En Medicina, la primera regla para los galenos es «No hacer daño». Ello también es válido en diplomacia. Cuesta mucho construir ese vasto entramado de relaciones entre las naciones que establece la reputación de un país, base primordial se su «poder blando». Ello es especialmente válido para países de tamaño mediano a pequeño como Chile. En cambio, cuesta muy poco destruirla. Un par de medidas equivocadas de alto perfil, y la imagen de país serio y confiable, de la que tanto se depende en el rubro, se viene abajo.
Ello nos lleva al reciente anuncio de la Cancillería que cerrará simultáneamente cinco embajadas de Chile en tres continentes, un 7% de sus representaciones bilaterales en el extranjero. La medida ha concitado una crítica casi unánime.
Aunque escudada en un estudio interno que contempla una serie de indicadores, la medida es difícil, sino imposible de justificar. Nadie entiende que en el año en que Chile renegocia su acuerdo comercial con la Unión Europea (UE), lo que requerirá la aprobación unánime de sus 27 miembros, Chile cierre embajadas en tres de ellos -Dinamarca, Grecia y Rumania. Cerrar una embajada es una medida extrema, que transmite una señal unívoca. Es echar a la borda gran parte del capital acumulado por años con el país anfitrión. En lo posible debe ser evitado, y de ellos no ser factible, hacerlo en el momento más adecuado, conforme a una estrategia.
Y si cerrar tres embajadas en Europa este año es un despropósito, no lo es menos hacerlo en dos importantes países del mundo árabe. Argelia y Siria, con los que Chile tiene lazos históricos de larga data. Argelia es la cuarta mayor economía de África y país en el cual Chile abrió embajada en 1963, en el gobierno de Jorge Alessandri. Nuestro primer embajador en Argel fue Eugenio Velasco, quien desarrolló una gran amistad con el Presidente Ben Bella, y quién dejó una fuerte impronta en ese país. Argelia juega un papel histórico en el Movimiento de Países no Alineados (NOAL) y en el Sur Global. En el caso de Siria, misión reabierta hace poco, existe una extensa comunidad de origen sirio en Chile. Siria acaba de salir de una larga y cruenta guerra fratricida, e inicia ahora su proceso de reconstrucción. Este cierre no podría venir en peor momento. Lo mismo vale para Irán, en que se ha anunciado que Chile revoca su compromiso de nombrar a un embajador de Teherán, dejando solo a un encargado de negocios. El hacer esto con Irán, una significativa potencia regional en Asia Central y el Medio Oriente, con una población de 82 millones de habitantes, e importador alimentario neto, en nada contribuye a mejorar nuestros lazos con un importante actor de la política mundial.
Chile, que depende tanto del comercio exterior y la inversión extranjera, debe expandir y no reducir el número de sus misiones en el extranjero. Aún es tiempo que la Cancillería reconsidere este desconcertante anuncio.
Jorge Heine
Profesor de Relaciones Internacionales
Universidad de Boston
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