Por Jorge Palacios
Publicado en: The Clinic
Juan Pablo Letelier tenía 15 años cuando su padre murió en Washington D.C. El exdiputado y exsenador, hoy de 62 años, lo recuerda así: su nombre sonó por los altoparlantes del colegio al que iba en Estados Unidos, que contaba con más de 2.700 alumnos. Se dirigió a la oficina del director, quien se encargó de decirle que su padre, Orlando Letelier, exministro de Estado de Salvador Allende, había sufrido “un accidente”. No le especificó mucho más, sólo que su tío iba en camino en auto para retirarlo.
Él, adolescente, se imaginó un accidente automovilístico convencional, de los que suelen suceder por el tráfico. “Pensaba en hospital, pata enyesada, cualquier cosa”, cuenta. Su tío arribó al colegio acompañado de dos de sus tres hermanos, José, que estaba de copiloto, y Francisco, en el asiento trasero. Se sentó junto al último. Apenas se acomoda, su tío acelera y salen rumbo a un lugar que él desconoce. El tercer hermano, Cristián, no estaba allí porque se encontraba en Colorado, pues asistía a una universidad de ese Estado.
“¿Supiste lo que le pasó al viejo?”, le pregunta Francisco a Juan Pablo. “No, no he sabido”, respondió. “Le pusieron una bomba a su auto“, le contestó su hermano. “Eso fue como ‘chucha’”, reflexiona por estos días él.
Los Letelier llegaron a Estados Unidos luego de haber tenido un paso breve por Venezuela como exiliados políticos, en noviembre de 1974. “Después del año que habíamos pasado, era como un alivio para nosotros salir”, comenta el menor de los hermanos y exparlamentario.
Hacia solo meses atrás, a la familia le tocó enfrentar duros episodios en Chile. En junio de 1973, Juan Pablo Letelier fue inscrito en el Saint George -luego de volver a territorio nacional, tras estar fuera de Chile por el rol de embajador de Orlando Letelier-, donde fue descalificado desde el día en que ingresó al aula. “Tenía 12 años y llegué a un ambiente completamente hostil, tremendamente polarizado”, recuerda. Sus compañeros le trataron de “upeliento”, en mención de la Unidad Popular (UP), la coalición de izquierda de Salvador Allende de la cual su padre se desempeñó como ministro de Relaciones Exteriores (mayo-agosto 1973), del Interior (agosto 1973) y de Defensa (agosto-septiembre 1973).
Durante ese período pudo ver diariamente lo que ocurría. Su cercanía al centro de Santiago -vivía en calle Merced- y su participación en las marchas de la época como escolar le dieron una idea del ambiente social. “Entonces uno veía, escuchaba y entendía que estaba polarizado, pero nunca percibí lo que estaba pasando“, cuenta.
Todo cambiaría la mañana del 11 de septiembre. Ese día escuchó que su padre, entonces ministro de Defensa y excanciller, salió muy temprano por la mañana. Durante el transcurso de esa jornada, una tía que trabajaba en el centro llegó a refugiarse a su casa, acompañada de su hijo. En ese momento le resultó evidente que un golpe de Estado estaba en curso. Las radios se referían a los bombardeos y ahí comprendió que el escenario del país había cambiado. Lo peor: no tenía cómo saber dónde estaba su padre.
Ese día fue el último en el que Letelier padre y Letelier hijo se vieron hasta marzo de 1974. El ministro de Allende fue detenido el día del Golpe, siendo llevado al regimiento Tacna y a otros recintos por los próximos meses, incluidos la Isla Dawson, el Campamento Ritoque de Valparaíso y la Academia de Guerra de la Fuerza Aérea. Al día siguiente del bombardeo a La Moneda recién al exlíder de Defensa le permitieron comunicarse con su familia. Juan Pablo asegura que, a partir del 11 y de la detención de su padre, “se nos vino el mundo abajo“.
Después del Golpe, a los hijos de la familia tuvieron que cambiarlos de colegio, debido a que en el Saint George había un interventor de la Fuerza Aérea. Gracias a un grupo de profesores, pudieron acabar el año de forma regular.
Serían matriculados en el Nido de Águilas al año siguiente. Fue en el camino que seguía la liebre que Juan Pablo tomaba para llegar al colegio donde se topó constantemente con el frontis de la Academia de Guerra de la FACh, lugar que tenía a su padre detenido en el interior. “Era lo más kafkiano que hayporque no podía decirle a nadie, porque eran cosas de ese tiempo que uno no hablaba lo que pasaba en tu familia…”.
“Nos fuimos a EE. UU. y era como retomar un espacio común”
Cuando volvió a ver a su padre en 1974, el exsenador lo encontró bajo de peso y “demacrado”. De hecho, destaca que era visible que no había estado expuesto al sol durante su detención.
El padre nunca le comentó a sus hijos por lo que pasó. Juan Pablo Letelier recuerda con precisión que el exministro tenía una herida notable en una mano. Cuando le consultaron, les respondió “me resbalé y me enganché el dedo en un clavo“. Pese a que era evidente “el cuento”, como le denomina, nadie se lo discutía. “Uno entendía que habían cosas que te decían y otras que no. Tenías que saber algunas cosas, pero otras no tenías por qué saber“, reflexiona.
A finales de ese año concretarían su salida del país.
En adelante, su padre continuó activo en la política, ahora desde el hemisferio norte. Sus hijos le acompañaron a todos los actos que él realizaba con la sensación de relajo, pero “porque nosotros entendíamos poco o porque queríamos estar mucho en familia“, señala.
Pese a la tranquilidad de los hijos, los padres vivían en tensa calma. El 10 de septiembre de 1976, esa calma se convirtió sólo en tensión: el régimen de Pinochet le revocó la ciudadanía chilena a quien había sido embajador del país y ministro en dos oportunidades.
Juan Pablo Letelier cuenta que ese acto en su contra le afectó brutalmente a su padre. Eso justificó las palabras que diría después, y que parte de ellas yacen en su tumba: “Yo soy chileno, nací chileno y moriré chileno”. La parte que no sale fue “ellos los fascistas, nacieron traidores, viven como traidores y serán recordados siempre como fascistas traidores“.
Pese al calibre de la interpelación, el hijo menor del exministro no cree que eso haya alentado al atentado contra su padre. Eso sí, sincera que jamás pensó que sucedería algo como lo que le pasaríaa su padre. “Nosotros estábamos conscientes de que mataban gente. Sabíamos de los detenidos, de los torturados. Era algo que estaba en nuestro bagaje, pero estando fuera pensábamos que estábamos lejos de eso“.
11 días después de la remoción de la nacionalidad de Orlando Letelier, el auto que él utilizaba para ir a su trabajo explotó.
Juan Pablo Letelier recuerda de ese día que se tardó, junto a sus hermanos y su tío, alrededor de cuarenta minutos en llegar al George Washington Hospital, recinto que recibió al exministro de Allende. Durante el trayecto, José, su hermano, fue sintonizando distintas radios en las que hablaban de la noticia, pues el atentado ocurrió en una de las avenidas principales de la ciudad. La prensa hablaba de un muerto y un sobreviviente, en medio de mucha especulación.
“Había mucha ambigüedad de lo que estaba pasando. Entonces uno en su cabeza está con la esperanza de que si fue una bomba, un muerto y que hay sobrevivientes, siempre se está pensando que al de uno no le pasó nada o no mucho“, comenta el exsenador.
Cuando arribaron al hospital vieron a muchos periodistas y policías custodiando el sitio. Al ingresar, los llevaron a una sala en la que posteriormente se encontrarían con su madre. Ella abrazó a los tres hijos y les dijo: “Lo único que les pido es que después que todo esto pase no odien a nadie“.
“No sé si seguirá siendo muy creyente o católica, pero esa fue su forma de decirnos que mi padre estaba muerto. Ahí es donde concluyó la incógnita del viaje y de lo que había pasado”, dice, mientras recuerda el pasado el exsenador.
Orlando Letelier falleció a raíz de una bomba que fue instalada en el vehículo que manejaba. Junto a él iban sus colegas Ronni y Michael Moffitt, quienes eran pareja y a los que recogió en su auto tras una falla en el de ellos. La primera falleció junto al exembajador de Chile en ese país.
Una conversación que ha retrocedido
47 años se cumplirán del atentado contra el exministro de Allende, pero 50 años serán desde que la vida de esa familia cambió. Juan Pablo Letelier lleva cerca de un año y medio retirado de la política de primera línea, tras 32 años como representante en el Congreso. Hoy está dedicado a proyectos de economía circular y cambio climático en las regiones Metropolitana, de O’Higgins y Los Lagos, lo que lo tiene, de vez en cuando, hospedándose en distintas ciudades. Además, trabaja en el Instituto Gobernanza del Parlamento Andino.
“Soy de aquellos que nunca sabré, a ciencia cierta, si hubiese seguido siendo candidato o no. A mí me lo impidieron por ley. Nunca he perdido una elección“, dice, en relación al retiro obligatorio que tuvo que hacer de su carrera en el Parlamento, tras la promulgación de la ley que limitó las reelecciones en distintos cargos de elección popular.
Sin embargo, guarda respeto por sus pares actuales, aunque reconoce que gran parte de ellos se relacionan con los demás desde una trinchera. “Interlocutar no significa que uno pierde la virginidad, que dejes de pensar lo que piensas”, dice en relación.
Cuando el expresidente Sebastián Piñera habló de los cómplices pasivos en 2013, en la conmemoración de los 40 años, Letelier pensó que la derecha se estaba acercando al comienzo del fin del cierre de la división que generaba el golpe. Sin embargo, reprocha que aún se continúe reivindicando el uso de la violencia legítima en el sector. “Me sorprende que hayan vuelto a esas expresiones“.
Por otro lado, sí valora el trabajo que ha realizado el Presidente Gabriel Boric con los hitos conmemorativos y gestiones que ha realizado su gobierno en materia de 50 años.
-¿Qué le parece la forma en que lleva la conmemoración el gobierno?
-Es muy bueno que la sociedad aborde esto. La sociedad es más madura que algunos políticos, en el sentido que lo pueden vivir sin las descalificaciones. Me emocionó muchísimo ver las imágenes de los detenidos desaparecidos en La Moneda, y creo que es una imagen de un dolor pendiente entre nosotros, y lo digo porque como parte de aquello que se llama familiares ejecutados políticos, y yo tengo donde ir a dejar una flor, pero he envejecido con otras personas de mi generación que no han tenido ese derecho y eso es algo imposible de poner en palabras, en un sentimiento.
-¿El tener un lugar donde poner la flor implica cerrar esa etapa, o nunca se cierra?
-Hay algo que está cerrado, pero el dolor nunca parte. Te acompaña la tristeza. Una cosa es que a mí me han quitado mi padre, que mis hijos nunca vayan a conocer a su abuelo, pero lo más profundo es que le quitaron la vida a los 44 años, como a tantos otros. Personas llenas de sueños, de entregas a su país… Le truncaron la vida, le quitaron la vida a una generación que era parte de eso. Eso no se cierra, es un dolor permanente.
Por último, valora el comienzo que tuvo la conmemoración de los 50 años en el gobierno, que para él fue la visita a la Isla Dawson en junio, en la que pudo asistir y ser testigo de la placa que explicitaba los hechos que ocurrieron en el lugar. Hasta hoy, en el cuello de Juan Pablo Letelier se divisa una cadena plateada que sostiene una piedra oscura, con forma similar a la de un edificio, que cae a la altura de su pecho. Esa piedra fue regalada por su padre cuando estuvo detenido en el campo de prisioneros de Dawson, allí en Magallanes, dos años antes de su muerte.