Por Jeremy Shapiro // Contenido publicado en: El Confidencial
La abrupta decisión del Presidente de EEUU, Donald Trump, de retirar a casi diez mil soldados estadounidenses de Alemania ha provocado una nueva “minicrisis” en las relaciones transatlánticas. Fieles a lo que ya prácticamente se ha convertido en un ritual durante la administración Trump, los aliados europeos de EEUU han manifestado su tradicional consternación ante la decisión y también han reafirmado su continuo compromiso para con la alianza transatlántica. «El hecho es que la presencia de tropas estadounidenses en Alemania contribuye con la seguridad de la OTAN, y por tanto también con la seguridad de EEUU» -expresó la ministra de defensa alemana, Annegret Kramp-Karrenbauer, en tono tranquilizador-, «este ha sido siempre el fundamento de nuestra colaboración».
Pero, más allá de estas sutilezas superficiales, queda claro que algo fundamental se ha roto en la alianza transatlántica durante el mandato de Trump. Tal como se puede concluir de la reacción de la ministra de defensa alemana, los líderes europeos aún valoran la alianza y añoran el reconfortante apoyo de EEUU, que fue tan importante para ayudarles a superar la difícil época de la Guerra Fría. Pero el público europeo ya no cree en esto.
Tal como se demuestra en una nueva encuesta del ECFR, el público europeo está varias etapas del duelo por delante de sus líderes. La encuesta se realizó en nueve países, que representan más de 2/3 de la población de la UE. A raíz de la crisis del coronavirus, muestra un grave deterioro en la percepción pública de EEUU, con más de 2/3 de los encuestados en España, Francia, Alemania, Portugal y Dinamarca expresando que su opinión sobre Estados Unidos había empeorado durante la crisis.
Y resulta fácil entender esta sensación. Donald Trump ha pasado los últimos tres años incordiando a Europa a la mínima oportunidad. Culpar a la Unión Europea (y a China) por los problemas de EEUU parece haberse convertido en su principal argumento de ventas ante el público norteamericano. «Estoy luchando lo más fieramente que se puede luchar», dijo a un locutor de radio conservador el 17 de junio, «contra China, contra la Unión Europea que nos estafa a mansalva». Si le repites a alguien constantemente que no te agrada, y afirmas una y otra vez que es el equivalente a una dictadura comunista, es normal que eventualmente esta persona comience a preguntarse si verdaderamente son amigos.
Por supuesto, no es que sea la primera vez que Estados Unidos ha resultado impopular en Europa. La reputación de EEUU se deterioró en extremo a raíz de la guerra de Irak en el 2003, llegando a unos niveles similares a los de hoy en día. Los europeos se manifestaron atónitos ante la reelección de George W. Bush en el 2004, cosa que quedó patente en aquel legendario titular del periódico británico Daily Mirror: «¿Cómo es posible que 59.054.087 personas puedan ser tan TONTAS?».
Pero ahora el problema trasciende el mero desagrado ante Trump o los republicanos. Los europeos han perdido la fe en Estados Unidos; ya no creen en su poder y su idoneidad para liderar al mundo. Bush resultaba ideológicamente repugnante para muchos europeos, pero Trump es poco más que una caricatura. La manifiesta incompetencia de su administración en el manejo de la crisis del coronavirus y del movimiento «Black Lives Matter» no inspira confianza alguna en que Estados Unidos pueda salvarse a sí mismo, y mucho menos contribuir con la resolución de los problemas de Europa. La creciente disposición que han demostrado por igual aliados y enemigos de EEUU -desde Turquía hasta Rusia y Corea del Norte- a abrirse su propio camino y a hacer ascos al poder de EEUU no da la impresión de que la protección de este país siga estando en vigor. Casi nadie en Europa espera que Estados Unidos sea un aliado útil a futuro. De hecho, solamente los encuestados en Polonia (y por los pelos) manifestaron más confianza en recibir apoyo de EEUU que de China para la siguiente fase de la crisis del coronavirus.
Incluso durante lo peor de las muchas crisis transatlánticas que han plagado a la alianza con los años, Estados Unidos siempre fue la roca de Europa, un oasis de libertad y protección en un mundo lleno de peligros y tiranías. Los europeos descontentos se enfocaron entonces en cómo dar a Estados Unidos un «empujoncito» para que volviesen al redil y para limitar sus peores excesos. Pero ahora, a medida que el creciente movimiento en pro de la soberanía o autonomía Europeas se va expresando, están procurando encontrar maneras de dejar atrás ese pasado. Los europeos se están preparando, con más tristeza que ira, para un futuro sin los Estados Unidos que conocieron. Una reelección de Trump ciertamente consolidaría esa transición.
Por supuesto, si Trump pierde las elecciones en noviembre, la popularidad de Estados Unidos en Europa aumentará instantáneamente, tal como ocurrió con la elección de Barack Obama en 2008. Pero más allá de la emoción del momento, los europeos se darán cuenta de que las fuerzas que eligieron a Donald Trump siguen estando presentes y que podrían regresar cuatro años después. La profunda deshonestidad de Trump, así como su rotunda negativa a aceptar la realidad, parecen haberse contagiado a todo el partido Republicano y también a gran parte del electorado. Naturalmente, los europeos se preguntarán si el presidente Biden podrá revertir las aparentes tendencias en la política y la cultura estadounidenses hacia el unilateralismo y el autocentrismo. Se prepararán para, si no un divorcio, al menos una «separación consciente» al estilo Gwyneth Paltrow.
Una presidencia de Joe Biden podría evitar este resultado. Pero para poder lograrlo, debe abstenerse de intentar resucitar a la alianza transatlántica del 2016. Deberá forjar una nueva alianza que reconozca que los años de Trump han alterado irreversiblemente la relación de Europa con Estados Unidos. La mayoría de los europeos ya no desean tener a EEUU como su principal respaldo, pero sí siguen considerando valiosa una cooperación entre iguales, en la que Estados Unidos reconozca la valía de Europa. Esto significa que una administración de Biden tendría que buscar y aceptar exigentes compromisos en temas como el comercio y la privacidad, que dividen a EEUU y a Europa. En términos generales, implica el crear una nueva alianza basada no en el liderazgo, sino en la colaboración.
*Jeremy Shapiro es el director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR). Sus áreas de interés abarcan la política exterior y relaciones transatlánticas de EEUU.