Por Fernando García // Contenido publicado en La Nación
Por una diplomacia de la modestia» se llama el ensayo de Juan Gabriel Tokatlian incluido en el ebook La vida en suspenso, que Siglo XXI dispuso para descargar en su sitio online. A Tokatlian, experto en relaciones internacionales y vicerrector de la Universidad Torcuato Di Tella, le ha tocado, en esta serie de escritos urgentes, reflexionar sobre el papel que le espera a la Argentina en un mundo que ya no será el mismo. Doctor en Relaciones Internacionales por la Universidad John Hopkins, Tokatlian ha vivido dieciocho años en Colombia y conoce en profundidad los resortes políticos que hacen a la peculiaridad latinoamericana en el mapa global. Para esbozar el escenario al que se enfrenta la Argentina, su análisis parte de las promesas incumplidas de la posGuerra Fría, que la pandemia puso en fatal evidencia. Tokatlian propone un programa «maquiavélico» de moderación y flexibilidad para restaurar la relación con Brasil, que evalúa como el desafío inminente de la política exterior de Alberto Fernández. Una política que, si bien no tuvo tiempo de desplegarse, juzga como sobria. Al respecto, asegura: «No es tiempo de sobreactuaciones ni hay margen para la ingenuidad».
¿Cuáles son las prioridades internacionales de la Argentina en un contexto de pospandemia?
A la Argentina se le plantean tres grandes desafíos. El primero tiene que ver con esta transición de poder que viene ocurriendo de manera gradual y se va intensificando entre Estados Unidos y China. Hasta hace pocos años los componentes de competencia y colaboración eran la nota prevaleciente y, en ese ámbito, las posibilidades para países como la Argentina eran amplias. Ahora vemos a un país que declina agresivamente como Estados Unidos y otro que asciende asertivamente como China. Cómo manejar esa relación en un espacio cada vez más estrecho va a exigir un grado de sofisticación muy alto. El segundo desafío tiene que ver con lo que se podría considerar el ADN de la política exterior argentina, que tuvo históricamente tres componentes. Un fuerte respaldo del derecho internacional, un alto compromiso con el multilateralismo y un énfasis en el regionalismo. Y esta Argentina se va a encontrar en la pospandemia con un derecho internacional cada vez más erosionado por el comportamiento de las grandes potencias; con un multilateralismo maltrecho y con un regionalismo fragmentado, donde los niveles de cooperación o concertación internacional son bajísimos. Entonces, aquello que era el ADN de la Argentina va a encontrar límites muy grandes para su proyección y su ejercicio. El tercer desafío, el que más consecuencias puede traer en el corto plazo, es el deterioro de las relaciones con Brasil. Luego de los acuerdos en materia nuclear, los acuerdos comerciales y Mercosur, pasamos a una relación de una incipiente amistad para entrar ahora en un híbrido. Va a ser una relación muy complicada para la Argentina, que me parece que trasciende la diplomacia tradicional, la diplomacia del Estado, y va a exigir un alto componente de diplomacia ciudadana para reconstruir lazos, vínculos, entrelazamientos con la sociedad civil y política brasileña.
¿Cómo se organiza esa diplomacia ciudadana, cómo se canaliza?
Hay que tener en cuenta que muchos de los líderes que construyeron ese gran momento donde se compusieron los pilares de la relación hoy son, en ambos lados, parte de una generación que está abandonando la política. Y se observa desde hace varios años un bajo nivel de interacción entre políticos argentinos y brasileños. Los que teníamos antes tenían una relación muy estrecha y movilizaban a sus sectores. Los de izquierda tenían contacto con sus pares; lo mismo en la derecha. Había un entramado que era muy sólido y que respondía a una situación generacional que vio nacer la democracia en los dos países y que generó la base de la interdependencia recíproca. Hoy noto que estamos huérfanos de ese tipo de políticos.
¿Hasta cuándo diría que se sostuvo ese intercambio?
Hasta hace una década había una empatía y un nivel de contacto intenso, que ha ido menguando en los últimos años. Pero también había una comunidad muy grande de científicos, en el campo nuclear por ejemplo, con proyectos conjuntos e iniciativas compartidas. Al fin y al cabo, la Argentina y Brasil eran dos de los tres países que más invertían en la región en ciencia y tecnología. Pero se dio un desmantelamiento recíproco en este frente en los dos países; a medida que las economías se fueron primarizando, el peso específico de los sectores industriales en ambos países fue declinando notablemente. Y aquella gran aspiración de cadenas de producción conjuntas también se fue debilitando, porque estos sectores primarios no alientan proyectos concurrentes ni tienen proyecciones estratégicas de la misma índole. Cada uno trata de venderle más a China y ahí se acaba.
¿Esto se complicó con la llegada de Jair Bolsonaro y el regreso del peronismo al poder?
Esto ya se observaba en el segundo gobierno de Dilma Rousseff; muchas de las medidas y decisiones de Bolsonaro son anteriores a la llegada de Alberto Fernández. El hecho de que buscó una relación muy estrecha con Estados Unidos y logró recibir el estatus de aliado extraOTAN pasó durante el gobierno de Macri. Hay que repensar cómo manejar esta relación, sin duda. Creo que la iniciativa tiene que seguir viniendo de la Argentina, que tiene que mostrar la centralidad de ese vínculo cuando Brasil ha vuelto a colocar, como hipótesis, la idea de conflicto en América del Sur. Cuando uno ve el dispositivo militar brasileño, sabe que ese eje no es hacia el sur sino que apunta a Venezuela. Pero retomar el lenguaje de conflicto tiene que llamar a alguna reflexión profunda en una región con gravísimos problemas irresueltos. Una salida política y negociada en Venezuela, el auge del crimen organizado, la importancia de no dejar que América Latina se vuelva un lugar de disputa entre Estados Unidos y China. Son temas en los que la histórica actuación conjunta de la Argentina y Brasil sería un ancla de estabilidad.
Usted ha escrito que la diplomacia argentina debería caracterizarse por un sesgo de modestia y flexibilidad en el futuro. ¿Qué acciones caracterizarían ese perfil?
Esta no es una época para sobreactuar ni tomar decisiones categóricas o definir la política desde una lógica de amigo-enemigo o de confrontación. Es necesaria la modestia, en el sentido de concebir un lugar positivo y activo del país para frenar los niveles de fragmentación de la región. La gran paradoja hoy es que América Latina es menos gravitante mundialmente pero a su vez es punto de disputa creciente entre Estados Unidos y China. Cuando digo flexibilidad quiero decir que la Argentina no tiene una historia de manejar transiciones de poder global con la ductilidad, con la arquitectura institucional que necesitan esas transiciones. Quedamos muy atrapados en la relación con Gran Bretaña mientras ascendía Estados Unidos. Leímos el mundo de una manera determinada durante la Guerra Fría, que podía ser consistente con nuestros requerimientos pero cometimos errores que resultaron en fracasos: Malvinas, por poner un ejemplo. Yo postulo una política exterior maquiavélica porque me sirvo de Maquiavelo para decir, como él, que la modestia, la prudencia y la flexibilidad son elementos virtuosos. Hay un rasgo que resalto de la política exterior de este gobierno después de muchos años. Quizás a algunos les parezca menor, pero yo veo interesante que no haya venido a refundar la política exterior ni a reinsertar a la Argentina, ni nada de eso. Es cierto que esta crisis no le dio tiempo ni opciones de hacerlo, pero al menos no estuvo esa intención en el discurso. Se nota cierta sobriedad y conocimiento de los límites que tiene el país.
Se suponía que Mauricio Macri nos venía a reinsertar en el primer mundo…
Sí, pero la lluvia de inversiones se convirtió en una tormenta de endeudamientos. Una de las peculiaridades del gobierno de Macri, desde el inicio, fue una visión muy optimista del mundo. Ingenua, casi. Confiaba en una globalización sempiterna; confiaba en la desregulación total y en que un papel más residual del Estado iba a hacer a la Argentina más atractiva en el mundo. Me da la impresión de que cuando llega el gobierno de Alberto Fernández hay un reconocimiento de que el mundo está en una situación más complicada, aún antes de la pandemia. Ya no hay margen ni tiempo para ser ingenuo.
Usted dice que la pandemia expuso la debilidad hegemónica del orden neoliberal. ¿Deberíamos volver a un modelo de Welfare State?
Desde finales de los años 70 se viene produciendo un proceso de desmantelamiento del Estado de Bienestar en Occidente. Esto se aceleró con el fin de la Guerra Fría, no fue interrumpido por la crisis de 2008 y se reflejó finalmente en ámbitos específicos: la educación y la salud. El manejo de esta pandemia en muchos países occidentales como Gran Bretaña, Italia, Francia, España, Estados Unidos y aun Canadá, nos muestra como este desmantelamiento se puede volver catastrófico acompañado de un crecimiento de la desigualdad. En medio de esto es imposible reinvindicar al mercado, y reaparece la importancia del Estado aun en países que anularon su alcance y penetración. El neoliberalismo está jaqueado pero no muerto, aunque no creo que se convierta en el ave fénix que se perpetúa en su vuelo.
El fin de la Guerra Fría abrió una posibilidad nueva para el mundo, cuyas promesas terminaron desvaneciéndose. ¿Cree que el mundo perdió una oportunidad ahí?
El orden posSegunda Guerra Mundial se hizo con dos potencias supremas y tenía como componente vital la estabilidad. Cuando termina la Guerra Fría, lo que se instala en el debate es que a aquel orden se le añadan componentes que le den mayor justicia. Esa fue la agenda inicial: la cumbre de medio ambiente de Río de 1992, la cumbre de la mujer, la cumbre de derechos humanos que creó la Corte de Derecho Internacional. Se veía un esfuerzo para que más allá de la estabilidad hubiera igualdad, justicia y redistribución. Creo que esa fue la oportunidad perdida de Occidente. Los países no moderaron sus ambiciones, volvieron a las lógicas de los juegos de poder convencionales y para 1998, simbólicamente con Kosovo, ya se veía que se había pospuesto la agenda de justicia e igualdad. Esa posibilidad de un orden que reflejara el ascenso del Sur global se frustró; la posibilidad de una mayor equidad se fue evaporando; la mayor expectativa de una justicia internacional se debilitó cuando quedó claro que las acciones humanitarias eran estrategias de las grandes potencias.
¿Hay margen político y económico para volver a un Estado de Bienestar tal como fue concebido en su origen?
Bueno, es una gran duda. Porque las democracias debilitadas tienen muy poca capacidad para moldear capitalismos extremos. Hoy está en crisis el capitalismo financiero, pero no encuentra reemplazo. Y está en deterioro la democracia, que tampoco encuentra reemplazo pues no hay muchas alternativas. Este es un camino muy peligroso porque no se reconstruye el Estado de Bienestar, ni se mejora el capitalismo, ni se profundiza la democracia. Estamos entrando en un territorio en el cual proliferan regímenes que tienen componentes autoritarios mezclados con las formalidades de la democracia. No percibo que las condiciones estén dadas para otra cosa ahora.
Dado que China controló la pandemia con mayor eficacia que modelos de libertad individual como Estados Unidos o Gran Bretaña, ¿puede ocurrir que exporte su modelo político basado en la vigilancia?
La pregunta tan o más interesante que esta es mirar a los países que lo hicieron un poco mejor. China lo hizo bien, pero también Corea del Sur que tiene un régimen menos draconiano; lo hizo bien Nueva Zelanda pero no tanto Australia; lo hizo bien Alemania pero no Gran Bretaña; lo hizo un poco mejor Canadá y lo hizo pésimo Estados Unidos. ¿Qué me reflejan estos ejemplos? ¿Que la importancia está en el régimen político o en los países que fueron capaces de desarrollar mejores capacidades estatales? A menor deterioro del Estado de Bienestar, se vieron mejores resultados. Esta pandemia va a dejar sociedades con mucho malestar, partidos políticos deslegitimados y líderes muy cuestionados que van a provocar cimbronazos en las democracias. Pero menos por el influjo del poder chino que por el manejo que hicieron de esta crisis.
Ya que su análisis parte del fin de la Guerra Fría, ¿cómo evalúa la aparición de la palabra «comunismo» en las manifestaciones anticuarentena?
Que en la Argentina haya todavía este tipo de expresiones no es excepcional. Basta con leer el comunicado del canciller brasileño de fin de año diciendo que el principal problema de América del Sur es el comunismo. Lo escuchamos también durante las manifestaciones en Chile, cuando se decía que eran parte de la revancha del comunismo. Nadie puede creer sinceramente que haya una reaparición del comunismo en el mundo, pero son ideas muy enraizadas en América Latina, que ha sido un laboratorio muy fuerte del anticomunismo en la Guerra Fría. Aquellos tics todavía están presentes.
Algo así como el Hombre de la Bolsa?
Sí, claro. Que además siempre vuelve.