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José Miguel Insulza: «Después de la tormenta»

Donald Trump fue el protagonista de la campaña electoral de 2020. Fue derrotado por una gran coalición que encarnó las esperanzas de paz de los norteamericanos, después de cuatro años de sobresaltos y conflictos. Joseph Biden fue el rostro de esa coalición, tuvo éxito en su candidatura obteniendo cinco millones de votos más que el actual Presidente y más de 300 miembros en el Colegio Electoral, pero en todo momento este proceso fue un verdadero referéndum sobre Donald Trump.

Explicar cómo y por qué aparece alguien como Trump en la política norteamericana es una tarea compleja. Los fenómenos de personalidades autoritarias que surgen en la historia están, por lo general, asociados a tiempos de crisis, pero son difíciles de explicar en pocas líneas y es complejo encontrar las mismas razones para todos. En este caso, no se trataba de alguien desconocido, sino de una mediática figura empresarial la cual, por más de tres décadas, no se tomaba muy en serio. En los años anteriores, había aparecido ligado a teorías “conspirativas” extremas, pero era casi imposible imaginar (salvo en un gracioso episodio de Los Simpson) que llegaría a ser, en su primer intento, Presidente de Estados Unidos. Y no como un paréntesis anodino, pintoresco o transitorio, sino como un nacionalista extremo con pretensiones históricas, adversario declarado de la inmigración, la globalización, la apertura económica, la política ambiental, la política exterior y las alianzas internacionales de Estados Unidos, y más partidario de entenderse con dictadores y líderes autoritarios que con aliados cercanos; en suma, la antítesis del liderazgo que la mayor parte de la clase política imaginaba para este tiempo.

Sin embargo, Trump reemplazó en el cargo a Barack Obama, un líder popular que se situaba en las antípodas de su estilo y pensamiento. La coexistencia de ambos no podía sino revelar una brecha inmensa entre dos sectores de la ciudadanía estadounidense. Y el nuevo Presidente estaba más que dispuesto a aceptar esa ruptura y sacar partido de ella.

Llegado al gobierno, Donald Trump se apartó sustantivamente de las tradiciones políticas del país, instaló la mentira sin fundamento y las fake news como forma preferida de acción política, agredió brutalmente a todos sus adversarios, a la prensa y, a veces, hasta a sus propios partidarios cuando dejaba de confiar en su total lealtad, dejó sin llenar por meses centenares de cargos de gobierno (incluyendo a numerosos embajadores), gobernó a razón de un tweet cada siete minutos, instaló a su familia en cargos públicos fundamentales, inflamó con su retórica y sus acciones un nacionalismo violento, desarrolló una política económica aventurera que desreguló sustantivamente el medio ambiente y el sistema financiero, aumentó a la vez el número de pobres y de millonarios, golpeando fuertemente a los sectores medios y, en el último año, menospreció la terrible amenaza del COVID-19, con la consecuencia de que con menos de un 5% de la población mundial, Estados Unidos tiene cerca del 20% de los contagios y de los muertos por la pandemia.

Sin embargo, casi la mitad de una cifra récord de votantes apoyó a Donald Trump en su frustrado intento de reelegirse; muchos miles lo acompañaron sin mascarillas ni distancias en el blitz final de su campaña y ahora continúan afirmando la ilegitimidad de la elección. El extremismo y simplismo de que hacen gala sus seguidores más visibles, han provocado una profunda división en la sociedad norteamericana, que no será fácil reparar en cuatro años cortos de gobierno. Trump seguirá por un tiempo intentando quedarse en el cargo, apoyando por un número importante de líderes republicanos, por algunos de los jueces que se ha esmerado en nombrar durante su gobierno, por los extremistas y supremacistas de derecha, pero también por un buen número de ciudadanos comunes, especialmente hombres blancos, sectores rurales y muchos conservadores del sur y el centro del país. Muy probablemente no tendrá éxito y pronto será un ex Presidente, pero intentará ejercer el peso que tiene sobre su partido e, incluso, podría buscar la reelección dentro de cuatro años[1]. El “Trumpismo” subsiste y será leal a su líder, especialmente si intenta volver al poder.

El Presidente Biden no sólo tiene la opción de convertirse en un buen Presidente de Estados Unidos, transformando la emergencia que vive su país en una gran oportunidad; en realidad esa es su única alternativa si quiere erradicar el fantasma de Trump y de su negativo legado. Lo más probable es que Trump use la falsa argumentación de fraude y el apoyo con que cuenta para seguir agitando la división y, por qué no, para intentar una nueva aventura dentro de cuatro años. Su presencia seguirá pesando mientras Estados Unidos no enfrente la solución de la mayor parte de los problemas heredados de la actual administración.

Pese a que la agenda inmediata de Biden es enorme, es posible distinguir algunas líneas que probablemente tratará de imponer desde el comienzo de su mandato. Algunas de éstas constituyen promesas de campaña o asuntos en los cuales las propuestas de Biden son distintas de las de Trump. Algunas provocan dudas y diferencias no menores en sus propias filas; pero puede partir por las menos divisivas.

1.- La primera prioridad es la coyuntura: pandemia, crisis y mayoría estable.

Es obvio que la pandemia será prioritaria y Biden intentará dejar su marca y diferenciarse de su adversario, cuya conducta ante el COVID-19 tiene pésima evaluación pública. Tiene, para ello, el apoyo de toda la comunidad científica despreciada por Trump, de la prensa y de la opinión pública; cuenta ahora también con el importante hallazgo de una vacuna, que promete alivio sistémico a corto plazo. Pasarán algunos meses antes de que ello se haga realidad, pero no es muy aventurado decir que el control de la pandemia podría llegar en la primavera.

El segundo aspecto de la crisis puede ser algo más complicado. La crisis económica ha golpeado muy fuertemente al país y antes de la elección se negociaba un segundo proyecto de estímulo por más de dos billones de dólares. A pesar de la inminente elección, el líder de la mayoría en el Senado, Mitch McConnnell, cercano aliado de Trump, se negó a considerar el paquete aprobado en la Cámara. Podría ocurrir que ese tema se reinicie, si McConnell lo considera útil a los intereses de Trump. De llegar al 20 de enero sin el estímulo, Biden seguramente podría obtener los votos republicanos moderados necesarios para aprobar el proyecto, pero le sería muy difícil conseguir que McConnell lo lleve a votación.

Por cierto, todo esto cambiaría si los demócratas consiguen los dos senadores que faltan por elegir en Georgia. Ello crearía un empate en el Senado, en el cual se impondría el voto dirimente de la Vicepresidenta electa, Kamala Harris. El tercer tema de corto plazo es, sin duda, el fin de la batalla política. El Congreso se instala el 3 de enero, pero dos días después Georgia elige a sus dos senadores. La verdadera transición comenzará después de esa elección, que determinará si los republicanos siguen rigiendo en el Senado o los demócratas encuentran la improbable mayoría en la Cámara Alta.

Pero si la elección en Georgia se define en un empate (un senador para cada partido parece probable), Biden siempre podrá buscar el apoyo de tres o cuatro senadores republicanos que no son devotos de Trump[2]. Estaría en minoría en el Senado, pero tendría alguna capacidad de maniobra. 

2.- El esfuerzo por recuperar liderazgo internacional.

El segundo nivel en el cual se esperan novedades a corto plazo es en la política exterior. Al igual que en el tema sanitario, se trata de un área en la cual las políticas de Trump alcanzaron repudio casi unánime. Un cambio drástico en la política exterior que abarque la reposición de las alianzas más tradicionales, un fortalecimiento de la presencia de Estados Unidos en los organismos internacionales globales y regionales, una retoma del liderazgo en políticas medio ambientales, en derechos humanos, en democracia, y en la cooperación internacional a través del G20, se darían de manera inminente. En otros asuntos, como la política hacia el Medio Oriente, el retiro de tropas, y la retoma de las negociaciones de armas nucleares, seguramente habría una actitud inicial más prudente.

En lo que probablemente mostrará menos acción es en recuperar liderazgo en temas de negociaciones económicas internacionales, o en el fortalecimiento de la Organización Mundial de Comercio. Biden nunca ha sido un gran entusiasta del Libre Comercio y no olvidará fácilmente que el “muro azul” (los estados del norte industrial) favoreció y le dio la victoria a Trump en 2016 por su actitud proteccionista.

No parece haber muchas iniciativas hacia América Latina consideradas prioritarias, al menos al comienzo del gobierno de Biden. Aunque él ha mencionado su afinidad con la región, sólo ha anunciado que se reunirá lo antes posible con el Presidente de México. Aunque es posible que retome la apertura de Obama hacia Cuba, nada indica que cambiará la postura hacia Venezuela. Los asesores de Biden criticaron fuertemente la elección de Mauricio Claver-Carone  en el BID, pero no parece probable que la nueva administración se quiera enemistar de partida con el lobby cubano[3].

Con todo, ya un retorno a políticas más articuladas por parte de la nueva administración sería un gran progreso. La elección de Biden fue seguida con gran interés en toda la región y ha creado importantes alternativas; si el gobierno demócrata quiere fortalecer los organismos multilaterales interamericanos y abordar temas prioritarios como migración, narcotráfico, medio ambiente y otros, la relación hemisférica podría experimentar importantes progresos.

3.- Volver a las Regulaciones

El acuerdo de París sobre Cambio Climático fue un logro fundamental del gobierno de Barack Obama. Su ex Vicepresidente está comprometido a firmarlo nuevamente; ha dicho que lo hará en los primeros días de su gobierno. Será sólo el comienzo de un esfuerzo por recuperar el liderazgo en materia ambiental, que Trump dejó caer totalmente. Seguramente las maltratadas instituciones ambientales serán reforzadas y recuperadas, y también se repondrá una importante parte de las regulaciones que la administración actual eliminó por vía administrativa.

Una restauración similar tendrá lugar respecto de las muchas reglas de regulación del mercado financiero que se dictaron después de la crisis sub prime de 2008. La administración Trump también eliminó muchas de esas normas que seguramente volverán a establecerse, aunque el ritmo de ello sea a veces más lento por las necesidades de reactivación de la economía. 

4.- Reformular la inmigración.

Hasta hace pocas semanas, lo único cierto en materia de migración era el compromiso de regularizar la situación de los dreamers, aquellos jóvenes que vinieron ilegalmente a muy temprana edad con sus padres; y es muy posible que se regularice el otorgamiento de visas y se levanten las restricciones para ciudadanos de determinados países. En los últimos días de la campaña, la noticia de los cientos de niños que fueron separados de sus padres y que aún no han podido reencontrarse, motivó un compromiso mayor de Biden, por lo que no es descartable el intento de una nueva legislación migratoria, aunque es muy difícil que se logre acuerdo a corto plazo.

5.- Violencia y desigualdad ante la ley.

Tal vez el mayor problema que deba enfrentar Biden en el plano doméstico es la creciente violencia en las calles y el rechazo de una parte de la población, especialmente la afroamericana, a la actuación discriminatoria que recibe de parte de la policía. La proliferación de armas en manos de particulares[4], agravado por la expansión de grupos armados radicales, animados por la presidencia de Trump, provocó numerosos enfrentamientos en los últimos meses. También los frecuentes homicidios múltiples perpetrados por francotiradores, característicos de ese país, aumentan el temor de la población.

La falta de respuesta a toda esta violencia, la aparición con patrocinio de Trump de grupos supremacistas y la sensación de importantes minorías de que la ley no rige por igual para todos, ha motivado crecientes protestas y movilizaciones de uno y otro lado, pero no parece existir una política clara para enfrentar esta situación. En el ambiente de división actual, un aumento de la violencia puede ser aprovechado por Trump en su discurso discriminatorio de law and order, provocando problemas a la nueva administración.

6.- It’s the Economy, stupid.

Esta frase clave de la campaña de Bill Clinton parece apuntar a uno de los mayores problemas de la nueva administración de Joe Biden: no tiene un programa económico claro. Esto no es una novedad, porque desde hace tiempo diversos sectores y líderes demócratas tienen en este aspecto, clave para el éxito de cualquier  gobierno, puntos de vista distintos. Antes del triunfo de Biden en las primarias, los debates de los candidatos mostraban la clara inclinación a la izquierda del partido; no en vano Elizabeth Warren y Bernie Sanders dominaban los momentos en que se hablaba de economía, con propuestas más claramente social democráticas, sobre impuestos progresivos, regulación financiera, salud universal, desarrollo de infraestructura, que otros candidatos más moderados no eran capaces de contrarrestar. El centrismo que caracterizó los tiempos de Bill Clinton y con el cual Obama mantuvo una relación no exenta de problemas, no es ya dominante. La base demócrata se ha movido hacia la izquierda en lo económico, pero en su élite política hay temores de que eso los haga demasiado vulnerables al ataque republicano. Biden suprimió, en toda su campaña, las controversias anteriores y consiguió convertir la elección en un referéndum sobre Trump. Cuando los rivales recordaban las propuestas de izquierda sobre medio ambiente, impuestos, salud universal y regulación, Biden asumía cuidadosamente algunos aspectos, pero siempre enfatizando que quien había ganado la primaria era él y que los que proponían reformas más radicales habían perdido.

El tema volvió a surgir, sin embargo, dos días después de la victoria demócrata, en las voces de sus exponentes más conocidos como Sanders y Ocasio-Cortez. Si bien el Presidente electo prefirió ignorar definiciones, la conducción de la economía volverá a mostrar que, entre los demócratas de base (no así en sus votantes independientes), tienden a primar las propuestas más radicales, mientras sus líderes temen que más impuestos, regulación económica, acción estatal más decidida y protección ambiental, los hagan perder el centro que recuperaron para ganar la elección.

7.- Los Grandes Debates Culturales.

Algunos comentaristas calificaron la reciente elección como una “Batalla por el alma de Estados Unidos”. A pesar del tono melodramático, la frase revela una gran verdad, que Donald Trump comprendió bien y ha usado en sus campañas: aunque muchas veces la economía decide elecciones, lo que provoca las divisiones mayores y más apasionadas son los temas culturales, entendidos en el sentido más amplio.

La igualdad de género, los temas raciales, el aborto, la inmigración, la salud universal, la violencia, la intolerancia, la presencia del estado, la posesión de armas y otros asuntos, separan cada vez más a los ciudadanos, y sus diferencias se acrecientan mientras más diversa se hace la sociedad. La forma en que ellos se definen ponen siempre en entredicho, para unos y otros, los conceptos de democracia y libertad en que se funda su nación. Desde este punto de vista, es cierto que la elección mostró enormes diferencias culturales (o ideológicas) entre los bandos en pugna.

Si estas diferencias mayores tienen como terreno de resolución las actuales instituciones, ello se hace más complejo, porque el Ejecutivo, el Congreso y los Tribunales de Justicia parecen marcados por visiones distintas, a veces antagónicas. Cualquiera de los temas enunciados puede ser objeto de una decisión distinta, según la visión de los integrantes de una u otra institución. El ejemplo de la salud en los últimos años ha sido visible; y es de suponer que los próximos pasos de la Corte Suprema sobre el aborto dividan a la nación. Hasta la decisión sobre los absurdos reclamos de Trump sobre las elecciones será objeto de controversia y podría llegar a provocar una crisis institucional como no se ve desde hace mucho tiempo. Se dirá que algo parecido ocurrió en la crisis de la Presidencia Nixon y se mencionarán otros casos. La duda es si, en el grado de antagonismo que hoy permea al país (al cual contribuyó de manera tan decidida Donald Trump), las instituciones tendrán la fortaleza para actuar según la ley y dentro de las reglas de la democracia.

Finalmente, las definiciones que las instituciones legislativas y judiciales, federales o estaduales, adopten en el los próximos años, también determinarán la fortaleza con que ese país salga de su crisis actual y deje atrás los fantasmas económicos, sociales y culturales que lo debilitan.


[1] Sólo un ex Presidente ha logrado volver a elegirse. Grover Cleveland elegido en 1885, perdió la elección en 1889 y volvió a ganar en 1893. Es el único dos veces Presidente (números 22 y 24) en la historia de Estados Unidos. Theodore Roosevelt quiso volver en 1912, pero perdió la elección.

[2] Susan Collins (Maine), Lisa Murkowski (Alaska), Mitt Romney (Nevada) y Ben Sasse (Nebraska) han reconocido a Joe Biden como Presidente electo.

[3] Robert (Bob) Menéndez, senador de Nueva Jersey, es el vocero de minoría en el Senado y defiende al nuevo Presidente del BID

[4] En Estados Unidos circulan hoy más de 300 millones de armas de fuego, en manos de 100 millones de personas civiles.

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