El mejor corredor humanitario para Cuba que puede pedir la comunidad cubanoamericana a la administración Biden es que suspenda las sanciones como se lo pidió el secretario general de la ONU.
Entre las peores ideas que la oposición pro-bloqueo ha puesto a circular para instrumentar la pandemia de la COVID-19 contra el gobierno cubano, pocas son peores que las propuestas de un corredor y una intervención humanitaria. El origen de estos sinsentidos está en una declaración de la mal llamada Fundación para los derechos humanos en Cuba, una especie de filial en la Fundación Nacional Cubanoamericana. Estas propuestas son un disparate desde el derecho internacional. Lejos de ayudar, denigran y distraen de lo que puede ser un esfuerzo unitario y una discusión constructiva sobre los méritos y flaquezas de la respuesta cubana al coronavirus.
La pandemia no cree en diferencias políticas. Se impone pensar con claridad propuestas que faciliten responder al reto, desde la ciencia y la razón, desde la ley internacional, con criterio humanitario, desde la unidad de la nación. Cuba es un país pobre, empobrecido aun más por las consecuencias de un modelo económico estatista, de espaldas al mercado por décadas, y por la política de bloqueo estadounidense. El país necesita ayuda en un momento tan difícil y debe aceptarla, sin complejos. De las organizaciones internacionales humanitarias, de cualquier país que la brinde responsablemente, de todos los cubanos de buena voluntad en la Isla y la diáspora.
Una política unitaria no puede basarse en ignorar las causas de la actual situación
¿Con quién hay que cerrar filas? Con el gobierno que está, el de Miguel Díaz-Canel. Tiene miles de errores y defectos pero es el que puede vacunar a toda la población y contener la pandemia. Eso es hoy lo fundamental. Las protestas del domingo indican un hartazgo en el que concurre mucha insatisfacción con la arrogancia y gestión gubernamental. Pero ingenuo sería ignorar que el contexto de las sanciones ilegales, inmorales y contraproducentes de Washington contra Cuba han hecho el problema difícil de la pandemia casi intratable. El lema de “la libertad” suena muy rítmico pero detrás de los que rompen vidrieras, vuelcan perseguidoras, y la emprenden a pedradas contra las autoridades hay mucho del “hambre, desesperación y desempleo” que pedía Lester D Mallory para poner a los cubanos de rodillas.
Cerrar filas implica entender las prioridades nacionales, sin dejar de proponer y posponer un debate postcrisis de modo que el desastre que estamos viviendo no se repita. La epidemia de COVID-19 agarró a muchos países durmiendo. En la medida que ocurrió en Cuba es importante pedir cuentas pero también hay que aprender de los grandes pueblos en sus horas brillantes. En el Londres acosado por las bombas de la Luftwaffe, con las sirenas sonando, la oposición leal a su majestad y así al Reino Unido, cerró filas junto al partido conservador. Attlee, el líder laborista, no renunció a criticar a Churchill, ni a culpar a los tories por los errores de sus predecesores en Múnich. Pero eso fue —como dijo el propio Attlee a sus bases— “después de ganar la guerra”
¿Cuál es el debate para proponer en Cuba y posponer para después de la pandemia? Si como decía José Martí: “Gobernar no es más que prever”, el partido comunista que se proclama martiano tiene cuentas importantes que rendir. Hubo reclamos no escuchados dentro y fuera de Cuba sobre los problemas de una política agraria irresponsable con décadas de espaldas al mercado, importadora negligente de alimentos que hizo más vulnerable a Cuba ante la pandemia y a las injustas e ilegales sanciones de los Estados Unidos.
¿Por qué se siguió por décadas una política centrada en el control económico y político, no en el desarrollo como meta ante la cual rendir todos los sesgos ideológicos? ¿Por qué esa insistencia en un modelo hostil contra los pequeños y medianos propietarios en un modelo indebidamente centralizado? ¿Cuáles han sido los costos de un excesivo gradualismo que pospuso hasta el peor momento la unificación monetaria y cambiaria? ¿Quiénes fueron los responsables de aquellas rigideces ideológicas que hoy nos siguen costando?
El “corredor humanitario” hacia ninguna parte:
En 1991, con la Resolución 46/182, la Asamblea General de las Naciones Unidas creó su sistema de ayuda humanitaria. El funcionamiento de ese sistema está regulado por los acuerdos entre los Estados que han definido las situaciones y condiciones especificas para aplicar prácticas como la creación de un corredor humanitario.
Los precedentes de corredor humanitario en el sistema internacional son de dos tipos. Ninguno aplica a la situación cubana.
El primero aplicado en las guerras en los Balcanes, Sudán, Nagorno Karabaj y otras situaciones, se refiere a la creación de un espacio bajo protección internacional para asistir a una población asediada por fuerzas de un gobierno hostil. Se trata de proteger, acorde al derecho internacional humanitario, a la población civil, particularmente sus sectores mas vulnerables, de las peores consecuencias del conflicto armado, particularmente la privación de medicinas, alimentos, agua potable, etc. El coordinador de la ONU para emergencias humanitarias, o el mismísimo secretario general, han negociado el respeto para corredores humanitarios, por las diferentes partes en un conflicto bélico.
El uso de esos corredores ha sido controversial. Es una alternativa sub-óptima incluso con cuestionamientos por el comité internacional de la Cruz Roja que ha enfatizado la condición no derogable, por ejemplo, en Siria, del derecho internacional humanitario, haya corredor o no. El corredor generalmente existe para atenuar la condición desesperada de crisis creada por un actor armado irrespetuoso del derecho humanitario e interesado en denegar a la población afectada las protecciones mínimas garantizadas a los no combatientes. La premisa es que el ruido de los cañones no calla la ley. Es la concepción de “ius in bellum”, que en Latín significa que hay leyes que regulan incluso la conducción de una guerra.
¿Qué tiene que ver eso con Cuba? Nada. Matanzas no está cercada por ejército alguno. El gobierno cubano hace un esfuerzo sustantivo para salvar la vida de los que residen allí. Nadie, salvo las sanciones estadounidenses del bloqueo, irrespetuosas del derecho humanitario, ha procurado denegar a los cubanos el acceso a la comida, el agua potable, las medicinas, o una mínima atención de salud. Ocurre todo lo contrario.
Toda crítica legítima a la burocracia se enturbia al introducir un concepto ajeno a la situación vigente. ¿Puede razonar constructivamente el gobierno cubano con quien parte del artificio de equiparar la situación en Matanzas con una guerra contra el pueblo en la que habría que garantizar normas humanitarias para la protección de la población civil?
Pensar que el gobierno cubano y la parte del pueblo que lo apoya iba a mirar impasible las protestas apoyadas por los mismos que han agitado y manipulado los conceptos de “corredor” e intervención humanitaria” es una broma de mal gusto. Si es un simplismo atribuir a actores externos el estallido social, también lo es ignorar el papel de las sanciones y la agitación pro-injerencista de un falso humanitarismo que apenas busca pescar ganancias en el rio revuelto de la pandemia.
Si de derecho humanitario se trata, habría que escuchar las resoluciones del Consejo de Derechos Humanos y la opinión creciente de expertos y relatores sobre medidas coercitivas unilaterales, que han llamado a aplicar a estas las mismas consideraciones sobre protección de la población aplicable a los conflictos bélicos. El propio Secretario General de la ONU, António Guterres, y el Consejo de Derechos Humanos han llamado a eliminar o suspender por lo menos temporalmente las sanciones que debilitan el enfrentamiento a la epidemia de la COVID-19.
Ese cese de sanciones pedido por Guterres es el mayor desmentido a los que también llaman a una especie de tregua entre los que denuncian el bloqueo y los que lo defienden. Esa equiparación equilibrista obvia una realidad innegable: los que piden el fin de las sanciones abogan por facilitar el acceso a materiales para enfrentar la pandemia. Los que defienden la guerra económica obstaculizan, y retrasan la capacidad para enfrentar la pandemia. Promueven una política ajena al derecho humanitario, pues la ley Helms-Burton no incluye valoración periódica alguna ante el Congreso del efecto de las sanciones.
El mejor corredor humanitario para Cuba que puede pedir la comunidad cubanoamericana a la administración Biden es que suspenda las sanciones como se lo pidió el secretario general de la ONU. Así se lo recordaron a Estados Unidos, 184 países en la ultima votación sobre la necesidad de poner fin a su política ilegal e inmoral de sanciones contra Cuba. Si lo que se quiere es llevar ayuda médica a Cuba, que abran vuelos que trasladen medicamentos, protección para personal de salud, y comida.
La segunda acepción de la idea de un corredor humanitario se refiere a un espacio protegido para el asentamiento de los refugiados. El Papa Francisco usó ese término para acoger en el Vaticano a varias decenas de refugiados escapando de las guerras del Medio Oriente. Está el llamado “corredor italiano” de familias bondadosas que ante la dificultad institucional en Europa para acoger legalmente a los que buscan refugio en sus costas, han creado, con el apoyo de varias organizaciones humanitarias como la comunidad de San Egido, un programa propio de recepción. De nuevo, ¿Qué tiene que ver eso con Matanzas, Cienfuegos y Guantánamo?
Si lo que se quiere es dar una connotación humanitaria a la emigración cubana hoy, ¿por qué no reducir la desesperación por la pandemia pidiéndole a los gobiernos de Estados Unidos y Cuba cooperar en materia sanitaria, sin complejos, como ya lo hicieron en África Occidental contra el ébola, incluso antes de Diciembre 17 de 2014? Ahora que la embajadora de Estados Unidos en la ONU, y que habló de esa cooperación con orgullo, Samantha Power, es la administradora general de la USAID, ¿Por qué no cortar el malgasto de dinero en cantamañanas que apenas producen sinsentidos sobre un “corredor humanitario” y usarlo en enviar medicinas, y equipamiento médico a Cuba?
Ya hay un consulado en la Habana y varios acuerdos migratorios. El gobierno cubano no ha planteado objeción alguna a que salgan los que tienen visados, ni hay en Estados Unidos una negativa a recibirlos ordenadamente si reciben sus visas. El mejor “corredor humanitario” para el tema migratorio cubano es eliminar todas las medidas que tomó Donald Trump contra la reunificación familiar, la lotería de visas, y la normalización de un flujo legal, seguro y ordenado, reabriendo el consulado.
Toda la retórica sobre el “corredor humanitario” no es más que un “numerito” para marcar puntos retóricos contra el gobierno cubano y su idea de potencia médica.
El verdadero “corredor humanitario”
La idea de una intervención humanitaria en Cuba, bajo la bandera de la OEA, que agitó Carlos Alberto Montaner un mes atrás, es una charlatanería. Su probabilidad con la administración Biden es cero. Cuba no es ni Nueva Zelanda, ni Israel ni Taiwán, ni los Emiratos Árabes Unidos, con un récord estelar enfrentando a la pandemia, pero en una población de 11 millones, duelen 238.491 casos, 57.396 en estudio, y 1537 muertos. Se han recuperado de la enfermedad 204.810 en un sistema que sigue funcionando a pesar de que la política de Biden es, en lo esencial, la misma crueldad de Trump. Basta comparar esos datos con el resto del continente.
Es frente al espíritu de puentes, reconciliación, patriotismo y diálogo donde aparece más pernicioso el juego con conceptos de connotaciones ajenas a la situación cubana como “corredor e intervención humanitaria”. El “corredor humanitario” a pedir a la administración Biden es que escuche a la comunidad internacional y a sus propias promesas electorales, desmantelando una política de sanciones que no tiene nada de humanitaria.
Contenido publicado en Oncubanews