Por Boris Yopo H.
Publicado en: El Mostrador
Tiene valor que el presidente Lula haya perseguido, desde un primer momento, ser un actor que busca impulsar una salida negociada, poniendo a Brasil, e indirectamente a nuestra región, en un rol propositivo ante un conflicto que puede parecer lejano, pero que en un mundo global no nos es ajeno. En la reciente Cumbre del G-7, Lula cometió, sí, un grave error, al negarse a un encuentro con el presidente de Ucrania. No se puede ser mediador válido si ese mediador rehúsa reunirse con una de las partes. Ojalá esto pueda superarse, porque el papel de Brasil puede ser importante, sobre todo ahora que las perspectivas de una salida negociada se ven distantes, y se espera un peligroso escalamiento en las próximas semanas o meses.
En un momento donde América Latina juega un rol marginal en los grandes asuntos mundiales, tiene gran valor la iniciativa del presidente Lula de intentar avanzar en una salida negociada que ponga fin a la invasión rusa en Ucrania. En estos últimos días han surgido, además, otras iniciativas desde el Sur Global, una de países africanos, y otra recién anunciada en la Cumbre de la Liga Árabe. Esto demuestra la preocupación que hay en distintas latitudes por la continuación de esta guerra, que además de las grandes pérdidas en vidas humanas, genera una disrupción importante a las economías de muchos países, y adicionalmente está el riesgo de un escalamiento aún peor, donde Putin y otros en la jerarquía rusa han amenazado varias veces con hacer uso de un arma nuclear táctica, si la contraofensiva ucraniana tiene éxito.
En este contexto, el mandatario de Brasil ha enviado ya a su asesor internacional a Moscú y Kiev, para explorar las condiciones de algún posible entendimiento, algo que, sin embargo, no se ve cercano por ahora. En un primer momento, las declaraciones iniciales de Lula no fueron bien recibidas por Ucrania, ya que habló de que había responsabilidades compartidas en el estallido de la guerra, lo que es inaceptable para Kiev, siendo el país agredido. Posteriormente ha clarificado está opinión, y Brasil ha votado a favor de las resoluciones de la ONU donde se habla de una “agresión rusa” que viola la integridad territorial y soberanía de otro Estado, en este caso, Ucrania. Lula sigue pensando, sin embargo, que Estados Unidos y la OTAN tienen una responsabilidad en la génesis del conflicto y, al igual que otros líderes de izquierda latinoamericanos, mira con cierto recelo a este país, considerando el historial pasado de sucesivas intervenciones y apoyos a golpes militares en nuestra región.
Lula está, por tanto, en una línea de No Alineamiento que ahora, sin desconocer el acto de agresión, no está dispuesta a sumarse a las posturas que ha adoptado el Occidente desarrollado en este conflicto. Esto ya ha generado ciertas tensiones con la administración Biden, cuyas expectativas iniciales no calibraron bien una tradición de No Alineamiento que ha marcado siempre a los gobiernos de Lula en Brasil. Y, por otra parte, este país siempre ha mantenido relaciones cordiales y vínculos económicos y de inversión de cierta importancia con Rusia, y no está dispuesto a que estos vínculos se rompan por un conflicto que, aunque grave, tendrá fecha de término en algún momento.
Ahora, la cuota de responsabilidad que Lula les atribuye a Estados Unidos y la OTAN en el estallido de la guerra, es algo debatible, y es una polémica que seguirá por largo tiempo. Los que argumentan en esta línea, sostienen que Occidente habría estado detrás del levantamiento del 2014 que llevó al desplome del gobierno prorruso en Ucrania, y citan también el argumento de una invitación inicial de la OTAN a Ucrania para integrarse, algo que, en todo caso, después nunca se materializó. ¿Son estas razones, aun si fuesen en algo verosímiles, razón suficiente para invadir a gran escala a otro país, en un momento donde no había ningún riesgo inminente? Muy cuestionable, al menos.
Pero en lo que sí tiene razón el presidente de Brasil, es que cualquier negociación que sea efectiva requerirá considerar los intereses básicos de ambas partes, algo que por ahora parece irreductible. Porque Ucrania dice que no negociará ninguna entrega de territorio ocupado, y Putin no puede salir con las manos vacías, sería un golpe mortal a su legitimidad al interior de Rusia, después de haber convencido (usando el monopolio mediático que controla) a buena parte de la población de que esta es una causa “patriótica”, algo muy sensible en el inconsciente colectivo de la gente allá. ¿Qué salida hay entonces? Tanto Lula como otros líderes que hoy buscan mediar, y también en Estados Unidos y otros países de la OTAN, se habla silenciosamente, por ahora, de una fórmula parecida a la que puso fin a la guerra de Corea, un paralelo con una zona desmilitarizada; o la otra, el retiro ruso de los territorios ocupados, y congelar la situación de control de facto ruso en Crimea, como salidas transitorias al conflicto.
Pero todo esto dependerá de las condiciones bélicas en el terreno, porque en las negociaciones diplomáticas nunca se adelanta conceder algo, hasta que se concede, y quien esté más fuerte tendrá mejores condiciones para negociar. Por eso estas semanas que vienen serán de un peligroso escalamiento. Pero tiene valor que el presidente Lula haya perseguido, desde un primer momento, ser un actor que busca impulsar una salida negociada, poniendo a Brasil, e indirectamente a nuestra región, en un rol propositivo ante un conflicto que puede parecer lejano, pero que en un mundo global no nos es ajeno. En la reciente Cumbre del G-7, Lula cometió, sí, un grave error, al negarse a un encuentro con el presidente de Ucrania. No se puede ser mediador válido si ese mediador rehúsa reunirse con una de las partes. Ojalá esto pueda superarse, porque el papel de Brasil puede ser importante, sobre todo ahora que las perspectivas de una salida negociada se ven distantes, y se espera un peligroso escalamiento en las próximas semanas o meses. Veremos.