Durante el presente y el próximo año América Latina enfrentará un intenso calendario electoral. En 2020 se realizaron elecciones presidenciales y parlamentarias en Bolivia y República Dominicana, municipales generales en Brasil y una cuestionada renovación de la Asamblea Nacional venezolana. En 2021 corresponderá elegir presidentes en Perú, Ecuador y Nicaragua. En Argentina y México se realizarán elecciones parlamentarias a mitad de los mandatos presidenciales de López Obrador y Alberto Fernández. La agenda más recargada es la chilena: entre abril y diciembre se renovarán todas las autoridades electas: gobernadores, alcaldes y concejales, Congreso y Presidente. Además, en abril se votará por una Convención Constituyente que, en plazo de un año, deberá elaborar una nueva Constitución que será sometida a plebiscito.
En 2021 corresponderá elegir presidentes en Perú, Ecuador y Nicaragua. En Argentina y México se realizarán elecciones parlamentarias a mitad de los mandatos presidenciales de López Obrador y Alberto Fernández.
En este conjunto de procesos electorales y políticos no es posible discernir una tendencia general. Tampoco es fácil el pronóstico de los resultados de los procesos programados para el próximo año. Lo único común parece ser la incertidumbre y la relativa debilidad de las democracias de la región, que han experimentado crisis sociales y políticas de magnitud en varios países. Algunas resueltas de manera positiva como la de Bolivia, otras aún en curso de resolución como las de Perú y Chile. Caso aparte y más dramática es la situación de Venezuela, donde el régimen de Maduro eliminó, en una elección sin ninguna legitimidad, a la mayoría de las fuerzas opositoras de la Asamblea Nacional, en el contexto de una agudísima crisis humanitaria, donde la sobrevivencia de millones de venezolanos está amenazada cotidianamente. La pobreza se expande, la desnutrición infantil alcanza ya el 30% y el PIB de este año será el 25% del de 2013, el año que asumió Maduro.
Lo único común parece ser la incertidumbre y la relativa debilidad de las democracias de la región, que han experimentado crisis sociales y políticas de magnitud en varios países.
Este cuadro contrasta fuertemente con el paisaje político regional de la primera década del siglo XXI, en el que la mayoría de los gobiernos de la región, especialmente en América del Sur, eran de signo progresista, aunque muy diferentes entre ellos. Los Gobiernos de Lula, Chávez, Morales, Correa, Tabaré Vázquez, los Kirchner, y los cuatro de la Concertación en Chile, aprovecharon el boom de precios altos de las materias primas para impulsar activas y exitosas políticas sociales, que sacaron de la pobreza y la indigencia a millones de latinoamericanos. Impulsaron asimismo significativos procesos de integración política en la región con la creación de UNASUR y CELAC y la ampliación del MERCOSUR. No lograron, sin embargo, modificar una matriz productiva en exceso dependiente de la explotación de sus abundantes recursos naturales y dar pasos sustantivos en el proceso de integración económica y comercial en la región. Tampoco, como se ha comprobado posteriormente en varios países, consiguieron construir fuerzas políticas suficientes para garantizar la continuidad de los procesos que desencadenaron, con las excepciones, hasta hoy día, de Argentina y Bolivia.
Este cuadro contrasta fuertemente con el paisaje político regional de la primera década del siglo XXI, en el que la mayoría de los gobiernos de la región, especialmente en América del Sur, eran de signo progresista, aunque muy diferentes entre ellos.
Tampoco, como se ha comprobado posteriormente en varios países, consiguieron construir fuerzas políticas suficientes para garantizar la continuidad de los procesos que desencadenaron, con las excepciones, hasta hoy día, de Argentina y Bolivia.
América del Sur logró sortear con éxito la grave crisis financiera global de 2008, pero no la que comenzó en 2011 con la brusca caída del precio de las materias primas, producto principalmente de la desaceleración de la economía china. La segunda década del nuevo siglo estuvo marcada por una brusca disminución del ritmo de crecimiento regional, con algunas notables excepciones como República Dominicana, Bolivia y Panamá, y con el cambio de signo político en los Gobiernos de varios países de la región. Se instalaron gobiernos de derecha en Argentina, Brasil, Chile, El Salvador, Ecuador, Bolivia a los que sumaban los preexistentes en Colombia, Perú y varios de América Central. Muchos analistas concluyeron que en la región se estaba consolidando una tendencia, en sentido contrario a la anterior, de predominio de las derechas de la región. El pronóstico fue desmentido, en parte al menos, con las victorias de López Obrador en México en 2018, de Alberto Fernández en Argentina en 2019 y de Luis Arce en Bolivia en 2020.
La tendencia política actual parece ser la incertidumbre.
Incertidumbre que tiene como telón de fondo la más grave crisis económica y social que ha sufrido la región en más de un siglo, provocada por la pandemia global de coronavirus, que según los pronósticos más optimistas solo podrá ser controlada hacia finales de 2021.
La tercera década del siglo estará signada, entonces, por el desafío de superar una crisis de magnitud inédita que afecta a toda la región, desde México al Cono Sur, y que tensionará al extremo a todas las sociedades y sus sistemas políticos.
La tercera década del siglo estará signada, entonces, por el desafío de superar una crisis de magnitud inédita que afecta a toda la región, desde México al Cono Sur, y que tensionará al extremo a todas las sociedades y sus sistemas políticos.
Los efectos económicos y sociales de la pandemia han sido acuciosamente revelados por la CEPAL, cuyas conclusiones coinciden con la de otras agencias internacionales. Según sus estimaciones la economía latinoamericana tendrá en 2020 un crecimiento negativo del 9.1%. Es la mayor recesión desde que existen registros de crecimiento del PIB regional a partir en 1913, es decir en más de un siglo. En la gran crisis mundial de fines de los veinte, que se compara con la actual, el crecimiento negativo en la región fue de 5.2% en 1928 y de 4.9% en 1930. A diferencia de crisis más recientes que afectaron de manera desigual a las economías de la región, en virtud de la mayor dependencia comercial de México y América Central respecto de los EEU y de América del Sur en relación con China, esta vez todas ellas tendrán una caída del producto similar.
Es la mayor recesión desde que existen registros de crecimiento del PIB regional a partir en 1913
Una contracción económica de la magnitud de la actual significará la destrucción de millones de empresas, principalmente de pequeñas y medianas, en áreas que emplean mucha mano de obra como el comercio, los servicios, el turismo y el sector inmobiliario. Se estima una pérdida de 2.7 millones de empresas formales, cuya inmensa mayoría serán pequeñas y medianas.
Desde el punto de vista social aumentará el desempleo, la pobreza y la extrema pobreza.
Las estimaciones de CEPAL prevén un aumento de 45 millones de pobres, de los cuales 28 millones caerán en la pobreza extrema. Se llegarán a registrar unos 230 millones de personas bajo la línea de pobreza en una población de aproximadamente 629 millones, es decir cerca del 37%. Los notables progresos que se hicieron en la mayoría de los países, principalmente en América del Sur, en la disminución de la pobreza durante el primer decenio de este siglo están seriamente amenazados.
Las estimaciones de CEPAL prevén un aumento de 45 millones de pobres, de los cuales 28 millones caerán en la pobreza extrema.
Algo similar ocurrirá con la situación del empleo. Las cifras proyectadas de desempleo, de alrededor de 14%, no reflejan la realidad. Como se ha demostrado en el debate chileno el desempleo oficial del orden del 11%, oculta la realidad del significativo aumento de las personas que en las actuales condiciones no buscan trabajo y de aquellos cubiertos por el seguro de desempleo que no están trabajando, pero figuran como activos porque mantienen sus contratos. Hechas estas correcciones la tasa de cesantía, en Chile, se ubica en el rango del 27%. En el resto de los países la situación es análoga.
La crisis ha develado de manera dramática la debilidad estructural de las sociedades latinoamericanas, sus profundas desigualdades y un modelo de crecimiento en el que el peso desmedido de la producción de materias primas impide un desarrollo más autónomo, sustentable y socialmente integrador.
La crisis ha develado de manera dramática la debilidad estructural de las sociedades latinoamericanas, sus profundas desigualdades y un modelo de crecimiento en el que el peso desmedido de la producción de materias primas impide un desarrollo más autónomo, sustentable y socialmente integrador.
La región enfrenta el desafío de aliviar la situación inmediata de millones de personas y familias que sin apoyo del Estado no podrán sobrevivir, así como de salvar de la desaparición a millares de empresas que serán indispensables para la recuperación económica post pandemia. Junto a las urgencias de la coyuntura surgirán poderosas demandas para generar sistemas amplios y universales de protección social y de provisión de bienes públicos de calidad en materia de salud, educación, seguridad ciudadana y previsión social. Los niveles develados de hacinamiento y ausencia de servicios esenciales en vastos territorios urbanos, en la región más urbanizada del mundo, plantearán nuevas exigencias en materia de políticas públicas hacia la ciudad y de vivienda. En el plano económico, surge en todos lados la convicción de que resulta indispensable un cambio en la matriz productiva. Todo ello requerirá una redefinición del rol del Estado, como el articulador de un nuevo proyecto de desarrollo económico y social, y consecuentemente de un nuevo pacto social y político.
Todo ello requerirá una redefinición del rol del Estado, como el articulador de un nuevo proyecto de desarrollo económico y social, y consecuentemente de un nuevo pacto social y político.
Tales son los desafíos que enfrentarán todas las sociedades y los gobiernos de la región en los tiempos que vienen. América Latina corre, una vez más en su historia, el riesgo que quedar al margen de los procesos más dinámicos del crecimiento y desarrollo globales, hoy día ampliados a nuevas economías y sociedades emergentes como China, India y otros países del Asia.
Todo lo anterior hace más necesario que nunca impulsar la cooperación, el acuerdo político y la integración latinoamericana. Por múltiples razones. La cooperación es urgente para enfrentar la crisis sanitaria y migratoria; así como para el indispensable esfuerzo por diversificar la matriz productiva y recuperar altos niveles de crecimiento y consiguientemente de empleo.
En el escenario global se vive un proceso de crisis del orden surgido después de la Segunda Guerra Mundial y de compleja búsqueda de uno nuevo. La victoria de Biden en los Estados Unidos abre la esperanza de que se reestablezca el multilateralismo, pero no resuelve los conflictos y las tensiones existentes. Hay una en particular que afecta directamente a América Latina, que es la confrontación entre los EEUU y China, ambas vitales para su inserción internacional, y que obliga a la región a realizar una política de no alineamiento activo para no quedar atrapada en un conflicto que le es ajeno.
La victoria de Biden en los Estados Unidos abre la esperanza de que se reestablezca el multilateralismo, pero no resuelve los conflictos y las tensiones existentes.
Sin embargo, se vive la paradoja de que en un momento histórico en el que la integración regional es más necesaria que nunca, todos sus mecanismos o han desaparecido, como UNASUR, o están en un estado de semi hibernación. No se advierte voluntad colectiva, ni existen liderazgos para impulsar este proceso indispensable. La ausencia más notoria es la de Brasil, que bajo la conducción de Bolsonaro adoptó una estrategia de competa alineación con la política internacional y regional de Trump y abandonó una tradición diplomática más que centenaria que hacía del multilateralismo y la prioridad dada a América del Sur elementos fundamentales.
Sin embargo, se vive la paradoja de que en un momento histórico en el que la integración regional es más necesaria que nunca, todos sus mecanismos o han desaparecido, como UNASUR, o están en un estado de semi hibernación.
En esta coyuntura histórica se hace indispensable construir una nueva plataforma, un nuevo programa, para reimpulsar los procesos de integración latinoamericana a la luz de las nuevas realidades y desafíos. En el cuadro político actual no es realista esperar que muchos de los Gobiernos de la región asuman una política activa en este proceso. Las ideas y la energía para impulsarla deberán originarse fundamentalmente en la sociedad política y civil: partidos, parlamentos, universidades y centros de pensamiento, organizaciones empresariales y sindicales, movimientos sociales y organizaciones no gubernamentales, gobiernos subnacionales y municipales. Así como en organismos internacionales vinculados al desarrollo regional como la CEPAL, la CAF- Banco de Desarrollo de América Latina, el BID y otros.
En el cuadro político actual no es realista esperar que muchos de los Gobiernos de la región asuman una política activa en este proceso.
Contenido publicado en La Mirada Semanal