A los ciudadanos, el virus nos ha encerrado en nuestras casas. A los dirigentes mundiales, los ha atrincherado en sus castillos.
El G-7 y el G-20, nacidos para hacer frente al tipo de desafío global que encarna esta pandemia, con una doble crisis sanitaria y económica, han estado desaparecidos. El mundo se ha encontrado sin nadie al volante cuando más lo necesitaba. Y las crecientes tensiones políticas no auguran que vaya a mejorar.
Un dato ilustra la crisis del G-7: ni siquiera tiene fecha para su próxima cumbre. Los líderes de las economías más avanzadas (EE.UU., Japón, Alemania, el Reino Unido, Francia, Canadá e Italia) debían reunirse en junio pero el anfitrión, Donald Trump, canceló abruptamente la cumbre tras una trifulca con Angela Merkel –que se negó a viajar a Washington– y la aplazó a otoño. Con las presidenciales en noviembre, el calendario es incierto.
El G-7 ni siquiera tiene fecha para su próxima cumbre y Trump asegura que está “obsoleto”
No fue el único torpedo de Trump. Proclamó que el G-7 está “obsoleto” y es hora de “un G-10 o G-11”. Quiere sumar a Australia, India y Corea del Sur, en lo que Pekín ve una maniobra para forjar un frente antichino. Los europeos han endurecido el tono con China, pero rechazan el choque frontal de la Administración Trump. En marzo, la cumbre de ministros de Exteriores del G-7 descarriló porque EE.UU. exigió hablar del “virus de Wuhan” en el comunicado y el resto se negó.
Fundado en 1973 con la crisis del petróleo, el G-7 tiene la sanidad en su radar desde hace años. En el 2016 sus miembros firmaban una declaración sobre la necesidad de reforzar la OMS para, entre otras razones, coordinarse mejor en caso de pandemia. Pero llegada la hora, han suspendido el examen.
La crisis ha sorprendido al G-7 bajo presidencia de EE.UU., con un Trump que ha chocado con sus socios desde que llegó a la Casa Blanca. Las cumbres de los últimos años fueron de alta tensión. China, pero también el cambio climático o Irán, han evidenciado el aislamiento de Trump. Si la idea de ampliar el grupo con países democráticos podría ganar apoyo entre los socios, más polémica es su propuesta de que vuelva Rusia, expulsada en el 2014 por la anexión de Crimea y que Trump ha invitado como observadora en su cumbre.
“Un organismo más amplio tiene sentido, pero ya tenemos uno: el G-20. Hace 20 años que se reúne. Tiene una legitimidad que los míticos G-10 o G-11 de Trump no tendrían”, sostiene Barry Eichengreen, profesor de Economía y Ciencia Política en Berkeley.
“El fracaso del G-20 es un fracaso del liderazgo de EE.UU.”, dice Barry Eichengreen
El G-20, hasta entonces un discreto foro de ministros de economía, emergió en la crisis financiera del 2008. La economía mundial ya no podía manejarse desde un despacho en Occidente. Ahí, además del G-7, están Arabia Saudí, Argentina, Australia, Brasil, China, Corea del Sur, India, Indonesia, México, Rusia, Sudáfrica, Turquía y la UE. Las economías más avanzadas y las emergentes. El G-20, que se autodenomina “el principal foro internacional para la cooperación económica y política frente a los grandes desafíos globales”, debía liderar la respuesta a la pandemia y no lo ha hecho, dice Eichengreen, que tiene claro quién es el responsable: “El fracaso del G-20 es un fracaso del liderazgo de EE.UU.”, afirma.
“El G-20 está desaparecido, sin un plan para reunirse, virtualmente o de otro modo, en los próximos seis meses. No es sólo una abdicación de responsabilidad; es, potencialmente, una sentencia de muerte para los más pobres del planeta”, ha escrito Gordon Brown, que era primer ministro británico en la crisis del 2008.
El deterioro de las relaciones entre EE.UU. y China –y, cada vez más, Europa– explica la falta de una respuesta global, pero no es la única razón, dice Erik Berglöf, director del Instituto de Asuntos Globales de la London School of Economics. “El virus ha golpeado diferentes partes del mundo en momentos distintos. Esta falta de sincronización hace que la cooperación sea más difícil en el G-20, como en la UE. Muchos países emergentes sufrieron la crisis económica antes que el virus”. Otra razón: el virus ha desbordado a los gobiernos, que primero piensan en sus ciudadanos y solo cuando tengan el virus bajo control podrán pensar más allá.
En una carta que firma junto a Brown y a la que se han adherido más de 230 exmandatarios, Berglöf urge a los líderes del G-20 a celebrar una cumbre –sería solo la segunda desde marzo– y a ponerse manos a la obra para evitar una catástrofe sanitaria y económica en los países en desarrollo.
“La pandemia es el tipo de crisis para lo que el G-20 fue creado. Lo que se hace o deja de hacer en una parte del mundo tiene implicaciones para el resto. A todos nos interesa el desarrollo y la dispensación de vacunas y antivirales –argumenta Berglöf a este diario–. La emergencia sanitaria y la crisis económica están entrelazadas: si la gente no puede permitirse quedarse en casa van a propagar el virus, y si se les obliga se morirán de hambre. Ambos aspectos requieren una intervención del Gobierno masiva”.
“La pandemia es el tipo de crisis para lo que el G-20 fue creado”, dice el economista Erik Berglöf
Las instituciones globales, como la OMS o el FMI, encargadas de canalizar la respuesta, necesitan la legitimidad que les da el respaldo político del G-20, añade Berglöf. Representa cerca del 80% de la economía mundial y controla más de la mitad de los votos en las instituciones financieras.
El G-20 no es precisamente un foro cómodo para Trump, férreo escéptico del multilateralismo. “Su última contrapropuesta, hacer desfilar a unos cuantos líderes escogidos en Washington en septiembre, no es ningún sustituto a una cumbre del G-20. Excluiría a África, Oriente Medio, América Latina y la mayor parte de Asia, y sólo representaría a 2.000 de los 7.000 millones de habitantes”, ha denunciado Brown.
También Berglöf opina que es una estrategia errónea. “Es tentador quedarte con sólo tus aliados en la sala. Yo mismo he fantaseado con la idea de una organización para democracias, pero me he convencido de que es crítico para la legitimidad de la organización que estén todos los países importantes. Podemos desear que algunos fueran distintos, pero no podemos echarlos si queremos soluciones duraderas a los problemas mundiales. China tiene que estar en la mesa. Debemos encontrar maneras de trabajar con ella sin comprometer nuestros valores ni renunciar a la esperanza de que un día cambie su sistema político”.
Contenido publicado en: La Vanguardia