Por José Miguel Insulza
Publicado en: El Libero
El objetivo no era simplemente militar; era político y fue logrado. Palestina vuelve a ser actor en el Medio Oriente. Por desgracia, varios miles de judíos y palestinos inocentes vieron truncadas sus vidas por ello.
Apenas dos semanas después del grave acto de terrorismo que afectó a Israel en la frontera con Gaza, el tema ya no ocupa los grandes titulares ni encabeza los noticiarios internacionales. Pero la crisis dista mucho de haber concluido: aún es posible que se produzca el anunciado ataque militar masivo, anunciado por Israel, a territorio de Gaza; o que se produzca algún nuevo ataque terrorista desde las fronteras que, sin ser de la magnitud de aquel del 7 de octubre, motive una nueva escalada. Y además es evidente que el escenario del Medio Oriente ha cambiado de forma muy sustantiva en las últimas dos semanas.
Por ello, es útil saber hacia dónde irá en el futuro inmediato, y de qué manera los cambios ocurridos pueden influir en la política de los protagonistas.
Lo primero que llama la atención es el tamaño de la acción de Hamas.Ciertamente han ocurrido en años pasados muchos eventos de violencia en la frontera y otros lugares de Israel. Pero casi siempre se trató de actos protagonizados por uno o dos efectivos armados o cargando explosivos, dispuestos a morir. Esta vez esos “dispuestos a morir” han sido muchos más. Israel habla en sus informes de la muerte de mil quinientos efectivos de Hamas, neutralizados en la mañana del atentado o en horas cercanas. Estos números ya difieren de los terroristas caídos en cualquier acto anterior, incluso de los más graves [1]. Cuando un número de personas de esta magnitud está dispuesto a sacrificarse en una acción de la cual deben haber sabido, ellos mismos o al menos sus jefes, que no saldrían con vida, ello no sólo revela una impresionante capacidad de reclutamiento, sino que obviamente se inscribe en un diseño político de más envergadura.
La indefensión de las víctimas civiles y el ataque por sorpresa nos hacen calificar el hecho como un ataque terrorista, sin lugar a dudas. Pero la trama misma y el número de atacantes caídos hace que debamos calificarlo como una acción de guerra y preguntarnos cuál es la naturaleza de ese conflicto. Hay una organización política y militar como Hamas, que ha estado dispuesto a aceptar ese número de pérdidas y es preciso entender sus motivaciones.
Ellas parecen encontrarse en la necesidad de evitar que la causa palestina, por muchos años considerada el factor principal de unidad de los estados árabes, pasara a convertirse en un hecho secundario en el cálculo de las potencias del Medio Oriente, interesadas en adquirir un mayor peso económico y estratégico internacional en una realidad mundial en permanente transformación. Para los gobernantes de algunos de los Estados árabes, especialmente los del Golfo, los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, e incluso Arabia Saudita, presentar a la región como un Medio Oriente unido y en paz, parecía ser una necesidad urgente. De un lado, estos países han acrecentado su poder económico, invirtiendo cuantiosos recursos en otras regiones del mundo árabe, en Asia y Europa; de otro, necesitan lidiar con los riesgos de reducción de ese poder, basado en los combustibles fósiles, que tarde o temprano se verá restringido por las demandas del cambio climático. Se impone por ello la necesidad de cambios económicos, políticos y culturales que les permitan una mucho mayor inserción global. Y la garantía de paz en su región es una condición fundamental, especialmente porque ella ha parecido en las últimas décadas, después de la invasión de Irak, la guerra de Siria y el persistente conflicto palestino-israelí, como un subcontinente repleto de problemas.
Esta necesidad fue percibida acertadamente por el Gobierno de Donald Trump, necesitado también de algún éxito en política exterior muy pocos meses antes de la elección de noviembre de 2020. El mismo Benjamín Netanyahu buscaba deshacerse del compromiso de anexarse la Cisjordania que había contraído con su más reciente alianza con la extrema derecha. La necesidad fue adecuadamente manejada por el propio yerno de Trump, Jared Kushner, quien negoció la suscripción de una simple declaración, que no hablaba de Palestina, ni de los acuerdos previos y ni siquiera mencionaba a Israel o a ningún conflicto en la región; pero era la imagen de un grupo de países que querían trabajar juntos para lograr el objetivo común de una región en paz.
La suscripción de los Abraham Accords (Acuerdos Abraham), como fueron denominados, normalizaba las relaciones entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos y entre Israel y Bahréin, firmados en el patio de la Casa Blanca el 15 de septiembre de 2020. Esa ceremonia, insólita e inesperada, unió por primera vez en una fotografía a los gobernantes de dos países árabes con el Primer Ministro Israelí y el Presidente de Estados Unidos
Esos Acuerdos serían seguidos de inmediato por la suscripción de otros similares firmados por Sudán (octubre 2020) y Marruecos (diciembre 2020) con Israel, que reconocían al Estado de Israel. En el caso de Marruecos, su firma significó reconocimiento de Israel de su soberanía sobre el Sahara Occidental.
Israel pasaba a ser reconocido así por cuatro estados árabes. Por cierto, el mayor Estado del Golfo y el más poblado del mundo árabe, Arabia Saudita y Egipto no eran aún firmantes, pero es difícil pensar que esos acuerdos no se habrían firmado sin su beneplácito. En cuanto a Qatar, que cumplía el complejo papel de financiar parte importante de la economía y el gobierno de Hamas en Gaza, no necesitaba explicar porque no podía firmar.
Lo importante entonces era lo que no ocurría literalmente en los Acuerdos.Los países del Golfo y uno del norte de África reconocían de hecho al Estado de Israel, firmando acuerdos con el gobierno anti- palestino de Netanyahu, hablaban de la paz en el Mediterráneo dejando de mencionar la política de dos Estados y ni siquiera mencionaban la solución del problema palestino como componente de su anhelo común de paz. Y esa paz ocurría mientras en Cisjordania, en torno a Jerusalén, la expansión de los asentamientos de colonos israelíes, al margen de las advertencias de Naciones Unidas, continuaba violentando los Acuerdos de Oslo.
Las condenas formales de sus aliados árabes no convencían ya a muchos palestinos. Había un cambio en marcha que, tarde o temprano terminaría reduciendo el territorio palestino de Cisjordania y Gaza a una mínima expresión. La política de “dos Estados” proclamada dos décadas antes se había convertido en una consigna sin sentido, repetida en muchas reuniones internacionales y, por cierto, en Naciones Unidas, mientras quienes gobernaban en Estados Unidos e Israel no hacían nada por hacerla realidad. Por lo demás, el gobernante de los últimos años era un reconocido enemigo de los Acuerdos de Oslo, habiendo combatido esos acuerdos contra Yitzak Rabin hasta el día de su asesinato. La permanencia recientemente renovada de Netanyahu en el gobierno de Tel Aviv, con una nueva alianza que hacía imposible dar siquiera una señal en esa dirección, acrecentaba el temor palestino de que su causa se convirtiera en algo del pasado, dando lugar a un nuevo entendimiento entre potencias del Golfo y Estados Unidos, para dar paz a Israel y olvidar las promesas adquiridas.
La nueva realidad de los Acuerdos Abraham permaneció por más de tres años, con éxito aparente. Persistían algunos conflictos en el Norte de África, especialmente en Libia y Sudán, además de la guerra civil en Yemen. Pero incluso ahí asomaba alguna posibilidad de arreglo, luego del inusitado acuerdo entre Arabia Saudita e Irán, patrocinado por China, de buscar el fin de las hostilidades en Yemen. Los más antiguos enemigos buscaban entenderse, dejando de lado lo que hace apenas una década atrás, era la batalla principal: el logro común de una Palestina independiente y viable.
Sin duda, esa imagen se había ido generando en los últimos años, no sólo en Gaza, sino también en Cisjordania, donde el creciente avance de la colonización israelí seguía afectando incluso a las fuerzas más moderadas, que no veían ni en Israel ni en Estados Unidos ninguna voluntad real de impedir las anexiones.
Es posible entonces encontrar motivos para la acción de guerra que Hamas desató en contra de Israel el 7 de octubre. El objetivo no era simplemente militar; era político y fue logrado. Palestina vuelve a ser actor en el Medio Oriente. Por desgracia, varios miles de judíos y palestinos inocentes vieron truncadas sus vidas por ello.
La situación hasta hace menos de un mes parecía tan favorable, que incluso Israel se descuidó, su celebre sistema de inteligencia no fue capaz de detectar los movimientos de centenares de jóvenes que cruzaron desde Gaza en los días anteriores al sábado 7; su sistema de defensa era capaz de detener cohetes, pero no de detectar Alas Delta que cruzaban plácidamente los aires, portando bombas igualmente mortales; y su Ejército demoró varias horas en montar un contrataque.
Cuando Israel reaccionó, la realidad del Medio Oriente había cambiado. Había condenas a la acción terrorista, pero casi todo el mundo árabe atribuía la culpa de lo ocurrido a la intransigencia israelí y a la violencia ejercida contra los palestinos en Gaza y Cisjordania; mientras en Europa y en nuestra región, predominaba el rechazo a una escalada de violencia. El conflicto árabe israelí volvió a ser noticia, con partidarios y contrarios en el mundo entero. Y la respuesta del Estado judío fue la de siempre: la represalia violenta puede parecer explicable en el dolor de las pérdidas; pero es siempre insensata y la amenaza de “arrasar” a Gaza, donde viven más de dos millones de personas, también lo es. Así lo han demostrado, por lo demás, numerosos estadistas (encabezados por el Presidente de Estados Unidos, Joe Biden) quienes, junto con condenar los atentados, han llamado a Israel a ejercer la prudencia en las represalias. Lamentablemente no han agregado (tal vez no era el momento) la necesidad de encontrar una paz estable y con justicia para judíos y palestinos.
Si hay lecciones que aprender de lo ocurrido en el Medio Oriente en los últimos años, es posible encontrar al menos tres: primero, que es posible encontrar caminos de paz en la región, como lo mostró la audaz aventura de los Acuerdos Abraham; segundo, que esos caminos de paz no pueden excluir la creación efectiva de un sistema de dos Estados independientes y viables en Palestina; y tercero, que frente a una población que se siente tratada de manera injusta, siempre habrá rebeldía juvenil.
El 11 de septiembre de 2001, murieron en los atentados en EE.UU. 19 terroristas, que se llevaron consigo más de 3.000 víctimas. El 7 de octubre murieron cantidades grandes y relativamente equivalentes de atacantes y víctimas.