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Las nuevas realidades y cómo actuar ante ellas

porJosé Miguel Insulza

Mantener condiciones transparentes, estables e iguales para todo aquel que quiera hacer negocios con Chile es, por cierto, parte esencial de nuestra política exterior.

Predecir el futuro en la escena internacional se ha hecho prácticamente imposible. Y no se trata de un futuro en el largo plazo, sino de lo que ocurrirá al día siguiente, en medio de una situación caótica en los mercados, las cancillerías y los organismos internacionales de gran parte del mundo. En el centro de la escena, el Presidente de Estados Unidos Donald Trump es hoy la gran figura del mundo en pleno desorden. Probablemente ha perdido seguidores y perturbado a la gran mayoría de los analistas, quienes en gran medida lo ven como una figura negativa, critican sus propuestas y pronostican su fracaso. Pero todos están pendientes de su próxima decisión, tal vez esperando alguna señal de coherencia o estabilidad.

El anunciado Día de la Liberación, que vio a Trump proclamando la palabra “tariff” como “la más hermosa de la lengua inglesa”, mostrando listados de casi todos los países del mundo con las tarifas que corresponden a las exportaciones de cada uno de ellos a Estados Unidos y pidiendo a su gabinete preparar más tarifas para el futuro inmediato, provocó el efecto que esperaba su protagonista: todos los gobernantes del mundo se buscaron en esos listados y algunos hasta se sintieron aliviados porque los “tarifazos” no eran tan grandes como los de otros.

Pero luego vino la reacción de los mercados, mucho mayor de lo que Trump esperaba. En este sentido, las últimas dos semanas han sido negativas para el gobierno que ha protagonizado la crisis reciente. Su primera reacción fue de desprecio, señalando que no había vuelta atrás, reconociendo luego que habría pérdidas; pero luego de unos pocos días de caída libre de las bolsas, incluyendo ya el mercado de bonos, Trump debió retroceder y anunciar una moratoria de noventa días de las tarifas, para casi todos los países, pero aumentando las tarifas para los productos importados de China a 145%, en lo que era una réplica a tarifas de 125% anunciadas por la potencia asiática junto con otras medidas a sectores sensibles de la economía.

La vocera de la Casa Blanca anunció la victoria estratégica de su Presidente, seguida por las felicitaciones de otros miembros del gabinete. Pero para la mayor parte del mundo político y económico, la suspensión de las tarifas por 90 días fue un retroceso de la estrategia de Trump, que fue saludado con un alza de las bolsas las cuales, sin embargo, han demorado en recuperarse del shock del Liberation Day.

El retroceso ha continuado en los días siguientes: las tarifas están congeladas en un 10% para casi todos los países, menos China. Pero luego, los teléfonos, computadores y artículos digitales de todo tipo fueron eximidos de tarifas; eso favorece a Taiwán, que produce la mayor cantidad de chips; pero más aún a China, principal productor y exportador de aparatos digitales. Parece claro, entonces, que el Presidente, a pesar de su estilo agresivo y de su apariencia de tenacidad, es flexible y prefiere esquivar los obstáculos antes de enfrentarlos.

En los días siguientes se han ajustado tarifas y seleccionado a algunas víctimas propiciatorias para mostrar que la guerra continúa. La última es la Universidad de Harvard, privada de 2.200 millones en subvenciones y contratos federales, por no haber accedido a exigencias en materia de programas y contrataciones. Algo así se esperaba desde que el Vicepresidente Vance proclamó como enemigos a los colleges de Estados Unidos, pero tiene más que ver son la batalla política interna que con las famosas tarifas, concentradas a estas alturas en la esperada guerra comercial con China.

Pero la incertidumbre persiste. El Presidente Trump anunció hace pocos días que en la fase siguiente tomará sus decisiones “de acuerdo a sus instintos”, lo cual sólo consigue complicar la marcha de la economía americana y sacudir sus principales indicadores. Recientes notas acerca de la acumulación de dinero efectivo por parte de algunas grandes empresas y conglomerados, muestran a que nivel ha llegado esa incertidumbre en la nación más poderosa del mundo.  

                                                                                     II

¿Estamos realmente, como indican algunos, en presencia de una verdadera transformación del orden mundial? No es fácil responder esta pregunta. Es cierto que, en los últimos ochenta años el sistema internacional ha vivido muchas crisis y ha enfrentado muchos antagonistas, todos proponiendo cambios amenazantes. Pero ahora -y por primera vez- la amenaza proviene del centro del sistema: es el país que creó el actual “Orden Mundial”, en su dimensión económica, política e institucional del que parece renegar él.

Estados Unidos es el país de libre comercio y ahora anuncia tarifas proteccionistas; el patrón de la OTAN que exige a sus protegidos que financien su propia defensa; el fundador de las Naciones Unidas en todas sus organizaciones, del Fondo Monetario, el Banco Mundial y de los organismos regionales, que ahora amenaza con desfinanciarlos porque “no sirven para nada”. La “nación indispensable” se ha transformado en una nación rebelde. El vencedor de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra Fría, quiere iniciar un nuevo conflicto con la superpotencia China, pero, al tiempo que convoca a sus aliados de siempre, se distancia de ellos amenazándolos con medidas económicas imposibles.

Naturalmente es posible argumentar que la mayor parte de los anuncios de Trump aún no se han materializados: la OTAN sigue teniendo los mismos miembros, la guerra continúa en Ucrania mientras persiste la matanza en Gaza, sin ninguna reacción significativa de la comunidad mundial; la inestabilidad en el mundo persiste y existe un retroceso en el multilateralismo, Estados Unidos no ha abandonado ningún organismo internacional ni cancelado ningún acuerdo o tratado suscrito. Ucrania sigue recibiendo ayuda estadounidense mientras las conversaciones que iban a terminar la guerra en pocos días se prolongan en Riad sin muchos resultados. Las tarifas a México y Canadá siguen congeladas en el mismo 10% que los demás países y Trump hasta insinuó hoy la posibilidad de congelar las tarifas a los automóviles, el símbolo aparente de su rechazo a las importaciones del extranjero. El soberanismo MAGA parece estar dando lugar a una mayor inacción.

Pero ya ha provocado muchos efectos difíciles de reparar. En los recientes tres meses el escenario mundial ha cambiado y en algunos aspectos esos cambios tendrán una permanencia irreparable. La base tarifaria de 10% para todas las exportaciones hacia Estados Unidos permanecerá; habrá moratorias, exenciones y tasas mayores, pero el que antes era, por excelencia, en país del libre comercio, será en adelante una economía protegida. Las grandes tarifas que Estados Unidos y China se han propinado entre sí, son augurio de una guerra comercial que afectará a todo el mundo, especialmente a las naciones más activas en el comercio internacional.

El escenario político mundial también se verá alterado, con guerras o tensiones prolongadas, en el Medio Oriente, el centro de Europa y, posiblemente el Asia Pacífico. Aunque la OTAN aún puede permanecer, Estados Unidos no será ya su motor principal, obligando a Europa a una política defensiva más activa, en medio de una división interna que le pone límites.

Durante el gobierno de Donald Trump, los designios geopolíticos sobre América del Norte (Canadá y México), el Océano Ártico (Groenlandia), América Latina (Panamá) y el Pacífico (Taiwán y China), se harán presentes, al menos para seguir provocando tensiones en esas zonas, con el consiguiente aumento del gasto militar. Habrá un deterioro creciente de las instituciones internacionales, marcado por el desinterés declarado que el nuevo gobierno norteamericano siente por ellas; la ONU y sus órganos dependientes y los organismos regionales en que Estados Unidos participa se verán especialmente limitados; y en el plano económico, la Organización Mundial de Comercio es ya víctima principal, no así el FMI y el Banco Mundial.

                                                                                     III

La pregunta que todos los países se hacen y debemos hacernos en Chile, es cómo reaccionar ante las nuevas condiciones de la economía mundial. Somos una economía abierta, de un tamaño inferior al de las grandes economías, pero con cifras de exportación, importación e inversión extranjera que son piezas fundamentales de nuestra economía. Dependemos de nuestra relación con el mundo; más de dos terceras partes de nuestro PGB están vinculadas al comercio exterior. China es nuestro mayor socio comercial, con un amplio superávit de nuestra parte, especialmente debido a la exportación de cobre; Estados Unidos es el segundo, con un leve déficit y mayor diversificación. Asia Pacífico, Europa y América Latina también son mercados importantes. Nuestras mayores fuentes de inversión extranjera están en América del Norte (Canadá y Estados Unidos), Japón y Europa. Hemos hecho avances interesantes hacia otras regiones como el Medio Oriente y más recientemente hacia la India, pero obviamente dependemos de economías que se verán involucradas en la guerra comercial que comienza, con las dos grandes potencias como protagonistas principales. Estamos además en una región dividida, en la cual cada país parece decidido a actuar por su cuenta, hipotecando así sus posibilidades de jugar un papel más activo en el nuevo orden.

Es natural entonces que, como ha ocurrido otras veces, surjan voces proponiendo cambios de políticas para enfrentar los problemas potenciales. Pero frente a ello es preciso recordar que Chile tiene una unidad importante en materia de política exterior, basada en principios muchas veces repetidos. Y es precisamente cuando existen crisis que debemos guiarnos por nuestros principios. Somos una nación soberana, activa en el sistema internacional, que respeta el derecho, los tratados y las instituciones internacionales, y que está abierta al comercio con todas las naciones del mundo y a la inversión extranjera sobre la base de nuestras condiciones, estables y transparentes. Buscamos, en la medida de nuestras capacidades, diversificar al máximo nuestras relaciones.

Es esa la conducta indispensable que habilita y califica para actuar en realidades complejas: Chile es un país predecible, con una política exterior de Estado, compartida y estable. En un mundo complejo e inestable, ello es una gran ventaja que debemos usar ahora.

En la circunstancia actual debemos valorar las acciones recientes tendientes a abrir nuevos mercados, hacia el Medio Oriente (de donde proviene, además, una parte importante de nuestra población) y hacia la India, el país más poblado del mundo, con el cual se espera ampliar el comercio y la inversión, sobre la base de acuerdos estables.

En el marco de la política de diversificación, Chile solicitó su incorporación a la Asociación Económica Integral Regional (RCEP) creada en el 2022 por los países de ASEAN. Esta iniciativa aglutina a las 10 economías del sudeste asiático, y ya han adherido cinco naciones más (Australia, China, Corea del Sur, Japón y Nueva Zelanda). El potencial de crecimiento de esta región que proyecta es considerable, ya que representa alrededor del 31% del PIB global y el 29% de la población mundial. Estas iniciativas se agregan a los mercados ya estables, con los cuales debemos fortalecer lazos.

Valoramos profundamente nuestras relaciones con Estados Unidos, que está hoy en un nivel muy adecuado, con comercio muy importante y diversificado e inversiones antiguas y nuevas, reguladas por un Tratado de Libre Comercio y otro de Protección y Promoción de Inversiones. Ningún producto ni servicio de Estados Unidos paga tarifas por ingresar a Chile y esperamos, por ello, que lo mismo ocurra con nuestras exportaciones a ese país. En los años recientes nuestra relación con Estados Unidos se ha diversificado, para incluir áreas que incorporan nuevas tecnologías, lo cual ha merecido a nuestro país el rótulo de “socio estratégico” de Estados Unidos. Pretendemos mantener esa condición acrecentando especialmente el comercio de servicios, área en la cual Estados Unidos sigue siendo nuestro socio principal.

Con esa actitud no necesitamos hoy misiones especiales, porque tenemos vínculos permanentes. Nuestra subsecretaria de Relaciones Económicas Internacionales está en estos días en un intercambio con el recién nombrado Representante de Comercio Exterior de Estados Unidos (USTR); nuestros ministros irán a Washington a las Reuniones Anuales de Otoño del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional; nuestra embajada está bien servida y activa, como siempre. Chile no tiene una emergencia internacional y no urge hacer nada más.

También son normales nuestras relaciones con nuestros otros mayores socios comerciales. Y es de esperar que ellas se mantengan, sin que se busque imponernos condiciones que vayan más allá de nuestros principios. Mantener condiciones transparentes, estables e iguales para todo aquel que quiera hacer negocios con Chile es, por cierto, parte esencial de nuestra política exterior.

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