Un contundente desafío nos presentó hace pocos días el Alto Representante de la Unión Europea para Política Exterior, Josep Borrell. Junto con proponer una renovación de la Alianza Atlántica del Norte señaló –y he ahí lo novedoso– que también era necesario reforzar la Alianza del Atlántico Sur. En otros términos, dijo que Europa y América Latina –y en especial los sudamericanos– debemos asumir los desafíos del mundo que viene con un diálogo más cercano.
El contexto de las relaciones entre Europa y Estados Unidos será distinto sin Trump en la Casa Blanca. La altanería del gobernante norteamericano con la Unión Europea y sus líderes quedará atrás, pero no las huellas de un año en que el mundo sufrió una crisis profunda, sin un espacio para discutirla ni abordarla a nivel universal y, para agravar la situación, con la salida estadounidense de la Organización Mundial de la Salud. Vendrá una rearticulación política, pero ¿en qué condiciones se dará ésta para Estados Unidos? Los lugares que la administración Trump despreció o se negó a ocupar ya están tomados por otros, lo que cambió el escenario de la política internacional y sin duda complejizará y ralentizará el regreso de Washington a la escena mundial.
Biden y sus equipos de gobierno saben que ya no basta con rescatar los lineamientos internacionales de los tiempos de Obama. Hay cambios determinantes: una globalización cuestionada, rechazos sociales ante la desigualdad creciente, los grandes de la comunicación digital transfromados en actores de la política global, y la economía mundial estancada mientras China asume espacios de articulación en esa área, anticipando su papel como potencia.
No hay duda: China y Estados Unidos serán los polos de una competencia y confrontación mayor en las próximas décadas, con tironeos de adhesiones de uno y otro lado para nuestros países. Europa también estará en el medio de esa disputa y, por tanto, es esencial que tengamos una relación fuerte con el viejo continente para resistir las presiones.
Ante las nuevas preguntas, debemos buscar respuestas junto a Europa, en base a valores comunes. Adherimos a la democracia con fuerte convicción, pero sabemos que ella reclama reformas, a la vez que los ciudadanos demandan participación con su celular en la mano. Los cambios tecnológicos son de celeridad creciente y la pandemia golpea y transforma. Por una parte, mata, contamina y socava las economías; por otra, acelera el teletrabajo, la educación a distancia, la gestión y el diálogo con los webinars cotidianos.
Los países de la Unión Europea y América Latina representamos un tercio de los votos de las Naciones Unidas. Por esto, debemos trabajar juntos por reestablecer un multilateralismo activo, donde la ONU juegue un rol central liderada por su Secretario General. Después de los cuatro años de Trump, entramos a 2021 con una nueva geografía, en la que China emerge con mucha fuerza, consciente de su peso económico y habiendo articulado el acuerdo multilateral más grande del mundo en materia de libre comercio –el RCEP– con un tercio del PIB y de la población del planeta. Paralelamente, anunció su interés en sumarse al Acuerdo Transpacífico, el TPP11.
Con un Estados Unidos que se reintegrará lentamente, por un lado, y el surgimineto de una potencia oriental enorme, por el otro, ¿no es lógico que Latinoamérica se alíe con Europa para asentar sus soberanías y enfrentar estas nuevas realidades?
Borrell señala que la Unión Europea debe consolidar sus vínculos con América Latina como una prioridad en su agenda política, haciendo énfasis en una recuperación económica sustentada en mejoras sociales y asuntos ambientales. En este último aspecto, el Alto Representante de la Unión Europea resalta que América Latina posee la mitad de la biodiversidad del planeta y que el cuidado de la selva amazónica –el gran pulmón universal– es una tarea colectiva fundamental para pensar en el futuro de un mundo civilizado.
Europa no tiene claro qué viene. Por eso, ha organizado los debates de la “Conferencia sobre el Futuro de Europa”, cuyo objetivo es abrir una conversación con sus ciudadanos para establecer las prioridades del porvenir de la UE. La conferencia propuso como temas principales la lucha contra el cambio climático y los retos medioambientales; una economía al servicio de las personas; la justicia social y la igualdad; la transformación digital de Europa; la promoción de los valores europeos; el refuerzo del peso de la UE en el mundo; y la consolidación de sus fundamentos democráticos.
En América Latina tampoco tenemos las cosas claras. Peor aún, no estamos trabajando en conjunto para siquiera debatir estos temas. Sin embargo, la agenda suena parecida, urgida en nuestro caso porque el desempleo llegará a 13,5% y la tasa de pobreza se alzaría a un 37,3%, lo que equivale a 230 millones de pobres.
Si la Alianza del Pacífico y el Mercosur se sentaran juntos a tratar estos asuntos ya sería un paso importante. Después de todo, son ocho países con el 80% de la población de la América Latina, del producto bruto, de los recursos minerales y alimentarios y de la biodiversidad de la región. Desde Europa, esa posibilidad se alienta con interés, en la esperanza de que la actual fractura de la convergencia latinoamericana encuentre alguna vía de superación. Volver a encontrarnos, definir una agenda común y aliarnos con Europa para diseñar colaboraciones a nivel transatlántico permitiría no solo salir de la crisis más rápido, sino también orientar nuestro crecimiento en el marco de una Economía Verde y un desarrollo sostenible. Y, por cierto, darle a la palabra integración los contenidos propios del siglo XXI.
Contenido publicado en La Tercera