La guerra comercial devino en guerra de divisas. Para Chile, representó una caída en el precio del cobre, un aumento del valor del dólar y una nueva revisión a la baja de nuestro escuálido crecimiento. Así es y seguirá siendo el nuevo mundo en que vivimos.
En rigor, lo que experimentamos no es una «nueva guerra fría». Por de pronto China no es la URSS. El «socialismo con características chinas» no implica un cuestionamiento frontal al capitalismo, y ha sido sorprendente ver como la China de Xi Jinping defiende al libre comercio atacado por los EE.UU.
Estamos frente a una confrontación inédita entre China y EE.UU. por la hegemonía global, en donde la guerra comercial es solo la punta del iceberg. Esta confrontación no es un invento de Trump. El actual Presidente podría desaparecer de la escena política con ocasión de las elecciones presidenciales del próximo año, y ojalá así ocurra, pero el conflicto seguirá presente y nos acompañará por décadas.
La política exterior de Chile, basada en el regionalismo abierto, con fuerte énfasis en los acuerdos de libre comercio, es totalmente inadecuada para enfrentar el nuevo cuadro mundial. Más aún, la posición de Chile es delicada. Por un lado, forma parte de lo que se considera todavía una zona de dominio exclusivo de los EE.UU., pero por el otro, tiene a China como su principal mercado de exportación.
Chile cometería un grave error alineándose en torno a uno de los dos polos. EE.UU. quiere conducirnos en esa dirección. La reciente visita a Chile del Secretario de Estado, y su alegato en contra de Huawei fueron extremadamente ilustrativos. Las razones esgrimidas en contra del 5G chino no son económicas, comerciales o tecnológicas. Son políticas y ponen por delante la seguridad nacional norteamericana.
Chile, no puede seguir los pasos de Bolsonaro que postula derechamente una alianza privilegiada de Brasil con los EE.UU. Nuestra única opción es la de un no alineamiento activo que ponga la política en el centro de la acción internacional. Un país pequeño como el nuestro solo puede influir mediante la fortaleza de sus convicciones y la coherencia de sus actuaciones. Debemos defender con todas nuestras fuerzas el multilateralismo y el derecho internacional.
Por estas razones, resultan especialmente desafortunadas las decisiones del actual gobierno de sustraerse de los Pactos de Escazú y Marrakech, de cuestionar las competencias de la Comisión Interamericana de DD.HH., de hacer la vista gorda frente a sus graves atropellos en Filipinas y el anuncio reciente de abrir debate sobre el mantenimiento de Chile en el Pacto de Bogotá.
Es preciso definir una política exterior acorde a las nuevas condiciones, una que abra espacios a un modelo de desarrollo sustentable, ambiental y socialmente. El Foro Permanente de Política Exterior, recientemente creado, hará de esta tarea un objetivo principal.
Columna de Opinión publicada en La Tercera.