró con fuerza en marzo, provocó cuarentenas, el desplome económico y exigió al límite al débil sistema de salud. Entre otras consecuencias, por acuerdo amplio, las elecciones se postergaron para el 6 de septiembre.
El manejo de la pandemia dista de ser óptimo y la situación se ha agravado. Entremedio emergen casos de corrupción en compra de ventiladores y la economía empieza a crujir, especialmente para el sector informal, que en Bolivia es el mayoritario.
El gobierno interino desde un principio demostró que no piensa mucho en su interinato, porque gobierna a mediano y largo plazo. Ha reordenado desde la política exterior hasta importantes decisiones económicas. Mas, la pandemia congeló la campaña y copó por varios meses la agenda.
El recrudecimiento de la pandemia, a mediados de año, abrió la discusión por una nueva prórroga de las elecciones. Después de tiras y aflojas, la fecha del 6 de septiembre se movió para el 18 de octubre. Sin embargo no todos los actores quedaron conformes, en especial la Central Obrera Boliviana, varios movimientos sociales y buena parte de las bases del MAS. La molestia no se quedó en declaraciones y se pasó a la acción. Desde los primeros días de agosto, empezaron a generalizarse los cortes de carreteras y los bloqueos. La cadena logística se afectó de inmediato y muchos recordaron, con temor, los violentos días de octubre pasado.
Al final, un acuerdo en el Congreso fijó las elecciones de manera impostergable para el 18 de octubre, lo que salvó la situación. El gobierno se comprometió a no volver a postergar. De este modo, el plazo original de 90 días se extenderá hasta casi un año.
En cuanto a los pronósticos electorales, una reciente encuesta encargada por el periódico Página 7 muestra que Arce y Mesa están, virtualmente, empatados con un 23% de preferencias (esto sube cuando se cuentan solo los votos válidos). La presidenta Áñez llega al 12% y los demás candidatos están en un solo dígito, a mucha distancia de los tres primeros.
¿Qué explicaría este resultado?
El MAS baja levemente respecto a las mediciones antes de la pandemia, sería interesante medir dónde y por qué opera esa baja. Una hipótesis es que los bloqueos le permitieron a los masistas mostrar su capacidad de convocatoria social, lo que vale para ahora y para el futuro gobierno, eso muestra su fuerza real. Pero al mismo tiempo, los bloqueos le recordarían a sectores de centro moderado el clima de polarización y violencia que se quiere superar.
A su vez, la candidatura de la presidenta se devalúa. ¿Por qué? La mayoría de los analistas coinciden en que su inicial aprobación se deterioró en el momento en que decidió ser candidata. Al final, está cometiendo lo mismo que le criticaban a Evo: no se sabe cuándo es presidenta y cuándo es candidata. A su vez, su gobierno se caracteriza por una fuerte disposición contra el MAS, al punto que ha impulsado querellas contra sus dirigentes, incluido Morales, y trata de gestionar la inhabilitación del partido. El ministro Murillo, titular de Gobierno, la lleva en el enfrentamiento cotidiano, político y judicial contra el MAS. Como se comprenderá, el entusiasmo de Murillo es ferozmente retribuido por las huestes de Evo.
Este clima favorecería la opción de Carlos Mesa –líder de centro moderado– y es más que probable que pase a segunda vuelta, con lo que podría aglutinar a las fuerzas que no quieren al MAS de regreso en el poder.
Lo anterior es en relación con el eventual resultado electoral. Otra cosa es la gobernabilidad en el nuevo gobierno. Bolivia saldrá de la pandemia con una elevada cesantía, con una economía en recesión y en medio de una gran desconfianza de los actores políticos entre sí. Queda planteado el desafío para cualquiera que resulte electo sobre cómo se entenderá con el Congreso y construirá tranquilidad en calles y carreteras.
Evo Morales en Argentina será otro factor que complejizará la situación. En sus 14 años de gobierno, el mundo indígena y popular se empoderó. Aún si el MAS perdiese las elecciones presidenciales, es probable que obtenga una buena bancada, especialmente en la Cámara de Diputados. Con fuerza parlamentaria, con bases sociales aguerridas, no podrá ser ignorado, cualquiera sea el gobierno que emerja. Pretender excluirlo del juego político, solo puede desembocar en mayor ingobernabilidad.
Otro actor social que emergió en los últimos tiempos es el mundo urbano juvenil, crítico del MAS pero muy distante de los partidos y los lideres de la tradicional “rosca oligárquica” boliviana. El racismo y la discriminación que caracterizan a esta última, no va con el espíritu republicano y la demanda de inclusión y modernidad que caracteriza a los integrantes de las plataformas urbanas, duchas en redes sociales.
Las FFAA, al igual que en otras latitudes del continente, no buscan protagonismo, todo indica que su rol será esencialmente moderador y, en momentos álgidos, persuadir buscando la fórmula más legal posible.
Ubicada en el corazón de Sudamérica, Bolivia es mirada con atención. Actualmente el gobierno argentino no reconoce al gobierno de Áñez. Al igual que Venezuela. Brasil de Bolsonaro no oculta sus simpatías por la presidenta candidata, mientras que Lima y Santiago guardan una prudente distancia. Recordemos que en la embajada mexicana en La Paz aún permanecen asilados varios exministros de Evo. Se han producido roces fuertes entre policías y diplomáticos mexicanos y españoles por esta situación.
Lo que a nadie conviene, empezando por los propios bolivianos, es que el proceso electoral se descarrile. Si ello llegase a ocurrir, colapsaría el mejor camino institucional para resolver la grave crisis que se abrió en octubre del 2019. Faltan 60 días para las elecciones, lo que en política boliviana y en especial en tiempos de elecciones, puede ser una eternidad.